El triunfo del candidato del siempre vigente PRI (Partido Revolucionario Institucional), Enrique Peña Nieto, constituye una noticia trascendente desde todo punto de vista. México es un país clave a escala hemisférica y miembro merecido de espacios como el G20. Si bien en los últimos años, por razones fundadas y otras no tanto, en nuestro país y en la región se ha hablado más de Sudamérica (o sea de Panamá hacia abajo) que de Latinoamérica, lo que acontezca en tierra mexicana tiene una importancia clave para el sur, tanto en los aspectos económicos y políticos como de seguridad. Con sus 112 millones de habitantes y la segunda economía latinoamericana después de Brasil, este país es el segundo proveedor de petróleo y derivados de los EEUU, sólo superado por Canadá y seguido por Venezuela. Asimismo, es fuente principal de los flujos migratorios hacia suelo estadounidense, lo que desde ya hace casi una década ha transformado a los latinos (en gran mayoría mexicanos) en la primera minoría en la superpotencia. Con un impacto creciente en los resultados electorales que deciden los destinos de Washington y por ende del mundo. No cabe duda de que si Barack Obama o Mitt Romney no logran buena sintonía con ese voto, sus posibilidades de retener o acceder al poder serán más que erosionadas. Por el momento, el actual presidente norteamericano parece tener una relación de dos a uno vis a vis con su competidor republicano en las mentes y corazones de los "mexamericanos". En otras palabras, pocos países influyen más en el día a día de la principal potencia global. Ni que decir en lo referente a seguridad. Por el territorio de México transita la mayor parte de la cocaína colombiana que ingresa en los EEUU así como de drogas sintéticas. La presión de las agencias de Seguridad y Defensa americanas en Colombia y en el Caribe llevó a comienzos de esta década a las organizaciones del narcotráfico internacional a priorizar a México como canal para la circulación de estas sustancias. Este flujo sur-norte, se vio complementado por otro norte-sur de armas de guerra, granadas y explosivos que nutrieron y nutren los arsenales de los cárteles y bandas que operan en México. La laxitud de la legislación americana en materia de compra y venta de armas ha generado una presencia masiva de armerías en una franja de 200 a 300 kilómetros entre los dos países. Por ello no es extraño encontrar en los arsenales narcos armamentos y tácticas propias de fuerzas militares y paramilitares de zonas de guerra. Los 56 mil muertos atribuidos a las masacres y guerras intra e intercarteles desde el 2006 en adelante no dejan de ser un reflejo de la letalidad de este conflicto. Justamente el hartazgo de amplios sectores de la sociedad mexicana por estos ríos de sangre sin resultados concretos a la vista -más allá de que los pueda haber, en política la percepción es lo que vale- y el desaceleramiento económico agudizado por la crisis estadounidense desde el 2008 se conjugaron, junto a una articulada campaña y un fotogénico y mediático postulante como Enrique Peña Nieto, para el regreso del PRI al poder luego de 12 años de administraciones del PAN (Partido de Acción Nacional). El saliente presidente Felipe Calderón traspasa una economía que parece haber dejado ya atrás la recesión, ayudado también por una cierta recuperación económica de EEUU, y numerosas bajas en las líneas de mando de las mafias del narcotráfico. El propio Calderón decidió impulsar una militarización de la lucha al narcotráfico, en especial en el norte del país. La búsqueda de un tema que le diera legitimidad e iniciativa política en un escenario de impugnación de los resultados electorales del entonces, y ayer nuevamente, candidato del PRD (Partido de la Revolución Democrática) de centroizquierda, Andrés López Obrador, y el diagnóstico de que las fuerzas policiales eran en su mayoría impotentes o cómplices del narcotráfico, colocaron a México en este combate que ha generado tanta polémica dentro y fuera de sus fronteras. Peña Nieto basó su campaña en mostrarse como pacificador del país, sin entrar en demasiados detalles más allá de decir que el choque meramente militar con el narcotráfico no es el camino más eficiente. Su entorno de asesores en materia de seguridad, han dado a entender que se pondrá fuerte énfasis en crear fuerzas de seguridad intermedias, como la Gendarmería de Argentina o los Carabineros de Chile, así como priorizar en recursos humanos y tecnología las tareas de inteligencia, comando y control. Sin por ello desarticular de manera precipitada los esfuerzos que tanto el Ejército como -y particularmente- la reducida pero altamente eficiente Infantería de Marina llevan a cabo desde hace un lustro. Le quedará al nuevo Presidente buscar espacios de consenso con el Ejecutivo y Legislativo de EEUU para dificultar los flujos de armamentos hacia territorio nacional, así como mejorar y reforzar la cooperación entre las agencias y ministerios de ambos países. En muchos casos dificultados por inercias históricas que llevan a la desconfianza. En materia de política exterior, México se erige como un actor activo y dinámico de la Alianza del Pacífico que Washington impulsa junto a México, Colombia, Perú y Chile así como con las grandes potencias económicas de Asia y Oceanía. Un proceso al que Argentina debería prestarle seria atención, en momentos en que nuestros discursos y retóricas parecen estar obsesivamente centrados en lo "sudamericano" y en la supuesta atribución de "ideología" (en este caso "progresista") a espacios geográficos. Lo cual no deja de ser un serio error conceptual, dado que en plazos más o menos cortos podría haber gobiernos de centro derecha. En otras palabras, una pragmática y realista política exterior argentina debería saber articular el espacio hemisférico, con EEUU como actor relevante, el latinoamericano, sin duda con México, y el sudamericano donde sobresale el Brasil. Tres tableros interactivos entre sí y que sin duda ayudarán a una inserción más activa de nuestro país. El énfasis en Sudamérica es un legítimo instrumento semántico y geopolítico de Brasil que procura despejar su imagen y el protagonismo de dos actores de peso como EEUU y México para constituirse como potencia indiscutida a escala global haciendo base en su predominancia sudamericana, y al mismo tiempo desarrollar un fuerte activismo bilateral a nivel mundial con la superpotencia americana, China, India, Rusia, Japón y Europa. En otras palabras, Brasilia está muy lejos de buscar una política exterior meramente centrada en el Unasur o el Mercosur mutado, pos suspensión de Paraguay e inclusión de Venezuela. Lección que Buenos Aires debe estar muy atenta de emular. Fabián Calle es politólogo, docente en la Universidad Torcuato Di Tella (Buenos Aires), la Universidad Católica Argentina y el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Escribe sobre política internacional en varios medios especializados