En virtud de la errada matriz macroeconómica aplicada a partir de 2010 –contrastante con la de 2003(02)/07-, y dado el agudo retraso cambiario real que fomentó (más otros factores conexos), se reinstaló en el país la mórbida restricción externa o escasez de dólares, llevando al daño colateral del racionamiento interno de dólares, o “cepo cambiario”. En sustancia, el cepo, por su dinámica de gestión, alienta duras inhibiciones de oferta productiva, lo que, por lógica, ciñe la expansión de aquélla. La resultante de todo esto, es un estancamiento de base que se enraíza, con un mercado laboral expuesto, en el cual, prácticamente, sólo el Estado viene creando empleo; pero, claro, tendiendo a debilitar la productividad promedio.
Por ende, hoy la economía no padece restricción de demanda interna (y en especial, de consumo), sino de dólares y de oferta productiva; incluso, dados los resortes represivos –en particular, el hecho de “pisar” relativamente el cambio nominal, con el perjuicio real que causa el dato- que instigan a esas restricciones, se perfila una inflación reprimida (sumable a la actual efectiva, ya alta). Naturalmente, en un marco macroeconómico con tamañas distorsiones, la propia demanda interna se hace ahora difícil de empujar. Y, sobre todo, en lo atinente a su componente más asociado a crear oferta: la inversión.
Al aplicarse el esquema macro arriba citado, la demanda interna –cuya importancia es innegable-, se fue desconectando de un encuadre global adecuado, el que, a la postre, es clave para su propio desempeño. En esencia, se quebró su conjunción con un set de precios relativos correctos, como primaba durante el exitoso modelo de dólar alto de 2003(02)-07. Asimismo, buscando sobreestimular la demanda, se enfervorizó sistemáticamente la expansión del gasto público, más allá de las condiciones del ciclo en cada fase; la paradoja de esto, es que ese abundamiento del gasto, con el tiempo, redunda en una desmejora de su rinde activista adicional; a la vez que, como deriva del asunto, se contribuye a la inflación elevada en general, y se genera una excesiva presión fiscal formal-informal, que también aporta a las molestias productivas.
Para intentar salir del “punto ciego” en el que se halla la economía, arrancar con un buen diagnóstico es crucial, debiendo seguir, como es obvio, las políticas correctoras indispensables. En este plano, corresponde entender finalmente que la economía argentina sufre, no por una falta de demanda interna a modo de imagen de “keynesianismo escolar” (por más que, claro, ahora se hace arduo continuar animándola de modo sostenido), sino por un estadio de restricción externa instalada (en la que gravita el atraso cambiario, el que a la vez raciona a los terceros mercados en lo que atañe a nuestros productos: las exportaciones, que caen fuerte) y de oferta productiva frenada, con riesgos de inflación reprimida.
En este contexto de señales negativas en términos de rentabilidad y de precios relativos, sumado el fastidio ligado al cepo cambiario, luce inviable escapar del estancamiento como dato de base. Retomar seriamente la inversión, con expectativas aptas al respecto, y el crecimiento, reclama remover con decisión esas señales, lo que implica un desafío enorme por el rigor del trabajo exigido.