Por: Eliana Scialabba
Todos los días nos despertamos con una novedad en el frente económico. Sin embargo, sin ser noticias diarias, las tendencias que contribuyen a explicar los desequilibrios macroeconómicos existentes siguen su curso natural.
Una de las principales tendencias, que durante los últimos años parece haberse convertido en una normalidad, es el déficit fiscal. Debe distinguirse que si bien el resultado es el mismo, el tesoro puede verificar un rojo financiero por insuficiencia de ingresos o por exceso de gasto público.
En lo que va del año se expandió por encima del 42 %, mientras los ingresos tributarios crecieron “sólo” un 33 %. Basta con ver un poco los números para que no queden dudas: No es un problema de ingresos, sino de gasto.
Atrás quedaron los “superávit gemelos” (fiscal y comercial), pilar del modelo económico kirchnerista. Según estimaciones propias, 2015 cerrará con un rojo fiscal por encima de los 220 mil millones de pesos (3,9 % del PBI). Sin contabilizar las rentas de Anses y Banco Central, superará los 350 mil millones de pesos (6,3 % del PBI), aunque podría profundizarse aún más si desde el Ejecutivo deciden continuar ampliando las partidas destinadas a gasto público.
La insuficiencia de ingresos tributarios y las limitaciones para endeudarse han llevado al Gobierno a utilizar la fuente de financiamiento más nociva para la economía: la emisión monetaria, la cual ha crecido por encima del 34 % en lo que va de 2015.
No es nueva la existencia de cierto consenso entre los economistas de que una de las causas de la inflación es el financiamiento monetario del déficit fiscal. Es en este contexto en el que resulta interesante estimar la magnitud del impuesto inflacionario como fuente adicional de financiamiento.
Si bien no es técnica y legalmente un impuesto, como cualquier tributo el monto recaudado, surge de multiplicar una base imponible, en este caso las tenencias monetarias, por su respectiva alícuota impositiva, la tasa de inflación.
Con base en estimaciones propias, el impuesto inflacionario ha pasado de tener un papel casi marginal (0,6 % del PBI en 2004) a tener un peso relevante durante el transcurso de la década (2,5 % del PBI estimado para 2015).
Este incremento en la participación del impuesto en el producto se explica tanto por el aumento de la base monetaria (base imponible), la cual creció por encima de la tasa de crecimiento del PBI nominal, como por el fuerte avance de la inflación (alícuota). En tanto, en términos monetarios, pasó de 3200 millones de pesos en 2004 a 140.200 millones de pesos para la estimación de 2015 (+4281 %). No hay mucho que agregar, las cifras hablan por sí solas.
Y como en economía, al igual que en muchas otras disciplinas, todo gira como una rueda, analizando el impuesto inflacionario volvemos al punto de partida: el déficit fiscal, que, financiado a través de emisión monetaria, alimenta la dinámica inflacionaria.
Por otra parte, es necesario destacar que el Gobierno no sólo se beneficia con el aumento del impuesto inflacionario debido al incremento de la emisión y la inflación, sino que esta última hace crecer la base imposible de los tributos. De esta forma, el alza del nivel de precios es lo que permite romper récord de recaudación mes a mes. Una vez más, el problema no sería tan grave si los gastos del sector público crecieran en línea con los ingresos, pero en Argentina 2015 el gasto vuela.
De esta forma, con el paso de los años, el manejo fiscal de la gestión kirchnerista ha ido mutando (al igual que el resto de las variables), aunque en el relato se refieran a “El modelo”. Este pasó de basarse en la solvencia fiscal a financiarse a través del impuesto inflacionario.
Quien asuma el 10 de diciembre tendrá por delante la complicada tarea de comenzar a recomponer el equilibrio macroeconómico. No será fácil, ya que las interrelaciones existentes hacen difícil decidir por dónde empezar y a quién cargar el costo.
Sin lugar a dudas, la recomposición del frente fiscal es una de las claves. La presión tributaria se duplicó durante la década, por lo tanto, no puede hacerse por el lado de los impuestos. No hay más opciones que rever el gasto público. Y aunque nadie quiere ser el “presidente del ajuste”, para volver a poner a la economía en la senda del crecimiento será necesario llevar a cabo un reordenamiento macroeconómico de carácter integral.