Por: Diego Rojas
¿Qué nos pasa cuando mueren los poetas? Es decir, no cualquier poeta, sino ese poeta, el poeta. En este caso, Juan Gelman. ¿Por qué nos invade algo parecido a la tristeza? Es un lugar común decir que los poetas -esos poetas- son los brujos de la tribu. Pero es cierto. Esa alquimia que realizan con el lenguaje transforma las palabras y nos transforma. Eso me pasó a mí con su poesía.
Estos días se recordaron sus poemas, se transcribieron. Yo recuerdo cuando era adolescente y me acerqué por primera vez a Gelman y leí Cólera buey. Recuerdo que todos esos textos eran tan impresionantes como el adjetivo “buey” que Gelman había usado en el título de su libro, ese sustantivo que jamás se me habría ocurrido usar como adjetivo. Ahí estaba, entonces, desde el comienzo, esa alquimia de la poesía, que transformaba desde el título a las palabras.
Martín Rodríguez, que es un gran poeta contemporáneo y una mente lúcida en estos páramos, decía que su generación -que es la mía- no leía a Gelman. También decía que no se podía evadir su influencia decisiva y le dedicaba, a la hora de su muerte, un homenaje justo, alejado de ciertas grandilocuencias comprensibles, porque siempre es difícil acercarse a la muerte, y siempre pasan cosas cuando muere un poeta -de esos poetas- y entonces la muerte tiende a ser magnificada, y la vida, y la obra, y todo.
Pero fue un gran poeta.
Tuve poco contacto con Gelman. La primera vez sucedió luego de que con mis amigos Elsa Drucaroff y Alejandro Horowicz decidimos impulsar, mientras comíamos en algún restaurante y bebíamos vino, una solicitada en contra de los bombardeos que el Estado de Israel realizaba en 2006 sobre la población civil de El Líbano. Al día siguiente el Hor escribió un texto, y lo echamos a andar. Fue un hecho importante. Un sector de la colectividad judía firmaba el texto que reclamaba el cese inmediato de los bombardeos y denunciaba al Estado de Israel por el genocidio que estaba realizando. El blog en el que colgamos la solicitada recibió miles de firmas. Un comentario en ese blog decía: “Agreguen a la lista los nombres siguientes, por favor: Juan Gelman, Mara La Madrid”. Eran él y su esposa. Le escribí a Gelman, planificamos un operativo, él haría lo posible para que la solicitada saliera en Página/12, me contactó con Tiffenberg, así ocurrió. Al aceptar tomar la responsabilidad de intentar que la solicitada se publicara, lo hizo con entusiasmo: “Haré lo que se pide. Un fuerte abrazo para todos ustedes, manga de antisemitas y ‘judíos que se odian a sí mismos’.” Al día siguiente Gelman, tan formal -siempre hablaba de “usted”-, pidió disculpas por si su chiste había sonado ofensivo. Le respondimos que de ninguna manera. La solicitada fue publicada y fue un acontecimiento político. Gelman, el gran poeta a quien yo admiraba por su poesía, había sido un engranaje fundamental de aquel mecanismo.
Seguimos teniendo un cordial y esporádico contacto. En 2010 Gelman apoyó a la lista de la burocracia repodrida de la UTPBA, el sindicato de los periodistas. Pensé que la distancia -Gelman vivía en México- distorsionaba su visión de la realidad. Le escribí contándole la deblacle de esa dirección burocratizada y ajena a los intereses de los trabajadores de prensa. Ese mail no obtuvo respuesta.
Un par de años después volví a escribirle, por otra solicitada -y sí, suena ridícula esta insistencia en tratar de que una posición se conozca, se socialice, se firme, se publique, porque, ¿a quién le importa?-. Empezaba el juicio que condenaría a los responsables del asesinato de Mariano Ferreyra, el militante del Partido Obrero que había caído víctima de una emboscada planificada por la burocracia sindical ferroviaria, a cuya cabeza estaba José Pedraza, kirchnerista, socio del gobierno actual. Una parte importante de la intelectualidad firmaba ese texto que reclamaba que se condenara a los culpables. Fueron tantos los que firmaban, y de todo el espectro político. Recuerdo discutir los términos del texto con Gargarella, cobijar las correcciones de Caparrós, poner en un lugar no preponderante a Horacio González para evitar toda suspicacia, recibir cada firma porque cada firma exigiendo justicia debía estar.
Le escribí a Gelman. Después de varios mails, se negó a firmar la solicitada. Gelman consideraba que -aunque el texto era muy cuidadoso al respecto- se cuestionaba a un gobierno que, según él, era “el mejor en décadas”. Para mí fue un golpe. Recuerdo que le escribí a un amigo que militaba en el mismo partido que Ferreyra contándole del derrumbe político de Gelman. Pero también recuerdo que esa noche tomé el libro Dibaxu, recuerdo sus tapas blancas, y recuerdo leer en voz alta algunos de sus versos -porque sí, porque soy boludo y porque quería leer al poeta, presenciar esa magia que hacía con las palabras-. Y recuerdo que leí:
tu piede
pisa la nochi/ suavi/
avri la yuvia/
avri il dia/
la mierte no savi nada di vos/
tu puede teni yerva dibaxu
y una solombra ondi scrivi
il mar del vazío/
Y recuerdo comprender, y emocionarme. Así, en ladino, porque en ese libro Gelman ejercía la magia del son, de la lengua, del idioma universal.
Gelman era un hombre preso de las contradicciones de cierto sector de la generación de los setenta que, en pos de la revolución, apoyó al peronismo y a la lucha armada. Por eso se pueden señalar los contrastes con gestos valiosos como su adhesión la solicitada contra los bombardeos en el Líbano por bombas israelíes, así como su adhesión al gobierno kirchnerista. Esas oscilaciones se explican por su adhesión al peronismo y una confianza en la burguesía nacional. Como una parte de esa generación, incurría en los mismo errores, formaba parte de esa progresía.
¿Pero qué importa? Nadie postula a Gelman como un líder político pero somos miles quienes leemos sus versos y nos sentimos apelados, nos emocionamos, nos transformamos. Porque es allí, en el campo de la literatura, donde Gelman ejerció sus mayores dotes, no en el de la política. Si siempre estuvo equivocado allí. Pero todo eso, ¿qué importa? ¿Y qué nos pasa cuando se mueren los poetas -poetas de esos-? Volvemos a nuestras casas, nos sentimos tristes -un poco-, leemos. Eso nos pasa.