Es tiempo de un balance inevitable en estos días de aniversario del regreso de la democracia. El recuerdo de aquellos días gloriosos de octubre del ’83 está vivo. En mi caso tenía 24 años, ya afiliado a la UCR, que era el partido que más representaba, en la figura de Alfonsín, la aspiración de superar largos años de involución institucional. La campaña de Alfonsín fue electrizante: Ferro, Avellaneda, Luna Park y 9 de Julio. El preámbulo que él recitaba al final de los actos nos hizo vibrar y alentar tantas ilusiones. Hagamos un repaso a toda velocidad de estas tres décadas. Los ’80, con muchos logros en el plano de los derechos humanos y desaciertos crecientes en economía.
Valentía de Alfonsín en juzgar a los militares, hecho único en la región. Final de gestión con colapso del sistema. Vuelve el peronismo con Menem. Da un giro inesperado hacia posiciones liberales pro mercado con racionalidad pero quizás con poco timing social. La corrupción oscurece su mandato. De la Rúa tiene que gobernar en una época difícil y es superado, en el marco de una Alianza quebrada, por los acontecimientos. Crisis económica brutal y del sistema político. Transición valiente de Duhalde y finalmente llegamos a este largo período K, réplica del modelo feudal hegemónico de Santa Cruz, que nos deja un país que atrasa en relación al resto de la región en el plano de la competitividad, con divisiones sociales innecesarias, pobreza, droga, inflación, inseguridad, corrupción y aislamiento internacional.
El balance de la democracia es agridulce, superador de los años de plomo coronados por la aventura de Malvinas, pero muy insuficiente. En 30 años pocas figuras políticas destacan con claridad como estadistas y estamos con un sistema de partidos inmaduro con predominio del panperonismo como maquinaria electoral de poder. Hay que apostarle al sistema democrático y esperar el resurgimiento de una nueva clase política con vocación de servicio, republicana y federal. El norte no está en el centenar de dirigentes que han destacado en estos 30 años sino en los argentinos que soñaron la Argentina moderna: Sarmiento, Alberdi y Echeverría. De ellos debemos aprender para reinventar esta joven e imperfecta democracia que debe dar más de sí.