Ha querido el azar que dos mujeres pertenecientes a la misma clase social y a la misma familia militar, se enfrenten electoralmente compitiendo por la presidencia de la República de Chile el pasado 15 de diciembre.
Ofrecieron dos opciones para saldar una deuda de cuarenta años abierta con el derrocamiento de Salvador Allende seguida por la tortura y muerte del general Bachelet a manos de sus camaradas, entre ellos Mathei, el padre de Evelyn, candidata derrotada en estas elecciones.
Bachelet a la cabeza de una coalición de centroizquierda, Mathei liderando una coalición de centroderecha, aspirante a suceder en el poder a Sebastián Piñera. Ha ganado en segunda vuelta la candidata del partido Socialista Chileno, heredero legítimo de Salvador Allende.
¿Una rutina el cambio de gobierno en la democracia chilena? No me parece. Esta elección es una ruptura -veremos cuán importante en los próximos años- en la transición a la democracia que inauguró el demócratacristiano Alwyn en 1989.
Como estoy sosteniendo la transición argentina fue no pactada. Por el contrario en Chile la transferencia de poder fue larga, compleja y pactada. Las Fuerzas Armadas de Chile (FACH, en adelante) impusieron no solamente un modelo económico fortaleciendo el mercado y la apertura de su economía, sino también un modelo social y educativo consistentes.
Un Estado muy fuerte -como siempre tuvo Chile desde su independencia- abrió las compuertas de la actividad política democrática bajo la tutela de las FACH, que mantuvieron el cobre en manos del Estado pero redituando parte de sus beneficios directamente a las FACH, las mejor equipadas de la región.
El pacto implícito entre los vencedores y los vencidos de 1973 tuvo por lo menos dos condiciones: la vigencia del modelo económico libre y abierto, modelo social disciplinado y modelo educativo competitivo en el mercado.
La condición política establecía la exclusión del Partido Comunista de cualquier participación. Casualmente la guerra fría concluía con la disolución de la Unión Soviética en el mismo momento en el cual Chile recuperaba la democracia. Sin embargo, el anticomunismo de Pinochet, con claras raíces en la doctrina de la seguridad nacional, estableció un sistema de elección denominado binominal que impedía la elección de representantes comunistas.
Así funcionó hasta ahora. Los últimos presidentes de la Concertación, Lagos y Bachelet, fueron electos en segunda vuelta con los votos del Partido Comunista que no ingresó, sin embargo, en sus gobiernos. Como en España o Italia, el Partido Comunista ayudaba a ganar pero no a gobernar. Ayudaba a la Concertación a acceder al gobierno pero no colaboraba en su gestión.
El gobierno de Piñera tuvo en el espacio social educativo la primera protesta social de envergadura, la movilización de los estudiantes secundarios inicialmente y universitarios luego que desafiaron el orden disciplinario implícitamente aceptado por la Concertación.
Estas protestas encontraron eco en la sociedad chilena: el desparpajo de los estudiantes atrajo simpatías y despertó reflejos antiguos en una sociedad que sabe más que otras de la inequidad social porque no se mide en estadísticas de ingreso sino en el trato desigual: paternal a veces, distante y jerarquizado siempre.
La educación chilena de mercado dejó a las universidades públicas sin presupuesto, abiertas pero carentes de medios para investigar, ajenas a la formación de élites plurales mientras colegios y universidades privadas competían con fortuna -y por fortunas- en el mercado. En el Chile actual el modelo económico, social y educativo son perfectamente consistentes.
Es esta consistencia la que ha sido cuestionada por las movilizaciones estudiantiles y sociales. Son estas reivindicaciones contra un modelo puro y duro las que explican el amplio triunfo de Bachelet, pero advierten que los defensores del modelo vigente han logrado un muy aceptable 34% de votos conservadores.
En estos cuarenta años pasados Chile está dejando el subdesarrollo si es que no lo dejó atrás, dicen los partidarios del modelo. Ricardo Lagos casi terminó con la indigencia y redujo la pobreza, Bachelet continuó evitando que la pobreza se incrementara; nadie puede confundir los gobiernos de la Concertación con estrategias neoconservadoras pero no pudieron evitar que Chile siga siendo un país desigual e inmóvil.
El regreso del Partido Comunista pequeño y activo no alarma a nadie pero es apenas la punta del iceberg social. La nueva mayoría de la presidenta Bachelet todavía no asumió el gobierno y los signos, las voces de los vencedores comienzan a empujarla. Bachelet sabe. Es una mujer templada en la derrota de Allende, en el exilio, en la militancia socialista, en la pérdida de su padre y en el ejercicio presidencial, escuela suprema de la política.
Bachelet siente y sabe que ha llegado la hora de la democracia sin tutores. Sabe que está sola y a solas con la historia. Tal vez sabe cómo hacerlo.