Por: Fabián Báez
Esta jornada es sin dudas un día histórico para la Iglesia. Se trata del día en que en un mismo acontecimiento “convergen” quizás los tres Papas más influyentes de los tiempos modernos. Francisco, el Papa actual, declarará santos a Juan XXIII, Papa entre 1958 y 1963, y a Juan Pablo II, Papa entre 1978 y 2005.
En la canonización de estos dos Papas se les reconoce antes que nada su santidad de vida, es decir, que han vivido el mensaje de Cristo en grado heroico y la Iglesia puede afirmar que ya gozan de la gloria del cielo. Pero también hay en estas canonizaciones otros aspectos que podemos destacar.
Los tres Papas de los que hablamos son modelo de una Iglesia “en salida”, es decir con un estilo misionero y evangelizador que se propone salir al encuentro del mundo y busca tender puentes especialmente hacia los que están más lejos, en las “periferias” tanto geográficas como existenciales.
Juan XXIII, elegido Papa en 1958, hombre de fe sencilla y profunda, se ganó rápidamente el sobrenombre de “el Papa bueno” por sus gestos de cercanía y sencillez. Sin lugar a dudas el acontecimiento central de su pontificado fue la convocatoria al Concilio Vaticano II, una reunión de todos los obispos de la tierra para estudiar el modo de ser Iglesia en el cambiante y vertiginoso mundo moderno. El Concilio duró tres años y elaboró documentos que marcaron una profunda renovación en el modo de la Iglesia de vincularse con el mundo.
Juan Pablo II, un hombre de extraordinarias capacidades que había sido un joven obispo católico en una Polonia bajo el régimen comunista, asumió el papado en 1978, apenas trece años después de haber finalizado el Concilio Vaticano II. A él le tocó llevar a la práctica sus conclusiones. Curiosamente, él mismo había sido protagonista central de algunos de sus debates y documentos. Como Papa su misión de ser “mensajero de la paz” se extendió a lo largo de todo el mundo. Visitó ciento veintinueve países en veintiséis años viajó hasta todos los rincones del mundo, siendo el primer Papa en visitar muchos países. Encarnó de modo existencial la tarea de acercarse al mundo, de salir al encuentro del hombre de hoy.
El 13 de marzo de 2013 Francisco apareció por primera vez en el balcón de San Pedro y pidió la oración del pueblo, asegurando desde el principio que quería “una Iglesia pobre para los pobres”. Ya a los pocos días de asumido, los medios lo pusieron en el centro de la escena y ese cotidiano protagonismo mediático sigue en crecida hoy, un año después. Francisco, en la actualidad, también encarna ese mismo espíritu de una Iglesia que busca acercarse al mundo, ir a las periferias y ponerse junto a los más débiles y los más pobres.
Al Papa se lo llama “Pontífice” que significa “constructor de puentes”. Un puente es una estrategia inteligente para superar un obstáculo que impide el encuentro y la comunicación. El Papa tiene como misión construir puentes en la relación del hombre con Dios en el tiempo concreto que le toca desempeñar ese rol. Pero también está llamado a ser principio de unidad, es decir, a superar las barreras que nos impiden a los hombres encontrarse y dialogar.
Este domingo tres Papas protagonizan la historia en la Plaza San Pedro. La historia del mundo y de una Iglesia que busca ser cercana, ya que tiene una certeza que quiere comunicar: Dios está cerca de cada ser humano, no hace excepción de personas y quiere la felicidad de todos. Dos santos nuevos y un Papa todavía reciente nos lo recuerdan.