Luego de poco más de 30 años de crecimiento (9 a 10 %anual), la República Popular China se constituye como la segunda potencia económica del mundo detrás de los EEUU y en la tercera potencia militar siguiendo de lejos a la superpotencia americana y a la “retornada” Rusia. Ello ha llevado a algunos destacados analistas de política internacional a prever un escenario que, en el largo plazo, podría tener características de un nuevo bipolarismo o de un multipolarismo desbalanceado. Uno de los pensadores más agudos en la tematica, J. Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, no duda en definir el tripolarismo militar asiático (EEUU, China y Rusia) como el tablero geopolítico más complejo y riesgoso que deberá afrontar el mundo en las próximas décadas.
No obstante, se deberían evitar visiones apresuradas o voluntaristas de la erosión del poder estadounidense y una subestimación de los desafíos demográficos, energéticos, políticos, ambientales y sociales que enfrenta y enfrentará China. Tal como lo analiza Felipe De La Balze en un notable y detallado estudio, China importa el 80% del petroleo y el 50% de gas que consume, su economía está adentrándose en un período de 20 años de gran demanda de energía y su indicadores de eficiencia de consumo de energía son más que bajos. Pasará de producir 8 millones de autos a 30 millones en los próximos 10 a 15 años. En este escenario, sus fuentes de importación son y serán la ex-URSS, Medio Oriente e Indonesia. Aun así deberá avanzar masivamente en la explotación del shale gas y del shale petroleo, pero todo indica que no le alcanzará. Ello la obligará a tener una dimensión militar más y más activa en el Medio Oriente y Pacífico (siendo ya el primer comprador de petróleo saudita) así como más y más tensiones por las reservas de petroleo del Pacífico. Todo ello, vis a vis con un EEUU que en mediano plazo importará la mitad del porcentaje de hoy (un 55 al 60 %) y serán autosuficientes en gas gracias al boom del shale gas en su territorio continental. La eventual aprobación del gobierno de Obama del megaoleoducto “Keystone”, de 1900 km, que cruzaría de norte a sur el país, sería el complemento ideal de esta revolución energética en la superpotencia y por ende en el mundo.
La élite de la academia de las relaciones internacionales, de la mano de exponentes de la talla de Mearsheimer, Waltz, Walt y Snyder, nos viene advirtiendo en los últimos lustros sobre la necesidad de ser precavidos en anunciar un mecánico y terminal descenso del poder americano desde la cúpula del poder, así como de un inevitable y apacible ascenso chino. Lo que no cabe duda en ambos casos, y en especial en el caso de China, es que habrá que estar más que atentos a la interacción de su política exterior y militar de las transiciones que ha iniciado en su interior, al pasar de ser un gran exportador a tener que desarrollar más y más su mercado doméstico como fuente de dinamismo. En 15 o 20 años, la imagen que tendremos de China será sustancialmente diferente a la de hoy. En realidad, muchas de nuestras descripciones o hasta clichés del presente están llamados a mutar de manera radical. Sin ir mas lejos, la transición que ha comenzado de manera acelerada en el estado de Israel, que pasó de ser una “isla sin petroleo” en el mar del petróleo a ser una potencia gasífera de primera magnitud a partir de los hallazgos de gas en el campo petrolero offshore de Tamar (y ni que decir a futuro, con el yacimiento Leviatán, que está llamado a ser aún mayor y explotable, a partir del 2016). Y como si fuese poco la alianza estratégica entre Israel y su ex rival durante parte sustancial de la Guerra Fría, la ex URSS, la cual sirve para la comercialización y traslado del gas.
Todo ello, tendrá impactos contundentes en la geopolítica mundial. Empezando por un Washington que mantendrá sus intereses y presencia en el Medio Oriente y el Golfo Arábigo pero de una manera menos urgente y angustiante, dado que su seguridad energética será menos vulnerable a lo que allí suceda. Sí seguirán siendo netos importadores de energías sus aliados de Europa y Japón Ellos deberán más temprano que tarde darle mayor fuerza, capacidad de proyección y fuerza expedicionaria a sus componentes militares. Quizás mientras la Unión Europea se enfrente a fuerzas centrifugas en materia económico-financiera, los temas de defensa, seguridad e inteligencia provoquen tendencias centrípetas. Paradojas de la historia, siempre presentes. Ni que decir de lo perentorio que será para China un seguro y fluido acceso a los recursos energéticos de Asia Central y del Medio Oriente. Así como de consolidar su control e influencia sobre las reservas petroleras offshore que existen al parecer en mares compartidos con Vietnam, Japón, Singapur, etcétera. En este tablero es donde el poder diplomático militar de los EEUU parece haber puesto el eje para la próxima década, comenzando con un dato frío pero contundente: se espera que en la próxima década, el 60% de las principales unidades navales de combate americanas estén desplegadas en el Océano Pacífico. Un complemento de esa estrategia mayor, no siempre bien conocida y entendida en la Argentina, es la iniciativa del Pacífico que Washington está llevando adelante en materia político económico-comercial con Canadá, México, Colombia, Perú y Chile (casi el 90 % del PBI del hemisferio).
De la suerte y de la virtud, como diría Maquiavelo, de los Mandarines del siglo XXI y de los decisores de EEUU, su principal rival geopolítico pero socio en el capitalismo, dependerá de que esta transición desde el unipolarismo a un bipolarismo o multipolarismo desbalanceado (a favor de los EEUU y China) evite escenarios de violencia masiva e inestabilidad.