Los primeros días de marzo de 2014 estuvieron marcados por la “paz cambiaria”. El gobierno tomó varias medidas para contener las presiones al alza en el precio de moneda extranjera que se venían acentuando en los últimos meses y que se materializaban en una importante caída de Reservas del Banco Central. Esta política apuntaba a contener el tipo de cambio nominal.
Como se preveía antes de las elecciones, era esperable que luego de los comicios algo se hiciera para combatir la pérdida de reservas mediante una política que favoreciera una mayor depreciación del peso. En efecto, se combinó un menú de medidas que pretendieron alimentar la oferta interna de divisas y limitar la demanda. Fue el “efecto Fábrega” con relativo éxito en la plaza, al menos hasta ahora.
Por el lado de la oferta de dólares, una de las medidas adoptadas con anterioridad fue la obligación del ingreso y negociación en el mercado de cambios de la totalidad de las divisas provenientes de operaciones de exportación de empresas mineras y petroleras, argumentando “razones de equidad” respecto al resto de los sectores productivos, como el agroexportador. Las empresas petroleras, hasta entonces, solo debían liquidar el 30% de las divisas, mientras que las mineras no tenían restricciones en tal sentido. Se calcula que esto generó una expansión en la oferta de entre US$3000 y US$6000 millones anuales. Sin embargo, preocupa el efecto que tal medida pueda tener sobre futuras inversiones.
También con el objetivo de incrementar la oferta, se estableció la obligación de relocalizar en el país las inversiones que tengan en el exterior las empresas aseguradoras, que tendrían actualmente parte de sus inversiones en el extranjero. Pero todo esto suena a parches parciales. El aspecto negativo que tiene este tipo de imposición es que limita para tales empresas su capacidad de diversificar riesgos, ya que se restringe la posibilidad de cubrir pérdidas vinculadas a los mercados externos. Así se pone en riesgo la necesidad de desarrollar su actividad de modo eficiente.
El control de cambios resulta, en la teoría, una medida tentadora para un contexto de emergencia. En general estos controles no funcionan a mediano plazo. Estamos en una economía con muchos indicadores a la baja. No hay conspiraciones ni especuladores económicos, simplemente la gente vota con los pies. Es cierto que el tema de fondo de este episodio de crisis de confianza está en que el peso no es tomado como reserva de valor. La gente común y las empresas ven todavía al dólar, a pesar de la devaluación del oficial de 6 a 8 pesos, como una mercadería barata. Es lo que no sube al ritmo de la inflación y ante tasas de interés todavía bajas en términos reales no hay alternativa. Por eso, la suba de la tasa de interés moderó la demanda de divisas.
Hay medidas en la buena dirección como la promesa de una tímida reducción de los subsidios que daría una solución más estructural al gasto público y que tendría efecto en los niveles de emisión. En definitiva, no ha sido una medida correcta el control de cambios como tampoco es positivo el control de precios. Se afecta la dinámica económica y se generan distorsiones que influyen en el crecimiento de largo plazo. A mediano plazo (el otoño) el mercado cambiario por la liquidación de dólares-cosecha seguirá más calmo. Luego, vendrá el invierno…