Por: Diego Rojas
El último sábado se cumplieron diez años de la asunción del gobierno de Néstor Kirchner en 2003, varios centenares de miles de personas se volcaron a las calles convocados por la presidenta Cristina Fernández, que había convocado a festejar en la Plaza de Mayo, donde había organizado un show deslumbrante con presencias artísticas nacionales e internacionales. En un escenario ubicado de espaldas a la Casa Rosada -y en medio de efectos de gran astucia visual- pasaron desde Fito Páez al cubano Silvio Rodríguez, pasando por los mexicanos de Café Tacuba. Un canto a la progresía misma. Después que Rodríguez –un ícono musical de la Revolución cubana inaugurada en 1959– concluyera su performance, la presidenta Fernández brindó un discurso donde pidió por una década kirchnerista más. Detrás suyo sobresalían dos figuras de personalidad oscura. Quizás haya quien otorgue a los destinos de la casualidad la presencia del sindicalista de la construcción Gerardo Martínez y del gobernador formoseño Gildo Insfrán. Pero atribuirle tal arquitectura a la casualidad sólo podría ser catalogado como un ejercicio de una ingenuidad aberrante.
Gerardo Martínez es el sindicalista preferido de la presidenta Fernández, quien no duda en llamarlo por su nombre de pila en actos oficiales, luego de mencionarlo como “el compañero”. Es decir, “el compañero Gerardo”. Tal “compañero” fue denunciado por el sindicato de la construcción Sitraic (opositor) y diversos organismos de derechos humanos por su actuación durante la última dictadura como agente secreto del Batallón 601, organismo que se dedicaba a la infiltración de espías en distintas instituciones, en particular, sindicatos, organizaciones políticas y estudiantiles, para realizar el ejercicio de la delación. El nombre y documento de Gerardo Martínez aparecen en los listados desclasificados del Batallón 601. El sindicalista quiso despegarse del asunto aduciendo que se trataba de un error provocado por un viaje suyo a realizar trabajos en las islas durante la guerra de Malvinas. Sin embargo, el fallecido Eduardo Luis Duhalde no pudo sino señalar la verdad del pasado de Martínez como buchón de los militares y la justicia accedió a documentos que prueban esta participación. El legajo personal de Gerardo Martínez en el Batallón 601 da cuenta de que se había vinculado a miembros del servicio de inteligencia desde febrero de 1976. Que su nombramiento en el Destacamento de Inteligencia 201 bajo el seudónimo de Gabriel Antonio Mansilla se oficializó el 29 de julio de 1981. Que sufrió sanciones disciplinarias por no cumplir con rigor los horarios de encuentro con sus contactos. Que su rol era conocido como “Agente de Reunión en Ámbito Gremial”. Que tenía un concepto como “agente leal, disciplinado, con amplios conocimientos y contactos a nivel gremial que debe supervisar en la actividad informativa ya que tiene capacidad para ello, habiendo logrado en los últimos tiempos una superación mayor a la que habitualmente demostraba” (sic). Que juró “guardar lealtad y fidelidad con la patria y con el organismo en el que reviste y guardar el secreto más absoluto en el desempeño de sus funciones y tareas” (sic). Las consideraciones sobre su filiación a los servicios de inteligencia continúa hasta el 29 de julio de 1984, cuando solicitó su renuncia por tener “excelentes oportunidades de progreso en la actividad privada” (sic). Nada de esto puede haber pasado desapercibido para la presidenta Fernández, que gusta llamar como “compañero Gerardo” al antiguo informante de la dictadura genocida.
A la izquierda de la presidenta, bien visible para todo el mundo, estaba ubicado el gobernador de la provincia de Formosa, el veterinario Gildo Insfrán. De militancia juvenil en el maoísmo, Insfrán está en el Ejecutivo provincial desde 1987, cuando asumió como vicegobernador. Luego de un golpe palaciego, en 1995 -hace 18 años- pasó a desempeñarse en el máximo cargo político formoseño. No existe joven en esa provincia cuyo imaginario excluya a la figura de Insfrán como representación del poder. La mano dura forma parte de su programa de gobierno. En el último periodo no dudó en mandar a reprimir con la policía la toma de estudiantes de entre doce y diecisiete años del Colegio Nacional de Formosa ni tampoco dudó en mandar a desalojar a la comunidad qom La Primavera de la ruta, provocando la muerte de un miembro de la etnia y un policía (al día siguiente otro aborigen qom sería asesinado en represalia por estos hechos por otro policía), ni duda a la hora de someter a la desidia a los sectores más desprotegidos de su provincia, casi siempre indígenas, que se proyectan como anomalías para el halo autoritario de su poder. Formosa es la provincia más pobre de la nación, una región atravesada por rebeliones aborígenes y donde mueren cada poca cantidad de días miembros de la etnia qom debido a la violencia o a enfermedades evitables.
La hipótesis de una presencia accidental de estos oscuros personajes en lugares tan visibles sólo corresponde a un pensamiento banal. Si de algo sabe el poder kirchnerista es de la puesta en escena de la política. Al fastuoso acto del 25 de mayo le correspondía el mensaje interno que la presidenta brindaba a los suyos: “Decimos ser parte de la progresía, pero ojo que aquí no está sólo Silvio, sino también Gerardo, y también Gildo Insfrán”. Esas presencias mostraban que el “vamos por todo” posee vistosos límites. Apenas terminado el discurso presidencial, y mientras continuaban en la plaza los festejos y se ofrecía una recepción por la “década ganada” en la Casa Rosada a los miembros del palco y a delegaciones extranjeras, en un barrio popular de Formosa capital, llamado Circuito 5, la policía de Gildo Insfrán asesinaba con balas de plomo al joven obrero de la construcción Darío Gabriel Galarza, de 19 años, en un ostensible caso de gatillo fácil.