Por: Horacio Pitrau
Se apagaron los flashes. Se terminaron los discursos encendidos, las campañas, los agravios. Ya no nos esperan más gritos, ni frases extorsivas, ni imploraciones. Ya no se escucharán más voces, ni nadie más nos querrá imponer miedo. Los productores de la obra han perdido abruptamente a sus actores. Se bajó el telón.
Y es a partir de ese instante cuando entra en juego un nuevo protagonista, aquel que resulta, a la postre, el verdadero intérprete de la obra: el pueblo.
Ese protagonista es aquel que legitima con su voluntad al poder estatal, es el verdadero sujeto de la soberanía de una nación. Es la verdadera estrella de la obra.
¿Y cuales serían, entonces, las disyuntivas que tiene el pueblo, en la actual coyuntura, que deberán dirimirse inexorablemente el día de la elección?
El proceso eleccionario nos fue llevando a un camino ineludible que determina que el día domingo (el final del túnel) se define entre dos alternativas electorales.
Una de esas opciones se encuentra representada por la continuidad, que significa, matiz más o matiz menos, una continuación de las actuales políticas de Gobierno.
Dicha definición no admite discusiones. Efectivamente, esto resulta así, a pesar de algún intento camaleónico de último momento, porque es claro que tanto la fórmula presidencial de esta opción como las listas de legisladores fueron conformadas por aquellos que ostentaron el poder en los últimos diez años. Se compartieron políticas de Estado, apoyos, candidatos, actos públicos y hasta cadenas nacionales. No hay margen de error en la calificación.
La otra opción que se presenta al electorado es aquella que importa un cambio. Tampoco esta opción simboliza dilemas, ya que no existen dudas de que es representada por un candidato que siempre abogó por terminar con las actuales políticas y que castigó desde hace muchos años, con su impronta, principalmente el estilo prepotente de Gobierno y la política de desunión nacional en la que nos vemos inmersos todos los ciudadanos. Esto incluso aceptado, a regañadientes o no, por aquellos seguidores del cambio a los que quizás les hubiera gustado que fuera otro el que llevara a cabo ese camino de modificaciones.
A la luz de los resultados de la elección preliminar, no hace falta ser un gurú ni un vidente para darse cuenta de que la Argentina transita un camino de cambio y que este resulta difícil de contrariar. No obstante, no es menos cierto que hasta que termine el proceso electoral no se encontrará consolidada la voluntad del populus.
En efecto, este fenómeno se vio claramente en todos aquellos que piensan y que suman el 63% de total de la población: que es necesario un cambio de timón a los fines de solucionar los acuciantes problemas que sufren millones de argentinos. No hace falta enumerarlos: inseguridad, pobreza, inflación, justicia complaciente, disgregación, corrupción, etcétera.
El verdadero actor de la inconclusa obra entra al escenario. Huelgan las palabras. Continuidad o cambio es el libreto que deberá elegir.