El querellante oculto

Diego Rojas

En su conocido ensayo “Tesis sobre el cuento”, el escritor argentino Ricardo Piglia plantea la siguiente propuesta: “El cuento es un relato que encierra un relato secreto”. Piglia sugiere que todo texto de ese género cuenta una historia en la superficie mientras que, a la vez, deja señas en su camino textual sobre otra historia que puede ser reconstruida. Que debe ser reconstruida. Una historia oculta que sale a la luz debido a las virtudes de la literatura. Quizás algo así ocurra en la vida real que, como se sabe, se empeña en imitar a la ficción. Si así fuera, quizás se deba considerar la posibilidad de contar la historia de Jacyn, el querellante oculto del caso Mariano Ferreyra.

Jacyn es un seudónimo. Entre los militantes de izquierda es común que se realicen intervenciones públicas apelando a nombres falsos ya que los empresarios y sus departamentos de recursos humanos son duchos a la hora de guglear antecedentes y separar ágilmente la paja del trigo, que no es otra cosa que despedir activistas que puedan insuflar ánimos reivindicativos en los espíritus del resto de los empleados. Por eso Jacyn -militante del Partido Obrero, treintañero, conocedor absoluto del indie rock local y de toda música en general- usa ese seudónimo y no su verdadero nombre y apellido. Jacyn viene de Jacinto, apodo con que sus padres lo llamaban cuando bebé al haberle reconocido cierto parecido con el hijo de Clemente, el personaje de la historieta de Caloi.

Se conocieron mucho. Es decir, Jacyn conoció a Mariano Ferreyra. Y lo conoció porque antes conoció a su hermano Pablo Ferreyra, con quien compartía lugar de estudios en la Casa de la Cultura de Avellaneda, donde Pablo estudiaba fotografía y Jacyn, cine. Ambos confluyeron en la militancia en el PO e impulsaron el centro de estudiantes de la institución. Luego Pablo abandonaría esa organización, pero antes su hermano Mariano, de 14 años entonces, se acercaría a ella. Pablo recuerda que ante la insistencia de su hermano, lo llevó a repartir volantes a la plaza de Avellaneda, y que así comenzó, tan temprano, su militancia. Los hermanos se querían mucho. Jacyn también lo recuerda así: “Ellos se adoraban y extendían ese vínculo con sus hermanas -dijo cuando lo entrevisté para el libro ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?–. Los cuatro hermanos eran muy unidos, pero no en un sentido pegajoso, sino en uno natural y muy evidente”.

Jacyn se convirtió en el “responsable político” de Mariano Ferreyra. Dirigía los núcleos de la juventud del sur del conurbano bonaerense donde Ferreyra desarrollaría su actividad política. “No dejaba de formarse -señalaba Jacyn en aquella entrevista-. En los campamentos de la juventud, daba cursos de formación. Fiel a su carácter, en las reuniones de coordinación de los cursillistas era el que menos hablaba. Hasta que lo hacía y, entonces, tiraba concepto tras concepto. Tenía esa facilidad. Era un asistente consuetudinario a los cursos de formación política, también leía y estudiaba marxismo por su cuenta. Siempre tenía un texto sobre marxismo a mano y le daba bola, lo estudiaba, no lo tomaba a la ligera”. Diez años separaban a Jacyn y Mariano Ferreyra, distancia que no impidió que construyeran un vínculo de cariño, compañerismo y respeto mutuo. Así lo recuerda “El Be”, el mejor amigo de Mariano Ferreyra -y que también usa seudónimo ya que trabaja en una fábrica del sur y dar a conocer su nombre y apellido reales podría perjudicar su trabajo sindical-, que le escribió estas líneas a Jacyn: “Ayer vi la película en la que en ningún momento aparece tu nombre, y sentí que toda esta historia no tiene explicación sin eso. Por ahí a veces las palabras sobran y vos sabés que no soy de muchas palabras, pero no puedo dejar de decirte que, aun después de que te fuiste de Avellaneda, cada vez que Mariano te volvía a encontrar me hablaba de vos y nunca dejaste de ser un referente y un amigo para él. Toda esta historia no está explicada sin tu relación con Mariano, como amigo y como compañero. Por ahí es innecesario decirte más, o contarte cosas que Mariano decía sobre vos, porque son cosas que siempre estuvieron ahí, implícitas o explícitas”. En efecto, Jacyn debió viajar mucho más al sur por cuestiones de la militancia y su papel dirigente en Avellaneda fue relevado por Mariano Ferreyra y “El Be”, que hicieron, según cuenta Jacyn, un buen trabajo juntos: “La experiencia que hicimos juntos les debe haber servido para jugar un papel dirigente, pero tenían su propio estilo, sus formas, sus maneras. Mariano llegó a quedar como responsable político del comité de Avellaneda. Era una tarea que hacía en conjunto con El Be, militaban como si fueran un tándem político. No se achicaron y le dieron vuelo. Hicieron progresar un trabajo político”. Varias veces después de su regreso, Jacyn y Mariano Ferreyra se volvieron a encontrar.

