Por: Hernán Reyes
El resultado electoral de último domingo 27, que hoy pareciera sucedió un año atrás por el giro que tomo el debate publico en torno al fallo de la Corte sobre la Ley de Medios, fue contundente pero confunde.
Se ha instalado la idea de fin de ciclo como si eso fuera la meta de llegada y el desenlace de un fenómeno político que termina. Aquí entonces lo que se pone en debate si el kirchnerismo como fenómeno político ha concluido, y por otro lado si el fin de ciclo kirchnerista supone un cambio en la Argentina.
Sobre el primer interrogante, no hay dudas de que es así. El kirchnerismo se ha destacado por su complejidad política. A lo largo de esta década había logrado sostener en superficie una infinidad de transversales al peronismo, intelectuales, artistas, militantes por los derechos humanos que, a gusto con el relato, sostenían el discurso frente a las clases medias urbanas y medios de comunicación. Por supuesto que con eso no gobernaba pero era lo que le daba nombre.
Con lo que gobernaba el kirchnerismo era con lo mismo que ha gobernado el PJ desde el retorno de la democracia hasta la fecha, con gobernadores feudales y una profunda matriz corporativa. Hoy eso no está más, gran parte ya se ha corrido, y a la otra ya no le interesa que ningún transversal enamorado de un relato lo defina, pues se puede hacer lo mismo construyendo otro relato aggionardo a las necesidades del tiempo.
Así es que el fenómeno de la fuerza política inaugurado por Néstor Kirchner concluyó como tal, cualquier readaptación o resurgimiento no podrá considerarse continuidad del mismo fenómeno, aun cuando exista pulsión política y objetivamente cuenten con la posibilidad de azuzar con la idea de una Cristina candidata a gobernadora en la Provincia de Buenos Aires para 2015.
Respecto de la idea de fin de ciclo y cambio en la Argentina, es allí donde debemos poner enorme atención. Sin ánimo de caer en un juego de palabras que aburre, se debe poder distinguir entre el fin de un ciclo y un cambio de ciclo. La propuesta planteada por el establishment y percibida por gran parte de la sociedad como aliciente tras una década de saqueo y pérdida de oportunidad en términos de desarrollo, no es más que un placebo para el pueblo y un cambio de relaciones para el poder.
El fin de ciclo propuesto no cambia nada, repite la historia. Asumir esto no resuelve ni marca el camino de la construcción de lo distinto, pero sí pone en evidencia su importancia, su debilidad y por ende su responsabilidad. El desafío entonces es torcer el rumbo e ir hacia un nuevo ciclo en términos de generación histórica, que evolucione de la conquista democrática de 1983 a una república igualitaria, que propenda definitivamente a la igualdad para la libertad de nuestro pueblo.
La interna del PJ vuelve a ser la trampa por dos razones, la primera porque no se juega como interna y la segunda porque cualquiera sea el caso tendrá la misma base de sustentación de poder. Macri no ha abandonado la interna del Partido Justicialista, toma distancia porque la perdió antes de empezar. Su apuesta será entonces jugar a ser la tercera fuerza en la Argentina, alejada de los dos partidos tradicionales históricos, una tercera vía con pretensión aséptica y novedosa, que intentará entonces ir por fuera para encontrarse luego, nuevamente, con los mismo resortes de poder ya establecidos.
En definitiva la experiencia de la PASO hay que transitarlas en unidad. El resultado de UNEN en la Ciudad de Buenos Aires, que incorporo a Fernando “Pino” Solanas al Senado de la Nación desplazando a Daniel Filmus y la conquista de cinco diputados nacionales, tanto como el PRO, así como la conformación de frentes similares en otras provincias, es el camino a recorrer. Se forjará con sobresaltos y tensiones, y habrá entonces que tener templanza y decisión.
La falta de carácter de este espacio para disputar poder real es su mayor debilidad. El síndrome de falta de gobernabilidad es su estigma, se vuelve urgente entonces desafiar los mitos impuestos. Que ser corrupto sea sinónimo de poderoso es una construcción cultural a desafiar, la idea que el Partido Justicialista es la única escudería capaz de gobernar sin importar quién sea el piloto debe terminar.
Este trabajo será colectivo, pero habrá que saber identificar los valores propios del espacio. Elisa Carrió es, quizás, la más peronista del espacio no PJ; si bien es una amante de la república y profundamente humanista, su carácter político e irreverencia para destratar a los poderosos de turno se vuelve imprescindible, aleja del titubeo y la “corrección política” a una espacio político signado por debilidad de carácter.
Cualquier fuerza política, si tiene vocación de transcendencia histórica, deberá renunciar a muchos vicios del pasado y asumir los desafíos, con programa político, sin miedo y con decisión.