El pobre resultado comercial externo de agosto pasado integra un espectro mayor de antecedentes y causalidades. Dados una dura restricción de divisas y un parco lote de reservas, aquel atiza la percepción del gran retraso cambiario en curso.
Aun así, no faltan las posturas de sesgo miope. Dicen: “No vale pretender corregir seriamente la tasa de cambio, porque no habría de inmediato mayores ganancias de exportaciones-mercados, computando la problemática mundial”. Es una pose del tipo: “La historia arranca cuando uno llega”.
Acéptese que la dinámica de la economía y la demanda mundiales se muestra floja en 2015. Un caso es el de América Central y del Sur: Se alude a una baja de exportaciones del 10 % (obvio, también hay bemoles con las importaciones). Ejemplos en otras latitudes es el serio declive de las ventas coreanas. Pero, también asúmase que las exportaciones, en general, algo suben. Y que hay países de Centroamérica, Asia, Norteamérica y de África que aumentan sus exportaciones. Pero, igual, el panorama es severo.
Nosotros, ¿cómo llegamos a esta instancia? Pues, en lo endógeno, decididamente mal. Más al aplicar una visual temporal: En la década larga venimos involucionando claramente.
En el lapso 2003-2007, con la matriz macro del dólar alto, con una gran suba sostenida del PIB, las exportaciones avanzaron fuerte: casi el 90 %, más en cantidades que en precios (y cuando las ventas de combustibles empezaban a mermar). Prevaleció el ritmo de las manufacturas de origen industrial (MOI) y con un balance industrial de divisas bastante aceptable. Se insinuó una diversificación de contenido-destinos y muchas pymes entraron el negocio. Súmese los altos superávit comercial-corrientes y el gran acopio de reservas.
Tamaño desempeño, valioso como un punto de partida, fue minimizado por ciertos círculos heterodoxos, que fueron primando. Invocaron la limitación del cambio real elevado por ser un resorte “muy horizontal”, un dislate solemne. Sin captar que un factor, aunque no suficiente, puede pesar como condición necesaria. El remate fue el giro macroeconómico de 2010, con una matriz —en esencia opuesta a la anterior— pro sobrevaluación cambiaria real.
Las implicancias negativas no tardaron. Afincó la restricción externa (cepo incluido). Por un lado, con episodios de salida de capitales por motivos endógenos. Por el otro, arraigó una nítida tendencia declinante de las exportaciones desde fines de 2011 (una caída cercana al 20 %). Las exportaciones industriales se debilitaron (en especial las MOI, con las automotrices a la cabeza, pero no exclusivamente). A la par, el superávit comercial amenaza con esfumarse; según algunas estadísticas, esto ya ocurrió. Se cita aquí el peso del rubro combustibles, pero, a la vez, compútese que es esta segunda fase —no la anterior— la que gozó en general con el megaprecio de los commodities.
Claro, hoy calzan las distorsiones endógenas con el trauma exógeno adicional, al que llegamos internamente expuestos. Luego, en el mundo perdemos market share.
En rigor, el negocio exportador y el acceso a los mercados no son un chicle, entrando-saliendo de modo instantáneo (quizás, la cosa sea más fácil para los commodities). La perspectiva y la continuidad son vitales, resortes que perdimos. Ir hacia un realismo cambiario apunta a recuperarlos, para que terminen dando frutos. Ese realismo también puede aportar a la entrada de capitales.