Una década atrás hacer referencia a Colombia llevaba a informados y desinformados a la idea de narcotráfico, guerrilla y violencia. Si había que ponerlo en imágenes: polvo blanco de cocaína, uniformes camuflados y selva. Un cliché injusto dada la riqueza cultural, política y social de ese país, pero sin duda una foto que reflejaba parte sustancial de una cruel realidad. Dos mandatos del ex presidente Álvaro Uribe y el que ahora transcurre de Juan Manuel Santos nos deparan una imagen sustancialmente distinta. Esas pesadillas del pasado siguen presentes, pero redimensionadas, no sólo por la perdida de poder relativo de esos fenómenos amenazantes para cualquier sociedad civilizada, sino también por la multiplicación de datos positivos en materia social, económica, comercial, de seguridad y política internacional. Más allá de la disputa política y celos existentes entre estos dos líderes políticos y ex aliados, no cabe duda de que han guiado con sus aciertos y errores a Colombia en un sendero que sorprende a propios y extraños. Algunos de esos datos alentadores tienen como correlato un impacto en la Argentina. Tal es el caso de las estadísticas internacionales que han comenzado a colocar al país caribeño con un nivel de PBI mayor que el nuestro. Ni que decir de la escalada de inversiones internacionales al mismo vis a vis el descenso de la Argentina en ese listado.
La voluntad de la dirigencia y la sociedad colombiana ha logrado amputar a las guerrillas de las FARC sus más de 20 mil efectivos armados y combatientes a fines del siglo XX a una cifra en torno a los 7 a 9 mil, así como haber decapitado parte sustancial de su cúpula político-militar. No casualmente, el proceso de paz lanzado por Santos con los buenos oficios de Cuba y Venezuela ha progresado de manera lenta pero firme en los últimos meses. Nadie puede descartar un fracaso o un párate más o menos traumático, pero no cabe duda de que los farquianos más lucidos deben haber asumido que ésta es quizás su última oportunidad antes de una solución más traumática.
En materia económica, ni qué decir. Una combinación de crecimiento y baja inflación, fórmula que es considerada por algunos reinventores de la rueda como algo imposible o quizás innecesario. Paradojicamente, la tierra de “realismo mágico” de García Marquez prefiere opciones más realistas y compatibles con las historias de éxito de largo plazo y sustentables en esta materia. Todo ello combinado con la progresiva conformación de un nuevo prometedor espacio de integración e intercambio comercial tal como la denominada Alianza del Pacífico impulsada conjuntamente por EEUU, Canadá, México, Colombia, Perú y Chile. Mirando estos imponentes mercados, pero también con proyección al área que es y será la más dinámica del mundo -la zona Asia-Pacífico. De manera pragmática, el propio Brasil busca y buscará algún tipo de interacción y diálogo con este espacio si sigue dando muestras de continuidad y consolidación. Brasilia sabe que la ideología o las premisas rígidas y dogmáticas no son buenas consejeras en materia de política internacional. Ni que decir China.
El gobierno de Santos ha tenido la rara habilidad de pivotear sus gestos y agendas en un delicado equilibrio. Por un lado, ha recibido fuertes criticas de Uribe y otros sectores colocados a la derecha del escenario por la recomposición de relaciones que encaró con Chávez en vida y luego con sus sucesores, paso fundamental para recuperar el intenso flujo comercial entre ambos países así como para condicionar y reducir el supuesto rol del territorio venezolano como retaguardia estratégica y política de las FARC. El mandatario colombiano anexó a esto una carta que también supo usar Uribe, la de un diálogo directo y amigable con el patriarca comunista Fidel Castro y su hermano Raúl.
Tal como indicamos en una nota previa, la propia buena química con Chávez fue una de las cartas que pragmáticamente usó Uribe entre el 2002-2007. La laxitud de Santos con el eje comunista-bolivariano que molesta a algunos, se acopló a otros movimientos que montaron en cólera a estos últimos. Tal es el caso de la cordial reunión de Santos con el dirigente venezolano Henrique Capriles. La furiosa reacción de Caracas, tanto de Maduro como de Diosdado Cabello, el verdadero poder dentro del poder, era seguramente un costo anticipado por Bogotá. Pero aun así, una estrategia de relacionamiento que piense en el mediano y largo plazo no puede desconocer la marea electoral que apoyó a Capriles y que le hizo perder por muy poco, si uno cree en la transparencia del proceso, o lo habría hecho ganar por un margen menos estrecho si uno se guía por informaciones que han circulado con insistencia.
Otra patada de Santos en el avispero bolivariano fue la apertura de un canal de diálogo e interacción con la estructura de defensa por excelencia del mundo occidental, la OTAN. Sin que obviamente implique sumarse formal y orgánicamente, ese vínculo constituye una experiencia de gran valor para los militares colombianos. Al igual que en cualquier profesión del mundo, lo ideal es ligarse a los que están más avanzados en cada área de cuestión. El patriotismo no requiere de aislamiento o de ponerse en combinación con estructuras de menor calidad y capacidad.
En materia de narcotráfico, los estudios más serios realizados a escala internacional muestran un estancamiento en la producción de cocaína y de hecho el paso, por primera vez, de Perú como primer productor de esa droga, quedando Colombia en un segundo lugar. Asimismo, para pesar de otros países de la región, un creciente flujo de cuadros medios y altos de los cárteles y grupos delictivos de ese país buscan nuevos destinos para vivir la buena vida o para continuar con sus actividades ilegales. En especial, países con dinámicos mercados de consumo en el Cono Sur y Brasil así como con fuerte flujos comerciales y turísticos con la Europa que consume más y más cocaína. Sabiamente, Bogotá ha impulsado un activo diálogo y cooperación en materia antinarcóticos con Brasil y con México, puente de las 400 toneladas de cocaína que ingresan a EEUU, faltando quizás un proceso semejante y con buena predisposición de ambos y sin trabas ideológicas con la Argentina.
El panorama dista de querer mostrar a Colombia como un caso de éxito lineal, pero sí evidenciar cómo ha tenido la capacidad de superar pesadillas que llegaron a su máxima expresión y estuvieron por transformarla en un verdadero Estado fallido, así como una advertencia de lo que ocurre y puede ocurrir en países que por descuido, ignorancia, taras o confusión, no asuman los riegos que representa el narcotráfico y la violencia delictiva y hasta de raíz política.