El gran desafío del postkirchnerismo

Facundo Chidini

“El resentimiento es la emoción del esclavo, no porque el esclavo sea resentido, sino porque quien vive en el resentimiento, vive en la esclavitud.” 

F. W. Nietszche

Uno de los grandes problemas que nos deja esta década y que tenemos el desafío de resolver como sociedad si queremos progresar es, quizá, en apariencia intangible, pero está presente diseminado en los diferentes sectores de la ciudadanía. Me refiero al resentimiento, ese estado de ánimo que surge de la interpretación de que hemos sido víctimas de una acción injusta que nos impidió obtener lo que merecíamos, negándonos determinadas posibilidades que consideramos que teníamos derecho. Y que, por supuesto, hay un responsable, que tarde o temprano pagará; en algún momento nos vengaremos por lo sucedido.

Este esquema sobre el que se sustenta el resentimiento está compuesto por promesas y expectativas esperadas que no son cumplidas y que entendemos como sociedad que nos pertenecía legítimamente el derecho a obtenerlas. Asimismo, vale agregar que no basta con el mero incumplimiento de la promesa sino también es fundamental que se obstruya, por acción u omisión, la posibilidad de manifestar nuestro reclamo.

Es allí donde nos encontramos con un gobierno nacional que fragmentó la sociedad, instalando la violencia retórica y fáctica en algunos casos, haciendo oídos sordos a diversos reclamos sociales y que no pudo materializar sus promesas iniciales, desilusionando a muchos que creyeron en él; como también, en este sistema, aparece la oposición, que por lo menos hasta ahora, no supo, no quiso o no pudo canalizar los reclamos en acciones políticas con cimientos sólidos y perdurables en el tiempo.

Esta situación lleva a la dicotomía de oponerse ferozmente al estado actual de las cosas que nos hizo víctimas de una injusticia, pero por otro lado se interpreta que no hay nada que se pueda hacer para cambiarlas. Entonces, este terreno de impotencia, es decir de falta de poder, es ideal para que florezca silenciosamente el resentimiento en lo más profundo de las entrañas de la sociedad.

El resentimiento es extremadamente destructivo para la convivencia social, en donde hay más sufrimiento que felicidad para las personas afectadas. También, como si fuera poco, a esto se le suma la limitación en la capacidad de generar acción ya que se sumergen en una conversación que niega aceptar lo sucedido, se nutren de más hambre de justicia y acusación de culpabilidad; esperando el momento propicio para hacerlos pagar por lo sucedido. De esta manera, el pasado conquista al presente y se limita el espacio para pensar el futuro.

Nietzsche -uno de los pensadores que más desarrolló este tema- entendía que el resentimiento hiere la convivencia con los otros; pero por sobre todas las cosas, le quita la libertad al ser humano, lo transforma en esclavo de la persona que entiende como culpable. El resentimiento nos hace vivir en función de la persona con que estamos resentidos, con odio y obsesión por la venganza que algún día llegará.

En estas circunstancias, si queremos cambiar la realidad actual, es necesario entender y aceptar que hay cosas pasadas que no podemos cambiar. Es fundamental dar por cerrado el pasado. Esto no quiere decir que olvidemos lo sucedido, que absolvamos a los responsables ni que evitemos acciones legales correspondientes, sino que es una actitud que trasciende esta situación para poder aprender de los errores y liberarnos de semejante carga que nos condiciona para entrar de lleno en el camino hacia la transformación del futuro.

Debemos madurar como sociedad si anhelamos liderazgos que comprendan la complejidad de las relaciones sociales, las instituciones que las regulan, pero por sobre todo que aprovechen los ciclos de auge económico para lograr proyectos colectivos que no terminen siendo la venganza de tiempos remotos. Dejar de lado el resentimiento, abandonar las ataduras del pasado y respetar al otro, es el primer paso.