Por: Fernanda Gil Lozano
Los últimos 20 días estuvieron permeados en la cobertura de los medios, más allá del proceso electoral, por situaciones y hechos de mucha violencia: gente que dispara porque alguien le ocupa un lugar de estacionamiento, una mujer fue asesinada por otra vecina por quejarse de sus perros, nuevamente el cuerpo sin vida de mujeres muy jóvenes tiradas en terrenos baldíos, y como frutilla del postre un “papá” que por deudas consideró posible cometer el simulacro de secuestro con su hijita, de un año y medio, para conseguir dinero de sus amigos.
Hubo otros hechos también muy terribles, claramente relacionados con los famosos “privados” que existen en lujosos departamentos de Recoleta y Retiro como tantas otras denuncias de violencia de género y por situaciones domésticas sobre todo hacia adultos mayores que no llegan a los medios. Diferentes cronistas y gente especializada en seguridad, muy respetables en sus disciplinas respectivas, se expresaron ante las situaciones espantosas, señalando al perpetrador como un “loco”. Así se reduce a la particularidad absoluta una situación que lo que grita es una enfermedad social estructural llamada “violencia”.
Estamos enfermos de violencia, y ni siquiera voy a tocar el tema del fútbol, se lo dejó a los especialistas como Pablo Alabarces que ya algo han escrito y vaticinado sobre este actual descontrol, como las consecuencias naturales de no haber tomado medidas activas con las barras bravas y otros estamentos del deporte.
Mi intención es reflexionar sobre esta cómoda manera de pensar: que mientras creamos que el gendarme está loco y no seamos capaces de ver la relación de las fuerzas de seguridad con las mafias y la trata de personas, mientras nos quedemos pensando que la anestesista es una loca y no veamos la violencia como enfermedad social y estructural de las relaciones cotidianas en Argentina, cada vez, vamos a encontrar más cuerpos a la vera del camino como en Salta y gente “muy loca” que te va a disparar porque no le respondiste cuando te digan “buenos días”.
Hay que dejar de pensar que los delincuentes, que los malvados son locos, son categorías diferentes: la anestesista que disparó el auto de otra persona es una delincuente muy peligrosa que debería estar muy vigilada, no en un psiquiátrico; el gendarme no hubiera podido hacer ni la mitad de cosas que declaró haber hecho sino hubiera contado con la complicidad de las fuerzas de seguridad que conocía muy bien; y finalmente, la mujer que mató a su vecina por los perros tenía decenas de denuncias hechas pero desde el Estado no hubo ninguna instancia que reaccionara en tiempo y forma.
Deseo como ciudadana de este país que haya gente en la gestión que pueda ponerle el cascabel al gato aunque sea en principio, en los diagnósticos. Este es el primer paso para entender la totalidad de la situación.