Durante largas décadas dos sujetos políticos se miraron con desconfianza, desprecio y profunda rivalidad. Nos referimos al comunismo y al populismo. Este último, detalladamente explicado ya a mediados del siglo pasado por pensadores de la talla de Gino Germani. América Latina, escenario prolífico de lo que la ciencia política define como el fenómeno populista durante el siglo XX, fue testigo privilegiado de ello. Los partidos comunistas tendieron a actuar de manera defensiva o confrontativa con los caudillos populistas, baste recordar las elecciones de 1945 en la Argentina y las graves tensiones existentes en durante la hegemonía del populista Vargas en Brasil. Por su parte, el populismo, que tal como afirmaba Germani se caracteriza por la reafirmación de encarnar la Nación y la patria frente a enemigos internos y externos, caracterizaba al comunismo como una ideología foránea y al servicio de intereses de una potencia extranjera, en este caso la Unión Soviética. Un diálogo irreconciliable entre un nacionalismo inclusivo, movilizador, reforzador de tradiciones y prácticas patrióticas y telúricas y fóbico al uso del termino o idea de “Partido” versus un “Partido” Comunista con su premisa en las clases por sobre lo nacional.
Esta brecha insuperable se remonta ya a los escritos del mismo Karl Marx al mediados del siglo XIX al tratar brevemente en algunos de sus escritos a figuras de caudillos políticos y militares admirados y respetados por las tradiciones populistas y no populistas de América Latina, tal es el caso de Simón Bolivar. Marx no dudaba en definirlo como un caudillo “bonapartista” con todo lo negativo que este termino representa en el ideario del filosofo alemán. De hecho, el descalificativo de bonapartismo era uno de los preferidos por la izquierda con terminal en la URSS para hacer referencia a los lideres populistas que no tenían en sus planes la implementación del proyecto de una dictadura del proletariado, siendo vistos como actores funcionales al capitalismo y a la burguesía. El colapso soviético en 1989-91 y aun antes, en 1979, con el giro hacia el capitalismo y prácticas pro mercado en China, dejaron a la izquierda latinoamericana desprovista de su referente político e ideológico así como de la fuente de financiamiento.
La década de los 90 marcaría una reorientación para buscar una interacción más profunda con dos fenómenos ajenos tradicionalmente al marxismo-leninismo, tal como es el caso del populismo y del indigenismo. El caso de Venezuela pos ascenso de Chávez en 1999 pasaba a ser fundamental, en lo económico y en lo político, para el aislado baluarte cubano. Más de 100 mil barriles por día de petróleo o 10 millones de dolares diarios a precio de hoy fueron el pilar de ese vínculo que con el tiempo sería llamado como el socialismo del siglo XXI o revolución bolivariana en Venezuela y luego en Bolivia y Ecuador. La figura política de Chávez pasará a la historia seguramente como el primer caudillo populista que cumplía con el ABC que citaba Germani para explicar este tipo de liderazgo, y que estaba dotado de un sistema de ideas fuertemente influenciadas por conceptos marxistas. Las características básicas de los gobiernos populistas son la identificación del movimiento con la patria, la relación directa sin mediación de instituciones entre el líder carismático y las masas, la invocación al patriotismo y el nacionalismo, la visión que oponerse al movimiento es oponerse al destino de la Nación, la inexistencia del concepto de frenos y contrapesos institucionales, la fusión de la idea de movimiento, gobierno y patria, la permanente referencias a amenazas externas, etcétera.
El ya famoso “ni yankees ni marxistas” del General Perón refleja como pocos la idea de diferenciarse de ideas foráneas o apátridas, como gustaba decir a las corrientes más nacionalistas del movimiento. A seis décadas de las obras de Germani sobre el fenómeno populista, América Latina transcurre un periodo en donde se han ido fusionando y confundiendo términos como populismo bolivariano, marxismo e indigenismo y que sólo un líder de carisma, retorica y cintura política como Chávez podía articular. Entre su ala izquierda más proclive a terminar cuanto antes fuese posible con “farsas burguesas” como las elecciones democráticas y otra de orientación más nacionalista proclive a legitimar al gobierno por medio del recurso a las urnas o una democracia electoral pero con la menor cantidad posible de división de poderes y mediación institucional. Al llegar al tema del nacionalismo, cabe indicar que los civiles y militares enmarcados en este ideario tienden a ver con malos ojos la injerencia sistemática de cualquier país, sea en el pasado los EEUU o Cuba más recientemente. Si bien pueden aceptar la acuerdos tácticos y estratégicos de cooperación entre esta última y Venezuela, difícilmente aceptaran el rol de títere o protectorado. Ésa es la sustancial diferenciación entre nacionalista y alguien que pone la ideología por encima de la patria y su historia y tradiciones. La muerte de Chávez, problemas económicos como el desabastecimiento de productos básicos, alta inflación, bajo crecimiento, altos niveles de inseguridad, la escasez de divisas extranjeras (pese a la entrada de mas de 100 millones de dolares diarios a la economía venezolana de la mano de la venta de un millón de barriles a los EEUU) y la muy avanzada edad del último exponente de la Guerra Fría, Fidel Castro, conforman un panorama de alta complejidad.
La reciente grabación que ha circulando en los medios de prensa del mundo entero entre el periodista estrella del chavismo y un interlocutor cubano no hacen más que reflejar parte de los desafíos que existen y las tensiones internas. Se verá si Maduro, inclinado fuertemente desde su juventud a la opción más pro cubana, logra seguir articulando y haciendo viable la convivencia con el alma populista y nacionalista que tiene la revolución bolivariana o decida buscar ir hacia un régimen que de una u otra forma se decida dar por cerrada los “remanentes burgueses” de democracia y mercado. Avanzar en ese sentido es todo un desafío dado que será un fenómeno inédito. Más aún cuando puede darse en un escenario de una Cuba post Castro y una China comunista que consolida sus reformas pro mercado, acumula un trillón de dolares en bonos de deuda de los EEUU y envía año a año miles de sus jóvenes a estudiar ingeniería y otras carreras a las mejores universidades americanas.
Más pronto que tarde, el Brasil en su condición de hegemón regional deberá hacer el cálculo estratégico sobre si los beneficios del bolivarianismo contestatario a los EEUU, que tanto lo ayuda en darle mayores márgenes de poder a Brasilia en la región, en fase de profundización, son mayores que los efectos y consecuencias que la pulsión de escapar hacia adelante por medio de una una mayor radicalización ideológica en Caracas. Dando por válidos los resultados de las pasadas elecciones en Venezuela, no da la sensación de que un país donde el oficialismo gane por 1.4 % se puede atribuir el mandato de un dominio total e indefinido en el país. Un antecedente peligroso a futuro para eventuales gobiernos con agendas de derecha, que busquen imitar y aplicar a su favor la combinación de militarización, manejo discrecional de los fondos públicos y obturar la alternancia en el poder del bolivarianismo. En este caso, la izquierda, especialmente la democrática que acepta o digiere como puede estos excesos en nombre de la igualdad y la lucha contra los abusos del capitalismo, tendrá poco plafón y autoridad moral para criticar esta eventual tendencia neoautoritaria desde el otro flanco ideológico.