En 1994 en un polémico artículo en la prestigiosa Foreign Affairs, el influyente Fareed Zakaria escribía un artículo titulado El ascenso de las democracias no liberales. En plena euforia de la post Guerra Fría y la idea del avance arrollador del mercado y la democracia, este autor de origen hindú, religión musulmana y nacionalizado americano, advertía que la ola democratizadora iniciada en 1974 en la Europa mediterránea, luego en los años 80 en América Latina y finalmente en Europa del Este y la colapsada URSS, no necesariamente derivaría en una masa de países dotados de democracia (voto universal y no coaccionado) y de República (división de poderes y rendición de cuentas por parte de las autoridades) sino en un híbrido. Las democracias no liberales o “iliberales”, que combinarían elecciones relativamente libres con débiles o directamente inexistentes prácticas republicanas. Al momento de analizar la trayectoria de las diversas regiones del mundo, Zakaria se inclinaba por ver una cantidad importante de casos que irían hacia lo que él denominaba “democracias congeladas“. O sea las que no involucionarían nuevamente a dictaduras como en su pasado traumático ni hacia repúblicas.
A casi 20 años de ese artículo de Zakaria, a contramano del espíritu del Fin de la Historia de 1989 de Francis Fukuyama, ese diagnóstico dista de estar desactualizado. En todo caso, en la última década se ha venido consolidando un conjunto de análisis descriptivos o normativos que tienden a poner en primer plano la factibilidad y hasta la conveniencia de “democraduras” o “delegativas” o “cesaristas”. En este sentido, se citan el renovado poder e influencia de Rusia a partir de comienzos del siglo XXI, el arrollador ascenso del modelo chino, las altas tasas de crecimiento en diversos países asiáticos y africanos y los países bolivarianos en América Latina.
El boom de las materias primas existente desde el 2003-2004, las consecuencias y reacciones sociales de los planes de ajuste de los años 90 impulsados por el FMI y la crisis de Wall Street del 2008 y luego extendida hacia Europa, han generado un caldo de cultivo propicio para poner en duda la utilidad de la combinación de mercado y república. En todo caso, algunos, por convicción teórica o conveniencia coyuntural, argumentan que las prácticas democrático-republicanas son chalecos de fuerza anticuados, burgueses y propios de un tiempo que ya pasó.
Una mirada a las expectativas de vida, tasa de mortalidad infantil, PBI per capita, innovación tecnológica, calidad de las Universidades, desarrollo de patentes tecnológicas, etc, no le daría mucho respaldo a esta idea que los modelos republicanos de EEUU, Japón, Europa Occidental, India, Brasil, Corea del Sur, Australia, Canadá y tantos otros, son parte del osario de la historia. Bastaría que los que escriben, twittean o buscan información para sus desarrollos teóricos anti-republicanos, miren de dónde proceden el software de sus computadoras personales, tabletas y teléfonos digitales así como en qué monedas (dolar, euro y oro quizás) ahorran los líderes de estas democracias no liberales.
Por último, pero no por ello menos importante, cabe recordar que hace 40 años uno de los más importantes politólogos del mundo, el argentino Guillermo O’Donnell, escribía un impactante artículo titulado Modernización y autoritarismo. En una línea con amplios puntos de contacto con lo analizado en 1968 por el ícono de la ciencia política americana, Samuel Huntington, en su libro El Orden Político en las Sociedades en Cambio, afirmaba que en América Latina y otras zonas subdesarrolladas se estaba imponiendo una doctrina que relacionaba la inexistencia de libertades republicanas y el Estado de derecho con la modernización económica y el desarrollo social. Los gobiernos militares, llamados “burocrático- autoritarios” por O’Donnell, venían a llevar a cabo esta tarea de lograr el desarrollo de manera ejecutiva y acelerada. Por esas vueltas de la historia, esos ya añejos escritos vuelven a tener vigencia al parecer. No de la mano de regímenes militares de derecha y pro-americanos, sino de personas e ideologías que deberían estar en las antípodas de los mismos.