Por: Fabián Báez
En la Biblia se cuenta que al rey Salomón, a quien le tocó iniciar su gobierno siendo aún muy joven, Dios le concedió un deseo el día de su entronización: “Pídeme lo que quieras”. El joven y nuevo rey le pidió entonces a Dios: “Un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal” (1 R 3,9). Allí la Biblia quiere mostrarnos cómo entiende el rol de la política y del gobierno: debe ser sobre todo un compromiso con la justicia para crear así las condiciones básicas para la paz.
Los argentinos hemos elegido un nuevo presidente; la mayoría de los votantes de nuestro país decidió delegar en el ingeniero Mauricio Macri la tarea de gobernar la Argentina, después de doce años de gobierno kirchnerista.
En los festejos de Costa Salguero se sentía la alegría por la culminación de un arduo trabajo de campaña electoral y también una satisfacción por el trabajo cumplido. Pero aún en medio de la alegría del festejo, es oportuno recordar que la política en general y el gobierno en particular tienen la misión de promover la justicia, el desarrollo integral de los ciudadanos, y las condiciones necesarias para la paz social. Eso constituye su principal responsabilidad.
El nuevo gobierno tiene importantes desafíos que seguramente hayan sido muy estudiados y pensados para realizar en políticas concretas ya desde el inicio mismo de gestión: la capacidad adquisitiva de la gente, el enorme gasto público, el conflicto con los holdouts, el estado de las reservas del BCRA y la política cambiaria, por sólo citar algunos. Pero quizás el desafío más importante al que se enfrenta es promover esa necesaria transformación cultural sin la cual el tejido social corre el riesgo de debilitarse e incluso disolverse.
En su reciente discurso en la ONU, el Papa Francisco decía que se ve en el mundo “una creciente y sostenida fragmentación social que pone en riesgo todo fundamento de la vida social y por lo tanto termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses”. Ilustraba este párrafo con los versos de nuestro poema épico nacional: “Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera…”. Los argentinos necesitamos unirnos como hermanos.
En este sentido, decimos que el principal desafío que tiene el nuevo gobierno es el de la inclusión, que no es sólo promover políticas sociales para la dignidad y el desarrollo de los más humildes, sino que también significa saber incluir en el debate los distintos pensamientos y visiones nacionales del conjunto de la sociedad. Entender la nación como una sinfonía donde se valore cada sonido como constitutivo de la armonía del todo y no se busque la monocordia de un pensamiento único que impugne de plano toda diferencia y alteridad. Un país donde se viva serenamente una diversidad reconciliada.
Otro desafío será lograr la confianza del amplio sector que eligió a Daniel Scioli como presidente. En el momento que estoy escribiendo, con el 99% de las mesas escrutadas, se trata de más del 48% del total de los votos.
Todos hemos sido testigos de lo que se dio en llamar la “campaña del miedo”, la estrategia del oficialismo actual después de la primera vuelta en la que se comunicaba básicamente -matices más, matices menos- que a Macri le interesaba más la macroeconomía que la gente. Ese mensaje caló en una parte del electorado y entonces creo que una de las primeras tareas que tiene por delante el presidente nuevo es ganarse la confianza del pueblo al que debe gobernar y demostrar que en todo caso no es verdad lo que auguraban desde el Frente para la Victoria. Todos sabemos que la confianza es lo primero en orden a construir cualquier vínculo real. Y si esto es así cuando se trata de relaciones interpersonales, también puede serlo cuando se trata realidades sociales.
El pueblo argentino eligió un cambio: todos queremos un cambio positivo para el bien de todos. Un cambio que ponga en el centro de la política y de la economía al hombre en concreto. Y esto es particularmente importante cuando se trata de una nación donde millones de personas viven en situación de pobreza.
En su discurso a los movimientos populares en Bolivia, el Papa Francisco dijo: “Digamos NO a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata”. Ganarse la confianza del pueblo será persuadir a todos sobre el verdadero interés del presidente y su gobierno por el bienestar concreto de la gente por encima de la economía. Será mostrar al pueblo que para él y su gobierno, la sanidad de la macroeconomía sólo tiene sentido en la medida que favorece al bien común y a la dignidad de los ciudadanos.
Por último, creo que también es necesario preguntarse qué pasó con el gobierno actual. Analizar cuáles fueron las causas que lo llevaron a perder esta elección. Mirando esas hipótesis, el nuevo gobierno podrá conocer algunos de los riesgos que vienen incluidos, por así decirlo, con el ejercicio mismo del poder. Esos peligros que, si no se saben distinguir y superar, terminarán fagocitando incluso el poder que se ha logrado construir. Sobran ejemplos en la historia.
Este presente que vivimos hoy en nuestro país no es, ni sin memoria, ni sin esperanza. Como pueblo tenemos la oportunidad de recoger sabiduría de la experiencia vivida y proyectarla hacia un modelo de país añorado y posible. Ojalá sepamos dialogar entre todos y trabajemos juntos para ser una nación grande, donde haya lugar para todos y nadie se sienta excluido. El desafío de construir juntos una patria de hermanos.