Cambio de guión, escenografía y ¿actores?

Gonzalo Sarasqueta

El aluvión amarillo arrasó con todo: encuestas, análisis, opiniones, peronismo, barones del conurbano, aparatos clientelares. Y nadie lo vio venir. Nadie. Ni siquiera Mauricio Macri, que quedó cabeza a cabeza con Daniel Scioli para el ballotage del 22 de noviembre. Pero antes de sumergirnos en la instancia definitoria, hay que animarse a husmear en este batacazo electoral que dio, a lo largo y ancho del país, el frente Cambiemos.

Para empezar, conviene ir a lo irrebatible: la ciudadanía se inclinó por la alternancia. O, al menos, por poner en tela de juicio la continuidad “descafeinada” que proponía el gobernador bonaerense. Después de 12 años de kirchnerismo, la sociedad eligió profundizar el debate. No entregar ningún cheque en blanco. Ambos presidenciables tendrán que transpirar –y de lo lindo– la camiseta para llegar a ser los nuevos inquilinos de la Casa Rosada. En este sentido, se puede llevar un porotito la democracia criolla: los dos aspirantes tendrán que tonificar sus proyectos, ser más quirúrgicos con sus propuestas y dejar a un lado las predicaciones abstractas de “Fe”, “Desarrollo” y “Esperanza”.

Siguiendo la estela de la sustancia discursiva, el mensaje escogido por el ecuatoriano Jaime Durán Barba para el jefe Porteño dio en el blanco. A pesar de las críticas de diferentes sectores afines (mediáticos, políticos e intelectuales), que reclamaban un speech más rabioso contra DOS, el gurú comunicacional del PRO insistió con la concordia, el acercamiento y la desdramatización como elementos diferenciadores. El experimento fue exitoso. Una gran parte del tejido social reclamaba un cambio en las formas políticas: más diálogo, menos conflicto. Resta saber si esta táctica discursiva cambiará de acá al ballotage. La exposición de Mauricio Macri de ayer en Costa Salguero indicaría que no. En cambio, el ex motonauta, como deslizó en las tablas del Luna Park, promete sacar a relucir su veta más kirchnerista: activar el contraste externo al máximo con su rival, ajustar la mira ideológica e instalar el regreso del “fantasma neoliberal”.

En tercera instancia, y siendo más osado, toca pasar revista a las arquitecturas de poder que se enfrentaron en la contienda. Y una muestra significativa, sin duda, es la provincia de Buenos Aires. Allí, el triunfo de María Eugenia Vidal puso en evidencia el óxido que detenta la maquinaria del Partido Justicialista. Sin un fuerte anclaje territorial y con pocos conductos estatales locales para desembarcar, caperucita amarilla dio una muestra cabal de lo que es ir por la positiva. Capitalizó su buena vibra con los medios de comunicación, criticó lo justo a su contrincante, Aníbal Fernández, y se preocupó en cautivar tanto a los radicales como a los independientes y los indecisos. Todo en la misma toma. Los resultados están a la vista: barones del conurbano, como Hugo Curto (Tres de Febrero) o “Barba” Gutiérrez (Quilmes), cederán sus centros de mando a los intérpretes de Vidal, que será la primera mujer que se siente en el sillón de Dardo Rocha.

Otro acierto en el armado fue la alianza con la UCR. Córdoba, Jujuy, Entre Ríos, Mendoza, La Rioja y Santa Fe fueron fecundos ejemplos que la conjugación con las boinas blancas le brindó a la fuerza que encabeza Macri un carácter federal del que antes carecía. El PRO cedió protagonismo en lo local, pero ganó arrastre a escala presidencial. La ecuación cuajó en los guarismos. Ahora habrá que ver cómo encaja en los procesos de gobernanza.

Sobre las perspectivas de cara al balottage, tres puntos a subrayar. El primero, quizás el más urgente, la negociación entre Macri y Massa. Y acá el ingeniero deberá reavivar su faceta más empresarial, porque el asunto, por lo visto, viene de regateo. El tigrense ya dejó en claro que piensa hacer valer su 21%. Necesita rincones de poder para sobrevivir estos años y detener la sangría de dirigentes en su espacio. Por eso, habrá que ver con qué cartera se lo puede seducir. Una buena noticia es que, a diferencia de Scioli, Macri le puso nombre y apellido a pocos Ministerios y Secretarías. O sea, tiene varias vacantes. Veremos cuáles escoge para ofertar. Por fuera de la mesa de trueque, el desafío amarillo será dar señales contundentes y no dejar escapar el sufragio peronista que optó por el Frente Renovador. El equilibrio tendrá que ser entre la imagen de “lo nuevo” y la “cosmovisión justicialista”. Todo un reto simbológico.

En segunda línea, otra noticia alentadora para el PRO es que Daniel Scioli no contará con el efecto cascada de los intendentes adeptos. El 22 de noviembre se irá solo a depositar la boleta presidencial, ergo: disminuyen los incentivos de los jefes comunales para movilizar sus tropas. Sus destinos ya están marcados, ahora hay que asegurarse que lleguen los recursos desde Balcarce 50. Este desfasaje era uno de los problemas que, en caso de segunda vuelta, preocupaba al sciolismo. En la ola naranja conocen el pragmatismo imperante a nivel municipal. Saben que la “chequera manda”. A tal punto que no descartan negociaciones subterráneas de los caudillos locales con CABA.

Y, por último, aterrizando al planeta CFK: ¿qué hará la presidenta en estos días de campaña? Dos posibilidades.Usará los lentes del presente y asumirá esta cita electoral como referéndum a sus dos gestiones. O la segunda: calmará la ansiedad e imaginando el futuro, decodificará estas urnas como una excelente ocasión para deshacerse de Scioli y quedarse con el timón opositor, lo que algunos llaman “operativo retorno 2019” o, siendo más latinoamericanistas, “la gran Bachelet”. Posee la guarida de Santa Cruz, ahora en manos de su cuñada, Alicia Kirchner, y una milicia de veinte diputados nacionales camporistas, digitada por su hijo Máximo, para resistir “el llano”. La trama permanece abierta. Solo que esta vez, parece ser, la escribe otro.