Por: George Chaya
A menudo, la dirección política y sus militancias siempre dispuestas a expresar su repudio a Occidente, nos dicen que la gran mayoría de las personas que profesa la fe islámica es pacífica, que no piensa ni desea destruir a Occidente. En las cadenas de noticias y agencias lubricadas financieramente a base de petrodólares del Golfo se sostiene que apenas el 1% de los 1.800 millones de musulmanes suscribe a la doctrina yihadista que califica a Estados Unidos de Gran Satán y causa de todos los males del mundo.
Aquellos que aún dudan del poder de internet se veían sacudidos recientemente por un simple post en un blog que acabó en despacho de la agencia de noticias AP y fue difundido por doquier. Titulado “Por qué la mayoría silenciosa es irrelevante” y firmado por “E. Marek“, el sencillo texto señala que para el Islam, “el hecho de que la mayoría de los musulmanes sean pacíficos o no, es igual de relevante como lo fue para el nacional-socialismo el pacifismo de la mayoría de los alemanes”. En esos mismos años, los japoneses asesinaron a alrededor de 4,5 millones de chinos y mataron a más de 2.600 estadounidenses cuando atacaron Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941. Aunque la mayoría de los japoneses era pacífica.
En el presente, fanáticos yihadistas incitan al terrorismo contra Occidente y asesinan a miles de personas tanto en Oriente Medio como en Occidente. Pero la mayoría de los muertos en Siria e Irak no son norteamericanos, judíos u occidentales, sino sirios e iraquíes. Los medios de prensa y la opinión pública deberían preguntarse: ¿Dónde radica hoy el éxito de los islamistas? La respuesta es sencilla: su éxito radica en que los millones de ciudadanos musulmanes amantes de la paz se mantienen en silencio ante el avance de la violencia de los extremistas. Ello a pesar de ser las primeras víctimas del terrorismo yihadista.
No tengo dudas de que la mayoría de los musulmanes sean pacíficos. El problema es que no hay suficiente condena a los actos terroristas por parte de quienes son los mayores perjudicados. Esto no sucede en Oriente ni en Occidente. No hablemos ya de si estos actos guardan alguna relación aparente con los palestinos, los mismos palestinos abandonados y utilizados hasta el hartazgo por los propios países musulmanes. A esta situación se suma la ayuda directa o indirecta que reciben los terroristas de algunos gobiernos musulmanes, algo que nadie ignora dentro de la comunidad internacional.
La Unión Europea, defensora del multiculturalismo, aconsejó recientemente a los gobiernos de sus países miembros a enfocarse en la vigilancia y financiación de mezquitas y organizaciones de caridad dentro de sus fronteras. Y es que sin ayuda para obtener explosivos, montar oficinas, mantener campos de entrenamiento o infraestructura de recaudación, no hay forma de que los terroristas puedan llevar a cabo sus operaciones. Pero también sería deseable que los millones de musulmanes pacíficos tomaran las medidas adecuadas para evitar muchos de los conocidos resultados que generan las acciones de los islamistas. Eso ayudaría a no privarnos al resto de la ilusión de que expresiones tales como países árabes moderados no sea sólo una forma de hablar.
El error de los líderes espirituales fue no hablar y denunciar a los terroristas para tratar de detenerlos. Hoy nadie puede ser líder espiritual si lleva la contraria al pensamiento yihadista. La equivocación de los gobernantes musulmanes fue no impedir que se arrastrara a miles de musulmanes a posiciones contrarias al modernismo y a la paz. Esto dio lugar a que nadie que no defienda el pensamiento yihadista pueda gobernar de manera estable un país musulmán.
Las personas que amaban la paz en Alemania, Italia o Japón se convirtieron en enemigos y blancos militares de las potencias Aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Ese fue el precio que pagaron por no hablar en su momento. Los gobiernos musulmanes deberán estar preparados para enfrentarse a este antecedente histórico en el marco de la lucha contra el terrorismo si no se inclinan por políticas consistentes que apoyen esa lucha.
Los gobernantes y los ciudadanos árabes no deben permitir a los yihadistas operar en sus países, deben rechazar su accionar, esta gente no los está liberando de nada ni de nadie con su teoría del yihad permanente, al contrario, los está condenando a sufrir las consecuencias políticas, migratorias, económicas, sociales y militares de sus acciones.
No escribo para hacer amigos, tengo claro que esto puede parecer incorrecto políticamente. En lo personal, respeto, conozco y hago la diferencia entre Islam e islamismo radical militante. Mi obligación deontológica profesional es describir una realidad fáctica, y mi expresión es perfectamente legítima y consistente con la historia. Al efectuar estas observaciones, lejos de distanciarnos u ofender al Islam, lo que estamos haciendo es ir en su ayuda y en la de gran mayoría silenciosa que desea vivir en paz frente a la minoría islamista ruidosa y violenta que no será detenida desde fuera con sucesivas campañas militares que no han resuelto nunca el problema. Las soluciones militares llevarán, como casi siempre, a una espiral de violencia sin final a la vista. En mi opinión, los yihadistas serán detenidos y sus crímenes evitados cuando los propios musulmanes pacíficos pongan freno al secuestro de su religión, algo que los integristas hoy llevan adelante a través de su ideología y accionar. Para evitar mayores males cabe repasar la historia y efectuarse dos preguntas fundamentales:
a) ¿Tomaron en cuenta Roosevelt o Churchill a la hora de responder al militarismo del Tercer Reich o al expansionismo imperial japonés que la gran mayoría de la ciudadanía alemana y japonesa era pacífica? La respuesta es no. Por ello hablar claro y en la verdad evitara repetir historias que puedan generar mayor sufrimiento a los pueblos árabes en el futuro.
b) ¿Se debería tener en cuenta que probablemente la mayoría de los habitantes de los países musulmanes prefiere dejarse de guerras santas y llevar su vida? La respuesta depende del grado de inocencia que adjudiquemos a esa mayoría y a su silencio. Las lecciones que nos ofrece la historia, con frecuencia son increíblemente simples. Aunque a pesar de cualquier esfuerzo, también suelen ser increíblemente tercas.