Luego ocurrió el crimen.

No habían pasado horas de transcurrido del asesinato del militante de 23 años cuando Jacyn se convirtió en uno de los militantes del Partido Obrero que se puso al frente de la situación. En el local central de su organización, se encargó de centralizar la información de los testigos del ataque de la patota de la Unión Ferroviaria, recopiló información, datos, fotos y videos de los hechos (que serían entregados de manera inmediata a la Justicia) y junto a El Be y otros compañeros de militancia cercanos a Ferreyra escribió un texto que el periódico de su partido publicaría esa misma noche. El texto concluía de la siguiente manera: “Marianito va a estar presente en cada día de nuestro futuro. Qué pena tener que decirte tan temprano: ‘hasta la victoria, siempre’”.

No dejó de estar al frente. Jacyn fue designado por su partido como el militante que debía orientar políticamente al equipo de abogados encabezado por la doctora Claudia Ferrero -otra historia oculta que alguna vez deberá contarse- y servir de nexo entre la dirección política del Partido Obrero, que seguía atentamente el caso. Impulsó una deliberación sobre cada asunto que atañera al caso, debate que permitía caracterizar a cada paso cada situación y postular la mejor manera, entonces, de seguir adelante. Escribió notas y notas y notas sobre el crimen de Barracas y sus implicancias en la Prensa Obrera, órgano de difusión de su partido. Se incorporó como asesor a la querella y por eso pudo participar de cada una de las 75 sesiones que tuvo el juicio que acaba de dictar condena contra Pedraza y otros acusados por el homicidio. Vestido casi siempre con una remera lisa, escuchó cada testimonio judicial, analizó cada pericia, con su aporte se pudo twittear en vivo desde la cuenta @PorMariano y de ese modo el juicio fue conocido por miles minuto a minuto, en cada instancia. Después de cada sesión, se ocupaba de escribir las minutas de la jornada que luego se convertirían en el Diario del Juicio, un documento insoslayable, de carácter desde ya histórico. Escribía cada entrada de ese diario hasta la madrugada. No dejó de hacerlo nunca durante todas esas jornadas judiciales que se realizaron a lo largo de ocho meses. Nunca, durante esos ocho meses, tuvo ningún intercambio, ni un saludo, con los representantes de los acusados del crimen de Ferreyra.

Jacyn, de quien no se sabrá nombre y apellido reales, es uno de los responsables del proceso que condujo a la condena a penas importantes a José Pedraza, Juan Carlos “El Gallego” Fernández y los miembros de la patota que terminó con la vida de Mariano Ferreyra. Siempre se mantuvo allí, en las sombras, en un costado, pero el tamaño de su aporte es indecible. Como el de los miles de personas anónimas que se movilizaron y permitieron que este crimen no quedara en el olvido ni se entregara a la indiferencia de una sociedad que, por el contrario, tomó la causa de justicia por Ferreyra como una tarea propia, inexcusable.

Hace unas horas participé de una cena con Jacyn, su compañera Cecilia y la doctora Claudia Ferrero en la que brindamos por el fin de este tramo de la lucha por la condena de los asesinos de Ferreyra, y brindamos por los pasos a seguir para completar hasta el final ese objetivo. Valgan estas líneas como homenaje, en la figura de este querellante oculto, a los militantes del Partido Obrero que no cejaron ni un instante en su determinación para que el crimen de su compañero no quedara impune, que lo dieron todo de sí para impedir que el olvido se pose sobre la memoria de la vida de Mariano Ferreyra.