Durante la presente semana y la próxima, el presidente electo de México, Enrique Peña Nieto, desarrollará una gira por diversos países de América Central y Sudamérica. Entre los que se destacan Argentina, Brasil, Colombia y Perú. Este joven y fotogénico político viene a encarnar el regreso del histórico Partido Revolucionario Institucional (PRI) al poder luego de 12 años de administraciones del PAN (Partido de Acción Nacional). Este viaje es una buena oportunidad para mirar más allá del cliché latinoamericano.
En sus primeras declaraciones después de vencer, remarcó que entre sus prioridades estará la de darle una continuidad inteligente a la lucha contra el narcotráfico que desgarra al país desde el año 2006, la modernización de la capacidad de exploración y explotación petrolera y la revalorización de las relaciones políticas, económicas y de seguridad con América Latina. No por ello descuidando la relación con los EEUU, el principal importador de petróleo mexicano y, por lejos, el más importante mercado para sus importaciones y exportaciones. Sin olvidar tampoco el hecho de que la violencia narco en territorio azteca tiene una relación directa con el mercado de la cocaína en territorio americano y la laxa política de control de armas que rige en la superpotencia y que los traficantes y carteles saben aprovechar para dotarse de poderosos arsenales.
Desde ya, la elección de países como Colombia y Perú es de particular relevancia para el esfuerzo de Nieto articular una mayor coordinación, cooperación e intercambio de experiencias “sur-sur” en el combate al narcotráfico y sus crímenes conexos. Asimismo, estos dos países andinos forman parte de la pujante Alianza del Pacífico que integran los EEUU y las principales potencias asiáticas.
En lo que se refiere al paso por Brasil, se hace sin duda reconociendo el peso central del mismo en el concierto latinoamericano y más aun en el vecindario sudamericano (o sea de Panamá para abajo). Los espacios de cooperación y competencia entre los sectores petroleros de ambos gigantes latinos son de por sí evidentes. La estatal petrolera Pemex tiene cosas que aprender de la pujante y mixta Petrobras. Así como esta última, de la larga historia de la compañía mexicana.
Desde ya, entre México y Brasil también existen evidentes y casi inevitables espacios de tensiones. No casualmente la diplomacia de Brasilia ha buscado con esmero y eficiencia ir imponiendo la idea de lo “sudamericano” por sobre lo “latinoamericano” (que incluye de manera resonante a los mexicanos) y más aun lo “hemisférico” (con EEUU rol protagónico). Este esfuerzo brasileño se ha visto apuntalado por los regímenes bolivarianos que han puesto el acento también en lo sudamericano, si bien su admirada Cuba quedaría geográficamente afuera de esta geometría estratégica. Paradojas, si uno recuerda el énfasis en lo latinoamericano que la izquierda política y aun la armada ponían en las décadas del 60 y los 70.
Tanto el gobierno de Lula como ahora el de Dilma Rousseff, si bien con un estilo más prudente y más selectivos que el primero, han combinado esta convocatoria a sus vecinos a concentrarse en lo “sudamericano” con la tarea de la diplomacia de Itamaraty y el resto de las agencias y ministerios del Brasil que buscan apuntalar relaciones bilaterales constructivas con los EEUU así como darle carne y forma a espacios como los “BRICS”, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Sin olvidarnos de la alianza estratégica que en materia de Defensa han firmado Brasil y Francia así como el histórico vínculo con potencias como Japón, Alemania y Reino Unido. Sabiamente, los líderes brasileños evitan meter la cabeza del avestruz solamente por nuestro vecindario.
En cuanto a su escala en la Argentina, la presencia de Peña Nieto es una excelente oportunidad para que nuestro país alce la mirada y se potencie en el discurso y acción de nuestros decisores, formadores de opinión y empresarios latinoamericanos. No sólo por las raíces culturales y políticas que unen desde hace mucho tiempo a nuestros dos países, sin olvidar los miles de exiliados argentinos que fueron recibidos ahí en los 70′s, sino también como una forma prudente y constructiva de balancear la legítima, pero no por ello recomendable para la Argentina, hegemonía brasileña. Aspiración que está encontrando firmes partidarios en la Argentina, en especial en personalidades ligadas tradicionalmente a la izquierda o que se han acercado a esas orillas ideológicas de manera más o menos coyuntural luego de haber navegado las posturas pro EEUU y mercado en los 90.
Para esta izquierda nacional o su vertiente marxista, cabría advertir qué pasaría si un próximo gobierno de Brasil, en el mediano plazo, estuviese encabezado por un líder con agendas “más derechistas” o más reticente a confraternizar los bolivarianos. Esa “hegemonía benigna” brasileña que ahora pregonan, podría mutar mágicamente a “imperialismo opresivo”. En temas de política internacional, más vale ponerse a reparo de modas ideológicas y o conveniencias más o menos coyunturales. En otras palabras, alcemos la cabeza y miremos de manera inteligente más allá del canal de Panamá. Del otro lado veremos un país con grandes activos de poder, con decenas de millones de descendiente que votan dentro de los EEUU, tal como los tiene México.