Pasada la resaca de un domingo bebiendo cerveza con varios amigos, José Pablo arma con desgano su tenderete donde vende CD piratas con filmes de Hollywood y narconovelas mexicanas o colombianas.
En un estante usted puede encontrar las películas ganadoras del Oscar 2015 y escondidos en una desgastada mochila negra, una colección de videos pornográficos de producción nacional y foránea.
José Pablo es un tipo locuaz. Pero cuando usted le pregunta qué beneficios le puede reportar a los cubanos la próxima Cumbre de las Américas, a efectuarse el 10 y 11 de abril en Panamá, hace una mueca con sus labios y responde: “Nada. Todas esas cumbres, sean iberoamericanas, de la CELAC o ésta, son más de lo mismo. Discursos cargados de promesas que al final no resuelven nada. Todo se queda en retórica. Es un gasto de dinero innecesario”.
Mientras en la prensa oficial va en aumento el despliegue informativo sobre la Cumbre, donde la isla estrenará escaño en un encuentro donde supuestamente deben concurrir naciones que cumplan una gama de requisitos democráticos, entre los habaneros de a pie, extenuados por el ajetreo diario de llevar comida a la mesa, estos eventos son ecos lejanos y estrafalarios.
Para Daniel, quien con un empercudido overol azul repara su viejo Dodger de los años 40, lo primordial es mantener rodando el auto que le genera el dinero con el cual mantiene a su familia.
“La política en Cuba da asco. El Gobierno va por un lado y el pueblo por otro. Los cubanos ya no confiamos en los dirigentes. Pero no tenemos mecanismo para que las cosas cambien. Entonces la gente desconecta como mejor puede. Con un litro de ron o yendo a la playa. No pienso ver la Cumbre por televisión. No tengo tiempo para dispararme esas ‘muelas’ [intervenciones]”, dice y sonríe.
Incluso optimistas a prueba de bombas como Raisa, una ingeniera que después del 17 de diciembre confiaba en que Cuba definitivamente iba a ser un país normal, la ausencia de una hoja de ruta por parte del general Raúl Castro, cuatro meses después, la ha devuelto a su rutina.
Lee diarios que más que informar desinforman y para complementar su salario, vende jugos de frutas en su trabajo. “Solo los jubilados o personas interesadas en la política se disparan esas peroratas televisivas. Los políticos cubanos flotan en otra dimensión. Ellos no tienen que romperse la cabeza pensando qué van a cocinar y si el dinero les alcanza hasta fin de mes. Son una casta y en Cuba y en Venezuela se autoproclaman socialistas”, señala con tono mordaz.
Si usted recorre la Avenida Santa Catalina, a veinte minutos del centro de La Habana, donde el inicio de la primavera adorna de flores rojas y anaranjadas los añejos flamboyanes que flanquean la calzada, y charla con los dueños de pequeños negocios armados en los portales de sus casas o jubilados que se sientan en un parque a matar el tiempo, el tema de la próxima Cumbre no es una prioridad.
Los debates presidenciales, la histórica foto del estrechón de manos de Obama y Castro o el ring de boxeo verbal que estallará en el foro social que antecede a la Cumbre, solamente interesa a los actores políticos y sus engranajes, en el sector oficial y en el disidente.
Aunque tiene sus arcas en números rojos, el Estado sufragará los gastos de más de un centenar de activistas camuflados de “sociedad civil”, un término de moda. Con su narrativa engominada, intentarán desmontar los planteamientos de los opositores presentes en Panamá.
Los disidentes, que no viajarán, han preparado cumbres paralelas a lo largo y ancho de la isla. A pesar de los cintillos triunfalistas de los medios del régimen, que en la VII Cumbre ven un escenario para acusar a Estados Unidos de las tragedias pasadas, presentes y futuras, cuesta mucho convencer a personas como José Pablo de que foros como el de Panamá pueden marcar un antes y un después en la vida nacional.
“Con Raúl, [el vicepresidente cubano Díaz-Canel], [el opositor] Elizardo Sánchez o cualquier otro que algún día llegara a ser presidente, los pobres seguiremos siendo pobres. Cuba no va a cambiar. Gobierne quien gobierne. Lo opción es largarse de aquí. Cuanto más lejos, mejor”, acota.
El drama cotidiano, tras décadas de colas, racionamiento y penurias y la impotencia de no poder cambiar el estado de cosas, ha asumido a una mayoría de la sociedad cubana en la apatía. La válvula de escape es una balsa, una visa o pasarse horas viendo culebrones sudcoreanos. El presente preocupa. Pero el futuro asusta.