Por: George Chaya
Muchos dirigentes y ciudadanos argentinos expresan su preocupación por el acercamiento de su gobierno con estados teocráticos como el régimen de Teherán. Otros proyectan ciertas conclusiones basados en tendencias radicalizadas de las comunidades musulmanas en Latinoamérica, principalmente en Venezuela.
Lo notable es que a menudo la gente confunde el problema de integración religiosa en sociedades occidentales con la lucha contra el terrorismo. Y esta no es la manera correcta de abordar la materia. Esta semana el Papa Francisco dio al mundo un ejemplo de ello con su acercamiento al Islam en su homilía del viernes anterior al Domingo de Ramos.
Francisco lo interpreta correctamente. El Papa tiene claro el escenario y de cara al futuro ello será muy positivo. El problema lo constituyen individuos y grupos minoritarios muy ruidosos que han infiltrado y secuestrado las instituciones representativas de las comunidades árabes y musulmanas diseminando una ideología radicalizada en varios lugares del mundo, también en América Latina y Argentina no es ajena a esa endemia. No la gran mayoría musulmana silenciosa. Por tanto, es imperioso ayudar a la comunidad a marginar y aislar a los elementos radicales que intentan imponer su ideología dentro de ella y que son bien conocidos por sus actividades, piquetes, discursos excluyentes y aun por los desmanes cometidos cuando se movilizan.
Los radicalizados utilizan tácticas del viejo estado teocrático en sociedades modernas, esa herramienta es utilizada también por los defensores de la yihad contemporánea y ese debe ser eje del debate en la política de prevención ante la irracionalidad de posiciones sesgadas. En la antigüedad tales tácticas conformaban el instrumento para la defensa y expansión del Estado islámico. Para preservar o ganar territorio. Pero con el colapso del califato, en principio, su utilización termino. Hoy se debe hablar del yihad como una ideología ya que los yihadistas modernos están pidiendo la vuelta del califato, pero con una base política-ideológica, y aunque no es exactamente igual, sería como si los nacionalsocialistas pidieran el regreso del Tercer Reich.
Muchos pueden pensar que los musulmanes se sienten discriminados debido a su religión. Esta impresión puede llevar a una posición defensiva que derive como agresiva. Pero en realidad las causas originales de intolerancia mutua entre las sociedades occidentales y musulmanas deben buscarse en acontecimientos más antiguos. Los integristas sostienen que las sociedades occidentales son hostiles al Islam por naturaleza y no se apartan de tal posición. Pero si observamos en profundidad cómo la sociedad argentina ve al Islam, descubriremos que no saben mucho sobre él. Entonces, si los argentinos no saben mucho sobre Islam, significa que están respondiendo a algo que no conocen. Aunque lo que observaron en los últimos años son crecientes manifestaciones de fundamentalismo.
Muchos argentinos comenzaron a ser hostiles al Islam especialmente después del golpe terrorista de 1992 a la Embajada de Israel y del ataque de 1994 a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) y ante otras manifestaciones del radicalismo asociado con organizaciones no islámicas, pero afines, como Quebracho y grupos violentos curiosamente cercanos al oficialismo. Lo cierto es que a estos sectores se les puede oír claramente en las calles de Buenos Aires, pero esto no sucede de igual forma con la mayoría musulmana silenciosa que trabaja, tributa impuestos, envía sus hijos a la Universidad y aspiran a lo que Argentina brindo en el pasado, es decir a lo que se conocido como movilidad social a las diferentes corrientes migratorias que en definitiva construyeron el país.
