Por: Diego Rojas
Para Florencia Saintout, decana de la Facultad de Periodismo de La Plata y miembro de la intelectualidad orgánica del kirchnerismo, la responsabilidad del accidente de Once que se cobró la vida de 51 personas, es una cuestión de fe. Cito, de una reciente columna suya en Página/12: “Voy a explicitar una posición: no soy de los que creen en la “culpa” del Estado por lo que sucedió. Al menos de este Estado”. Saintout, de este modo, transformaba las causas de la masacre que investiga la justicia en un asunto subjetivo.
De un plumazo, Saintout hacía desaparecer la responsabilidad de Ricardo Jaime, hombre del íntimo entorno presidencial santacruceño acusado de haber realizado los más grandes negociados durante su ejercicio como secretario de Transporte de la Nación. Jaime -un hombre que se entrevistaba diariamente con el fallecido ex presidente Néstor Kirchner- se encuentra procesado por la posible recepción de “dádivas” por parte de empresarios del transporte (se ha comprobado que los Cirigliano, concesionarios del Sarmiento en el momento del accidente, le habían cedido su avión para que realizara viajes privados al Brasil). “Dádivas”, se sabe, es el eufemismo judicial que reemplaza a la palabra: “coimas”. En su libro Once, la periodista Graciela Mochkofsky cuenta cómo el funcionario dejaba hacer a los empresarios del ferrocarril, que disponían a gusto y placer de los subsidios estatales que no llegaban al destino que tenían prefijado –el mantenimiento de las formaciones– sino que eran usados en gastos personales que hasta incluían joyas, viajes de ocio y hasta carteras compradas en las más exclusivas casas europeas.
En dos breves líneas, Saintout –una de las más firmes apologistas de la Ley de Medios, que tanto entusiasma a académicos y a empresarios kirchneristas– da por tierra la responsabilidad de Juan Pablo Schiavi, secretario de Transporte en el momento de la masacre, quien culpó a las víctimas de su muerte por el afán argentino de amontonarse en el primer vagón o que teorizó acerca del posible menor impacto del accidente si hubiera ocurrido un día feriado y no un día laborable, como finalmente pasó. Schiavi es una pieza fundamental en el engranaje del desvío de fondos estatales para gastos que nada tenían que ver con el servicio del ferrocarril (los Cirigliano aducían pagar cifras millonarias, astronómicas, a sus abogados que cobraban, claro está, dineros del Estado).
En un texto vergonzoso, Saintout descarta la investigación de la Justicia que apunta contra funcionarios de este Estado –y no de otro y que trata de comprobar los alcances de “la triada siniestra de empresarios, sindicalistas y funcionarios del Estado”, tal como la definiera el juez Claudio Bonadío en el texto de elevación a juicio oral de la causa. Exime de culpa y cargo a otros miembros de la red criminal que culminó con la masacre de Once, como Guillermo Antonio Luna, que conjuga dos características de esa triada siniestra, ya que era subsecretario de Transporte Ferroviario y su origen era sindical en un país donde la dirigencia sindical sólo ha traicionado a los trabajadores que dice representar.
Creencias
La clásica novela Cándido, del genial Voltaire, incluye un personaje -tutor del protagonista- llamado Pangloss. Para Pangloss todos vivimos siempre en el mejor de los mundos posibles, y toda tragedia o hecho del infortunio está justificado porque así debía suceder, y porque nada podría alterar esa percepción de que todo lo que suceda es lo mejor que podría estar ocurriendo. En referencia al kirchnerismo, sus intelectuales son Pangloss.
Su monomanía es la de justificarlo todo.
Hacia el final de la novela, Pangloss señala que ha sufrido mucho durante la vida, pero que empeñado en sostener su tesis no podría haber admitido el dolor ocasionado por sus infortunios.
¿Cómo será ese momento frente al espejo cuando los intelectuales kirchneristas admitan que aferrados a una falsa idea (a una creencia, a una fe) abandonaron la tarea de pensar críticamente al mundo, de aportar desde su campo a que las complejas redes que atraviesan la sociedad sean mejor comprendidas para, así, poder superarlas? ¿Llegará ese momento? Por parece estar lejano. Lo demuestra Saintout, obstinada en la necedad que promueve que exculpe –sin fundamentos más allá de su propia fe– al Estado que causó tanto dolor, tantos heridos, cincuenta y un muertos.