Pocos días atrás, Moisés Naim, el influyente especialista en temas internacionales y director de Foreign Policy, una de las revistas mas influyentes del mundo en estas materia, escribía en el diario El País de España una columna destinada a pedirle a la Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, una política mas activa y presente de su país en la protección e impulso de la calidad democrática e institucional en América Latina. En especial, en casos endebles y preocupantes, como el de la Venezuela post Chávez.
El propio Naim subraya que al momento de llegar al poder, Rousseff era considerada por los especialistas brasileños e internacionales menos propensa que Lula al pragmatismo extremo que lo llevó a buscar relaciones diplomáticas, políticas y comerciales optimas tanto con los EEUU, China, Europa Occidental, Rusia, los gobiernos bolivarianos, Colombia, así como con regímenes como el cubano, el libio (del derrocado Kadafi), Irán y del mismo Assad en Siria. Una verdadera re adaptación a la política de aquello que cantaba Roberto Carlos, “Yo quiero tener un millón de amigos“. El enfriamiento de la relación con Irán encarada por la nueva presidenta y una mayor importancia en foros y ámbitos internacionales de temas como los DDHH, dio sustento en cierto sentido a esas expectativas. No obstante, y por razones geopolíticas y estratégicas objetivas, que preceden y seguirán existiendo luego del o los mandatos presidenciales de Rousseff, Brasilia no quiere cambiar el núcleo duro de ese pragmatismo o estomago de teflón que suele caracterizar a las potencias o aspirantes a serlas.
El caso que más moviliza a Naim, hombre que se codea vía twitter y mediante sus escritos con la crema política, académica y política del mundo, es la de su Venezuela. Una mirada fría y sin taras ideológicas mostraría que las recientes elecciones en ese país distaron de tener las características de normalidad que se suele esperar de un proceso electoral. No sólo el 1.5 % de diferencia puso sal y pimienta a la situación sino también la aceptación inicial del gobierno de Maduro de proceder a hacer una revisión amplia del escrutinio para luego desandar en parte esa promesa. Si bien ha trascendido por medios periodísticos, que han demostrado tener una información actualizada de lo que sucede en Caracas y en la región, que Rousseff distó de tomar como algo positivo esa “desandar”, finalmente se decidió a convalidar la postura asumida por el ex canciller de Chávez y ahora su sucesor. Un poco de historia nos mostrará que la élite política del Brasil detectó tempranamente el rol y la importancia del movimiento chavista desde su ascenso al poder en 1999. Tener a un actor contestatario y crítico de Washington pero que al mismo tiempo no deja en ningún momento de exportar más de un millón de barriles diarios a la economía estadounidense, más que un enemigo y una amenaza a la superpotencia, se constituye en un activo importante para un poder brasileño en ascenso y con aspiraciones de consolidar su liderazgo desde el Canal de Panamá a la Antártida. No casualmente, el legitimo énfasis de Brasilia en el termino “Sudamérica” en lugar de “Latinoamérica”, esta última palabra tan cara y repetida en los años 60 y 70 por las diversas izquierdas latinoamericanas. Por esos caprichos de la geografía y la política, la izquierda, en especial la procubana, ha adoptado el termino Sudamérica, que deja afuera a la misma Cuba.
La difusión de gobiernos aliados de Chávez y Venezuela en la región han sido y son para Brasil un activo importante no sólo para esmerilar la influencia de los EEUU en su vecindario sino también para mostrarse en Washington no sólo como la única potencia económica y política de la zona en cuestión sino también como uno de los pocos interlocutores serios para los intereses americanos más sensibles. Un juego simple, pero no por ello menos eficaz. Mientras las palabras altisonantes y fricciones de los bolivarianos y la misma Argentina se han multiplicado con las administraciones Bush jr. y Obama, Brasil expandió sus contactos tanto a nivel público y privado.
Sin ir mas lejos, cabría recordar los numerosos encuentros entre presidentes y ministros de Washington y Brasilia. Ni que decir de la activa participación de empresas de defensa estadounidenses en la licitación para la compra de aviones de combate, la venta de misiles antibuque para la Marina y el rol también de compañías estadounidenses en la provisión de tecnología para el control militar del Amazonas. En el plano público-privado, la cotización de megaempresas como Petrobras y Vale en la Bolsa de New York.
El vivo interés de Brasil de buscar una extensión geográfica en la integración regional más que su profundización, como alguna vez se pensó en el Mercosur, camina en el mismo sentido. Los gestos y fotos que se han brindado Lula y Fidel Castro así como las referencia prudentes y amistosas de Rousseff a la isla comunista, marcan una linea de continuidad, en la que se combina el folclore para el ala izquierda del Partido de los Trabajadores (PT) con obras de infraestructura, exploración de petroleo en el mar cubano y aguijonear a EEUU sin cruzar ciertas lineas rojas que Brasil no cruza ni cruzará durante un tiempo más que prudencial.
Estos son algunos de los múltiples motivos para que la botella lanzada al mar por Moisés Naim diste de tener respuesta (y menos una favorable) en Brasilia. De más está decir que esto será así siempre y cuando la situación no se desmadre política, militar y socialmente en la Venezuela post carismática y sujeta a fuertes problemas económicas, de infraestructura y de seguridad ciudadana. Asimismo, cabe reconocer que si Cuba ejerce la influencia que muchos observadores de diferentes signos y orientaciones reconocen sobre Venezuela es lógico esperar que la situación institucional y de las practicas democráticas y republicanas sigan en un sentido contrario al que desearía Naim. Dado el ideológicamente coherente desprecio que tiene que sentir un marxista leninista convencido por las prácticas burguesas y occidentales de los procesos electorales universales de una persona un voto y las lógicas de mayorías y minorías con derechos constitucionales. Los cuales son aceptados, siempre y cuando den la victoria.