Por: Diego Guelar
En ciencias políticas, en particular en sistemas políticos comparados, es un clásico de la competencia electoral que gana el que ocupa el centro. Así se inventó la centroderecha y la centroizquierda, porque los partidos clásicos -de izquierda y de derecha- debían “engordar” su electorado creciendo hacia el centro.
Es allí, en el centro, donde se encuentra la mayoría del electorado, porque el centro es la moderación, el sentido común y la falta de dogmatismo. También es allí donde imperan los niveles de más baja ideologización y el mayor impacto mediático y de llegada de las redes sociales electrónicas.
La polarización entre fuerzas políticas que compiten, en la mayoría de los casos mundiales, se presenta entre coaliciones o frentes que se asocian para ampliar sus respectivas bases sociales.
En Chile, hay una media docena de partidos en el gobierno y lo mismo ocurre en la oposición. En Brasil, el Partido de los Trabajadores (PT) encabeza una coalición de diez partidos y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), desde la vereda de enfrente, otra de unos quince. En Uruguay, Tupamaros encabeza un Frente Amplio con otros veinte partidos y los tradicionales Partido Blanco y Partido Colorado ya han constituido un frente electoral en Montevideo (50 % del total del electorado uruguayo).
En Argentina, tuvimos una sola alianza en 1999. Ganó las elecciones, pero dejó el poder en apenas 2 años. Cambiemos es la segunda experiencia en esta materia. Suma al PRO, la Unión Cívica Radical (UCR) y la Coalición Cívica (CC), con aportes del peronismo y otras fuerzas provinciales. La diferencia es que ahora hay una clara conducción que hace de la coalición su fortaleza en la diversidad. Asociar el frentismo con debilidad es negar la tendencia universal de terminar con los partidos hegemónicos y las conducciones hiperpersonalistas. Los equipos reemplazan a los líderes carismáticos.
El Frente para la Victoria (FPV) agrupa a peronistas y sectores de izquierda, pero se niega a reconocer su carácter de coalición por la condición autoritaria y unipersonal de su conducción: Cristina Fernández de Kirchner. Es la “conducción mesiánica” su mayor limitación para crecer en la opinión más independiente.
El gran desafío de Cambiemos es consolidar su naturaleza frentista para hacer honor a su nombre y no ser solamente una mera sucesión de un poder que ha logrado, en 12 años, desvirtuar las instituciones políticas, condenándolas a jugar un papel secundario e intrascendente.
Es difícil definir el centro en Argentina, porque ni el peronismo ni el radicalismo se definieron nunca por parámetros ideológicos claros. Un 65 % del electorado está optando hoy entre un nacionalismo autoritario (FPV) o un desarrollismo republicano (Cambiemos). Un 10 % prefiere un socialismo moderado o una izquierda más dura.
Será el 25 % restante el que volcará el resultado electoral final hacia uno y otro lado, cumpliendo el rol de centro y eligiendo entre continuidad o cambio.
El soberano tiene la palabra.