Las crisis de 1929 y 2008: fertilizantes de modas autoritarias

Fabián Calle

La crisis financiera del 2008 en Wall Street ha producido numerosos análisis más o menos profundos sobre los paralelismos entre ese maremoto económico, tan bien reflejado en el film Too big to fail, y el colapso económico a escala mundial en 1929. Con una combinación de suerte y virtud, diría Nicolás Maquiavelo, los EEUU contaron en 2008 con la presencia al mando de la poderosa Reserva Federal de Paul Bernanke, quizás uno de los mayores especialistas y teóricos sobre lo que se vivió en los ’20 y comienzos de los años ’30. Las medidas asumidas, muchas de ellas duras y polémicas, le permitieron a la superpotencia evitar un colapso de su economía y con ella del sistema financiero internacional en su totalidad.

Por ser el 25 % del PBI mundial y poseer la principal reserva de valor que aún se usa en el mundo, incluso los lideres antiestadounidenses confían en el dolar o en el también occidental euro para sus ahorros personales; lo que sucedió durante estos años en la economía y las finanzas de Washington fue de vital importancia a escala global. Una de las estrategias de los gobiernos de George W. Bush y luego de Obama en conjunción con la Reserva Federal, fue incrementar radicalmente la emisión de dolares, lo cual ha motivado una sobreabundancia de este circulante verde a escala global y ni que decir en países emergentes que atraen inversiones como Brasil, México, Chile, Perú y Colombia. La excepción son aquellos Estados como Argentina y Venezuela en los cuales el problema es la carencia de esos dolares y la puja de parte significativa de su población y dirigencia en preservar sus ahorros en esa moneda para limitar el impacto de altas inflaciones. Cabe imaginarse el escenario complejo que se dará cuando, necesariamente, los EE.UU comiencen en pocos años a absorber esos grandes sobrantes de dólares para evitar una excesiva devaluación de su moneda.

Estudios clásicos del campo de la economía y de la ciencia política nos recuerdan cómo la apocalipsis socioeconómica del 29 acentuó dos tendencias en donde se combinaba diferentes cuotas de ideología, enojo, decepción y desesperación: la desconfianza hacia las prácticas y las fuerzas del mercado capitalista y la visión de que las democracias dotadas de instituciones republicanas eran regímenes decadentes y que estaban perdiendo el tren de la historia. En su lugar, “la especie mas apta” para la la nueva realidad eran una amplia gama de totalitarismos de izquierda o derecha así como versiones menos virulentas como dictaduras militares y/o civiles y democracias con poco de repúblicas y mucho de corporativismo y control estatal. La década del 30 se llevaría puestas democracias del primer mundo como Alemania, acentuaría el autoritarismo en Japón y descarrilaría la institucionalidad en la misma Argentina, Brasil, etcétera. La masacre de la Segunda Guerra Mundial iría poniendo las cosas en su lugar.

Una democracia republicana surgía victoriosa de la guerra, con el monopolio nuclear, el control sobre el 50 % del PBI mundial y un entramado de instituciones internacionales creadas por Washington para evitar un nuevo 1929 y otro 1939, inicio de la guerra. La estrategia de contención al comunismo implementada a partir de 1946-47 e impecablemente explicada y trazada por G. Kennan en su clásico Las fuentes de la conducta soviética, tenía como medio y fin al mismo tiempo la democratización y desarrollo de Alemania y Japón en particular, y de Europa y Asia en general. A casi 70 años del fin de la guerra mundial, un repaso por el listado de los países con mayores ingresos per cápita, expectativa de vida y calidad de educación y ciencia en el mundo nos muestra la abrumadora presencia de países capitalistas y democráticos-republicanos, presencia que también queda en evidencia en el denominado Grupo de los 20. Los debates existentes desde comienzos de los años 70 referentes a la erosión hegemónica americana dieron lugar en menos de dos décadas al análisis y debate sobre la unipolaridad y la masividad del poder estadounidense. Ya en 1982 un teórico de las relaciones internacionales de la importancia de Robert Gilpin, en su libro Guerra y cambio, advertía que había que ser cuidadosos al anunciar lineales e inevitables caídas en el poder de Washington, agregando que al menos tres factores podían retardar y hasta cierto punto revertir este destino fatal: 1) la aparición de un fuerte liderazgo político dotado de capacidad de generar confianza y movilizador de energía morales, económicas y sociales; 2) la maduración de una revolución tecnológica-industrial; 3) el ganar una guerra que provoque mas activos de poder, prestigio y atracción.

Una mirada de los EEUU desde esa fecha hasta los años de la post guerra fría o los 90 pondría en evidencia que los tres fenómenos se dieron de manera casi sucesiva. Primero, Reagan y su revolución conservadora; luego, la tercera revolución industrial de la mano de inventos del Pentágono como la intranet luego mutada en internet y el GPS y de genios informáticos como Jobs y Gates y tantos otros, y por último, el colapso incruento de la Unión Soviética y en menor medida la guerra contra Irak de 1991. Habría que esperar hasta bien entrado el siglo XXI para el debate “decadentista” volviese a estar en la palestra.

Volviendo a 2008, asistimos a ciertos síntomas que como vimos se dieron ya con posterioridad a 1929: criticas y desconfianza en el capitalismo y las fuerzas del mercado y la creencia de que ciertos tipos de autoritarismos o “democraduras” pueden ser más aptas para enfrentar y desarrollarse en el nuevo escenario internacional. Así como una acentuación de ciertas posturas nacionalistas, la visualización del mundo más como amenaza que como oportunidad y la búsqueda de identidades o raíces telúricas.

Por esas paradojas crueles que suele presentar la historia, la idea del atajo autoritario, de democracias electorales vaciadas de componentes republicanos o “democracias Casino” (el que tiene una mayoría electoral aunque sea leve se “lleva todo” como si fuese un pleno en una mesa de ruleta), para asegurar y acelerar el desarrollo y la modernización de un Estado, fue ampliamente analizada e impulsada desde la centroderecha académica americana de la mano de politólogos como Samuel Huntington en su obra El orden político en las sociedades en cambio, de 1968. También fue estudiada y criticada por el cientista político mas importante que tuvo Argentina, Guillermo O’Donnell, en sus clásicos Burocrático autoritario y Modernización y autoritarismo, contemporáneos del libro de Huntington. Los gobiernos militares de orientación anticomunista en América Latina, Brasil 1964, Argentina 1966 y 1976, Chile 1973, etcétera, eran exponentes de ese modelo. Cuatro décadas después, sectores autoproclamados de izquierda o centroizquierda parecen volver a creen en vías rápidas y ven a las practicas republicanas como trabas al “cesarismo modernizador” y dotado de toda sabiduría.

Las estadísticas internacionales serias nos mostrarán a lo largo de los próximos 10 a 20 años finamente cuál de los modelos hacen vivir más seguros, mas prósperos, más educados, con más derechos y garantías y con menos miedo y corrupción a su población. Más allá de los fríos números, a nivel filosófico dos gigantes de la filosofía como fueron y son Maquiavelo y Kant, pertenecientes a corrientes tan diversas como el realismo y el liberalismo, ya nos indicaban, en los siglos XVI y XVIII respectivamente, la capacidad de las repúblicas para ser Estados usualmente más prósperos, justos y bélicamente más exitosos que las tiranías, absolutismos y estructuras feudales.