El escenario de agitación social y traumática polarización política que se vienen generando en algunas democracias de países en vías de desarrollo cómo Ucrania, Venezuela y Tailandia han colocado nuevamente en el centro de la escena la cuestión de la estabilidad de gobiernos y regímenes en la periferia. Uno de los consensos más fuertes existente en la ciencia política de las últimas décadas es la mayor marginalidad que adquieren situaciones de golpes de Estado clásicos ejecutados por las instituciones militares respaldadas por sectores políticos y sociales.
Eso es particularmente evidente en América Latina. La Argentina es un claro ejemplo de ello, con media decena de mandatarios que por diferentes razones no terminaron sus mandatos constitucionales desde 1983 en adelante. Esta fenómeno ha llevado a académicos cómo Aníbal Pérez-Liñán, politólogo argentino radicado en EEUU, a escribir el relevante y provocador libro titulado Presidential Impeachment and the New Instability in Latin America (2007). Su análisis se centra en las crisis y juicios políticos que terminaron con presidencias pero no con la democracia electoral entre 1992 y el 2004 en países como Brasil, Venezuela, Colombia, Ecuador y Paraguay. En las últimas décadas, afirma, no bajó el nivel de inestabilidad política, sino la forma en que ésta se da. Los escándalos aislados de corrupción no tienen un peso determinante en la gestación de estos fenómenos. No obstante, fuertes caídas en la popularidad del Ejecutivo por cuestiones económicas suelen alentar mayor producción y mayor atención pública de informes sobre prácticas cleptocráticas y desmanejo de los recursos públicos. Si a esto se le suma agitación y movilizaciones callejeras, las posibilidades de precipitación institucional se incrementan fuertemente.
Un Ejecutivo dotado de una masa crítica de legisladores leales o al menos no dispuestos a romper lanzas definitivamente es un escudo frente a todo ello. Una presidencia que tienda al aislamiento y a descuidar o desgastar su relación con los legisladores es un peligro para su propia estabilidad. Otras de las conclusiones es la dificultad que presentan la mayoría de los países en los cuales se producen estos traumas para aprovecharlos para profundizar y consolidar los componentes republicanos de la democracia y sus instituciones. A ello agrega que estos procesos destinados a controlar poderes ejecutivos que han abusado de su posición suelen actuar sobre hechos consumados y no llegan a prevenirlos a tiempo. Así, se pasaría del dejar hacer de manera delegativa a precipitar su salida.
Un factor central a considerar es cuando se combina movilización social masiva y persistente con mecanismos de mediación que no funcionan adecuadamente. Allí, hay claramente mayores posibilidades de crisis agudas. Ni que decir en los casos nacionales caracterizados por una aguda polarización política y social así como la recurrencia a la violencia y la intimidación.
Más recientemente, Pérez-Liñán afirma que frente a la crisis internacional que se desencadenó en el 2008, los mayores lazos comerciales con el Pacífico y China y los altos precios de las materias primas actuaron cómo un factor de protección de los países de la región, lo cual sin duda tendrá como contracara una mayor influencia política china sobre estos estados. También, sostiene que hay economías que tienen perspectivas de largo plazo más allá de los problemas que surjan, en tanto que otras en su visión resultan más erráticas cómo Venezuela y Argentina.
Lograr cierta previsibilidad y moderación en los ciclos políticos es clave para estabilidad económica e institucional. No duda en afirmar que la amplia mayoría de la región está poblada por regímenes democráticos, pero tampoco deja de visualizar que su consolidación es y será tortuosa. Todo ello pese a la nítida tendencia de los militares a no volver a intervenir en manera clásica en golpes.
A diferencia del pasado, los gobiernos no caen por asonadas, pero aun así sigue habiendo inestabilidad políticas. Actores claves, a veces el Ejecutivo y otras menos el Congreso, tienden a abusar de su poder. Las movilizaciones sociales por hechos conmocionantes, sea crímenes, crisis económicas, escándalos de corrupción, etcétera, son nuevos disparadores de fines anticipados. Por ahora los Presidentes son inestables, pero los elementos básicos de la democracia no. Mas aún en un escenario de menor crecimiento o aun de decrecimiento económico como el que presentan varios países del área. Bajado al caso concreto de la Argentina, una revisión de los indicadores y variables propuestos por Pérez-Liñán tiende a reforzar aquellos análisis que se orientan a pensar en los plazos políticos electorales previstos por la Constitución, o sea fines del 2015. No queda tan claro, no obstante, siguiendo la misma matriz metodológica, si será el caso de Venezuela. Sin que ello implique necesariamente la caída de la totalidad de la estructura de poder que montó Chavez junto a su pilar básico, los militares.