Pero ante el ruido de esas minorías no representativas de la histórica migración árabe siria o fenicia libanesa que se integro al país desde principios del siglo XX, no pocos sectores de la sociedad argentina reaccionan al discurso utilizado por los radicales cuyas proclamaciones confrontan sus valores democráticos. De allí que la reacción de algunos ciudadanos está siendo muy primitiva en algunos casos y lo que se observa es que una pequeña minoría comienza a rechazar el núcleo de la religión islámica o bien que la mayoría de una sociedad comienza a distanciarse de la comunidad musulmana. Y esta es la táctica exitosa que los yihadistas desarrollan a la perfección, victimizándose provocan esa reacción social hostil hacia el Islam. Así, luego, la mayoría de los musulmanes reacciona ante ello y los radicales ganan.
El lector puede preguntarse por qué sucede esto. El problema es solo uno y sencillo de explicar para ser comprendido. Lo que ha ocurrido es que los sucesivos gobiernos y no pocos académicos y periodistas argentinos no han hecho bien su trabajo en los últimos 25 años; ellos no explicaron a la opinión pública que lo que ven no es una mayoría árabe musulmana sino una minoría radicalizada al servicio de países que han dañado al país y asesinado sus ciudadanos según investigaciones de la propia justicia argentina.
El problema ha sido el desconocimiento en la materia. De allí que el sistema educativo debería enfatizar que el islam es una religión como otras, pero que la yihad es un movimiento ideológico violento y que hay una gran diferencia en ello. No se debe confundir a los dos en una sola cosa puesto que no estamos ante un problema de tolerancia o de convivencia como han mencionado aquellos que trabajan en pos del dialogo inter-religioso. Se está ante un caso muy claro de desconocimiento en amplios sectores sociales argentinos que buscan encontrar raíces del terrorismo en el Islam. Y claro que si se pretende hallar esas razones se las puede encontrar en los textos que hablan sobre la guerra y la yihad. Pero la guerra es una cosa y el terrorismo que asoló la Argentina es otra.
Los integristas contemporáneos utilizan los textos religiosos para extraer y justificar de allí la violencia y luego les dicen a los musulmanes que es su deber comportarse de acuerdo a esas palabras. En éste escenario hay que ser objetivos, es concreto que hay puntos conexos entre la guerra y el terrorismo, pero eso es todo. El problema no es si eso está allí, el problema es si se está utilizando como modelo para la actividad del yihadismo violento.
Muchos se preguntan cómo llevar una buena relación y romper con los estereotipos. La respuesta es una sola: hace falta educar a la opinión pública sin magnificar o restarle importancia al tema. Ello debe realizarse sin igualar al Islam ni sólo con la paz, ni sólo con la guerra. Es imprescindible transmitir a los ciudadanos que el problema del terrorismo viene de una ideología, no de una religión y ello tiene que explicarse correctamente de forma que la opinión pública lo comprenda. Es allí donde hace falta un amplio esfuerzo educativo sobre el tema. Si la clase política argentina aborda esa materia, paulatinamente la opinión pública apoyará sus políticas de acción y gestión. Y lo más importante, estarán brindando apoyo a cientos de jóvenes descendientes de árabes musulmanes que se sienten frustrados y padecen lo que la fuerza dominante en el seno de su comunidad les dice: ’Si no haces esto y si no observas aquello, estás contra el Islam’. Pero nadie les dice que pueden ir a una mezquita a orar sin tener la obligación de abrazar la ideología yihadista como ya sucede infortunadamente en Europa.
Lo que hace falta en Argentina y en Latinoamérica toda es fortalecer y consolidar el lado débil de la democracia, respetar las religiones y también a los muchos grupos de activistas de derechos humanos que están en contra de la ideología yihadista sin rotularlos con adjetivos que no se corresponden con la realidad.
Existen opciones, no es un problema que carezca de alternativas para ser superado. El impedimento en lograr el éxito se debe básicamente a la inacción de diferentes gobiernos argentinos desde el advenimiento de la democracia en 1983, que en la práctica no saben muy bien lo que deben hacer y por ello se transita la etapa actual, al tiempo que sometieron a su sociedad a dos crueles atentados terroristas con espantoso saldo de víctimas y a personas inocentes de la comunidad árabe islámica a un despreciable estado de injustificada sospecha.