El Paraguay y la nueva Era Colorada

Fabián Calle

Luego del amplio triunfo del candidato colorado y poderoso empresario Horacio Cartes en las recientes elecciones en Paraguay, comenzará el proceso de normalización de la relación de este estratégico país (tanto en lo geopolítico como frente a las amenazas transnacionales como narcotráfico, tráfico de personas, migraciones ilegales, armas, productos piratas, narcoguerrillas, etcétera) con sus vecinos del Mercosur. Por esas vueltas del destino, los gobiernos autoproclamados de izquierda de Argentina y Brasil ya han comenzado a saludar e invitar a avanzar en el sendero de esa normalización a un candidato claramente no perteneciente a ese supuesto universo ideológico.

Se dejan atrás las tensas relaciones con el Partido Radical Liberal y a un presidente como Federico Franco, colocado históricamente más al centro que a la derecha. La culpa de Franco, la destitución del ex presidente Lugo. Cabe recordar que ese proceso, llevado a cabo con las amplias mayorías fijadas por la Constitución, por los legisladores colorados y radicales tuvo como algunas de sus explicaciones la rápida ruptura que el ex religioso y político paraguayo provocó al poco tiempo de llegar al poder con su aliado Franco.

A eso se le sumó el posterior intento de Lugo de meterse y manipular la interna del siempre poderoso Partido Colorado. Una estrategia de alto voltaje que inevitablemente tuvo sus costos. Tanto en el casino como en la política, el jugarse todo a un pleno tiene sus riesgos. Más allá de las propuestas electorales e historias partidarias y personales de Cartes y de Franco, el pasado proceso electoral demostró el escaso respaldo popular de los partidarios de Lugo. Asimismo, una amplia franja de la sociedad y ni que decir de los cuadros dirigentes políticos y sociales de Paraguay no dejan de advertir y recordar el doble estándar que se usó contra ellos.

La Argentina y Brasil repudiaron la destitución de Lugo hecha con las mayoría exigidas por la Constitución de ese país, y poco meses después aceptaron que no se cumpliese la Constitución de Venezuela, que determinaba que el sucesor temporal de Chávez debía ser el presidente de la Asamblea Nacional y no Maduro. Desde ya, se puede recurrir a aspectos emocionales (la voluntad del líder fallecido) y de “reconocer la realidad”, pero no deja de ser contraria a las leyes. Estos “detalles” no dejaron ni dejan de irritar a los paraguayos, siempre orgullosos de su historia y relación con sus grandes vecinos. Más aún cuando los medios de prensa más influyentes de la tierra guaraní no dejan de resaltar que la suspensión del país del Mercosur en el 2012 facilitó el postergado ingreso de Venezuela al bloque, dado que el Senado de Paraguay se negaba a aprobarlo. Esto mismo explica la razón por la cual Cartes desestimó recientes invitaciones protocolares y recomendó a Buenos Aires y Brasilia tomar como interlocutor a Franco hasta que se produzca el cambio concreto de la banda presidencial. Las políticas de poder y los dobles estándares siempre molestan e irritan, pero más a un pueblo orgulloso y prospero como es el Paraguay.

Ni que decir cuando los que aplican esas “injusticias” son países que tienen una retórica de crítica a las políticas de poder y cinísmo de superpotencias como los EEUU o de potencias como el Reino Unido. Asimismo, es hora de comenzar a ver con otros ojos al Paraguay. Empezando por un pujante crecimiento y un clima para negocios e inversiones que es considerado a nivel internacional como de los mejores del mundo en desarrollo (y ni que decir en América Latina). A futuro, la dirigencia argentina deberá saber que habrá un liderazgo paraguayo que dista de tener en alta estima al proceso político de nuestro país y que pese a ello, se deben buscar espacios de cooperación en temas claves, como las amenazas transnacionales antes indicadas (avanzar fuerte y decididamente en el desarrollo de infraestructura vial, portuaria, hídrica, etcétera). Las taras ideológicas y las máximas inflexibles nunca son buenas consejeras, menos aún en política internacional. Para aquellos que admiran liderazgos como el de Fidel Castro, cabe el recuerdo del pragmático y amigable trato que él mismo tuvo en su momento con Uribe y más recientemente con el presidente Santos de Colombia y el del  millón de barriles diarios (a 100 dolares cada uno) que Chávez le vendió desde 1999 al 2013 a los EEUU.