Por: Eliana Scialabba
La economía se encuentra sumida en un escenario de graves desequilibrios macroeconómicos en todos sus frentes: fiscal, monetario y cambiario. Y parte importante de estos ha tenido origen en la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central (BCRA).
El 22 de marzo de 2012, la Cámara de Senadores convirtió en ley el proyecto de reforma de la Carta Orgánica, la cual se puso en vigencia el 28 de ese mes y generó las condiciones necesarias para que la autoridad monetaria pueda llevar adelante la política ultraexpansiva que viene realizando los últimos años.
Los puntos más importantes de la reforma fueron el cambio del objetivo primario y fundamental del ente emisor, que era preservar el valor de la moneda, por uno que indicó que debe promover la estabilidad monetaria, financiera y el desarrollo económico con equidad social, en el marco de las políticas establecidas por el Gobierno nacional, lo cual es más cercano al concepto de un banco de desarrollo que de un banco central. Para llevar a cabo ese nuevo mandato, se ampliaron las posibilidades que el BCRA tiene de financiar al Tesoro, ya sea mediante adelantos transitorios (emisión monetaria), ya sea con reservas internacionales.
De esta forma, se convalidó la existencia de un esquema de dominancia fiscal en el que se perdió una herramienta de política económica: la monetaria. El BCRA ya no determina la cantidad de dinero en circulación (o la tasa de interés) de acuerdo con las necesidades de mantener estable el valor de la moneda, sino que se encuentra “atado” a las necesidades de financiamiento del Tesoro.
El esquema convalidado con la reforma permitió que el Gobierno incremente el gasto público por encima de sus recursos, lo que llevó a la economía a un déficit fiscal que este año cerrará en torno al 6,3% del PBI.
La emisión monetaria, al crecer por encima del 30% interanual, no ha hecho más que alentar las presiones inflacionarias, las cuales no son mayores porque la economía se encuentra estancada y el tipo de cambio atrasado —debido a que incrementa su valor por debajo de la tasa de la suba del nivel general de precios— actúa parcialmente como ancla antiinflacionaria.
Por otra parte, la discrecionalidad otorgada a la autoridad monetaria para el manejo de las reservas internacionales ha llevado a la actual situación de una economía que opera con una creciente escasez de divisas, profundizada por el atraso cambiario y la falta de confianza, lo que genera un constante drenaje de reservas. Nadie quiere quedarse con pesos que cada vez valen menos.
Por lo tanto, si bien existen numerosos desequilibrios que deben corregirse, una de las prioridades es modificar nuevamente la Carta Orgánica del BCRA para volver a generar confianza y fortalecer el valor de la moneda doméstica, acompañando una política fiscal y monetaria consistente con la reactivación económica y la desaceleración de la inflación. Adicionalmente, la autonomía de la autoridad monetaria generará cambios en las expectativas inflacionarias y cambiarias.
Sin embargo, el BCRA no podrá romper el esquema de dominancia fiscal hasta que Alejandro Vanoli abandone la Presidencia del ente emisor y, según sus últimas declaraciones (y a pesar de estar imputado por la causa que investiga la venta de dólares a futuro), se resiste a abandonar su sillón, aun si el vencedor de la segunda vuelta resulta ser Mauricio Macri.
De cara a un nuevo ciclo, es necesario un Banco Central que actúe como tal y que se convierta en un elemento central de una política antiinflacionaria integral. Por lo tanto, es imperioso que recupere su herramienta de política económica y opere en pos de mantener la estabilidad de precios en lugar de ser sólo una maquina de imprimir billetes para financiar el creciente derroche del Estado.