Por: Iván Petrella
A los 85 años el papa Benedicto, nacido Joseph Ratzinger, sorprendió al mundo renunciando a su cargo como líder de más de mil millones de católicos. El Papa número 265 de la historia, Benedicto, fue electo en el 2005 con 78 años. Desde 1730 que no se elegía un Papa de edad tan avanzada. En su momento, su nombramiento como fue interpretado por analistas como un intento de extender, en su persona, la era de Juan Pablo II. Joseph Ratzinger, al fin y al cabo, había sido la mano derecha del Papa polaco, en lo que tenía que ver con el cuidado y la aplicación de la ortodoxia católica.
Por eso, su elección pospuso tomar decisiones importantes para el futuro de la Iglesia Católica, decisiones que podrían suscitar tensiones y hasta divisiones dentro de ella. La elección de un nuevo Papa ya no podrá postergarlas, cuestiones que se pasaron por alto en el 2005 no podrán, con toda seguridad, eludirse nuevamente.
Hay varios interrogantes que se deberán enfrentar ante la elección de un nuevo Papa que se pueden resumir dentro de dos desafíos amplios y que, dependiendo de cómo se encaren, podrían marcar futuros distintos para el Catolicismo de la primera mitad del siglo XXI.
En primer lugar, ¿qué postura tomara el Vaticano ante el hecho que el Catolicismo es una religión no principalmente del mundo desarrollado sino del mundo en vías de desarrollo? Es una realidad demográfica. El 28% de los católicos se encuentran en América del Sur mientras que un 42% residen en América Latina. Un 15% se encuentra en África y un 11% en Asia, pero estas dos regiones son, respectivamente, las de mayor crecimiento. En contraste, sólo el 7% de los católicos del mundo habitan en América del Norte mientras que un 24% vive en Europa. Claro que Europa sigue teniendo una participación importante, pero si se tiene en cuenta que en 1970 concentraba al 40% de la población católica mundial, la caída es dramática.
El centro de gravedad numérica del catolicismo dejó de ser europeo. Todo hace pensar, entonces, que es solamente una cuestión de tiempo antes que las preocupaciones y necesidades del mundo en desarrollo pasen a dominar la agenda del Vaticano. Confirmar que se reconocen estas realidades sería la elección de un Papa proveniente de las regiones donde el Catolicismo florece. Sería, sin dudas, un hecho simbólico de enorme impacto. No hace falta más que recordar que la elección de Juan Pablo II convulsionó al mundo católico por ser el primer Papa no-Italiano desde el siglo XVI. Ese hecho demuestra no sólo cuan europeo, sino cuan italiano, ha sido tradicionalmente el Vaticano. Un Papa latinoamericano, africano o asiático, tendría un impacto enorme y podría movilizar fieles en el mundo en desarrollo por el reconocimiento obvio de semejante nombramiento, pero también en el mundo desarrollado ya que demostraría que el Vaticano está dispuesto a cambiar para adaptarse a su nueva realidad. Surgiría la imagen de una fe en movimiento y perfilado hacia sus fieles.
En segundo lugar, ¿cómo hará el Vaticano para navegar entre el Primer Concilio Vaticano y el Segundo? Este interrogante, que parece técnico e interno a la Iglesia, tiene implicancias enormes para el (su desarrollo) futuro. El Primer Concilio de 1870 fue la primera respuesta del Vaticano al mundo moderno que surge de la revolución científica, la revolución francesa y el auge del nacionalismo europeo. Fue una respuesta conservadora. Este es el Concilio que adopta la doctrina de la infalibilidad del Papa y condena el liberalismo, la ciencia y la separación de Iglesia y Estado. El Vaticano decidió encerrarse en sí mismo al rechazar muchos de los desarrollos que se estaban dando fuera de la esfera de la Iglesia. En el Segundo Concilio de 1962, en cambio, se buscó abrir la Iglesia al mundo. En este Concilio se adoptan posturas hasta el momento impensadas: se reconoce que hay salvación fuera del catolicismo, se produce un acercamiento con el judaísmo y el protestantismo, se cambia al vernáculo el idioma de la misa y el sacerdote pasa a brindar la celebración de frente a la congregación en vez de espaldas como tradicionalmente se practicó. Si uno lo piensa en términos de conversación, el Primer Concilio adoptó la postura del monólogo, donde el mundo no tenía nada que ofrecerle a la Iglesia, es decir, la postura del rechazo. En el Segundo Concilio se enfatizó el diálogo, la idea de que se puede aprender del mundo y al hacerlo hay prácticas y creencias que cambian acordemente.
El problema que afronta el Vaticano es que la promesa de cambio del Segundo Concilio abrió la puerta a demandas que los Papas que vinieron después, entre ellos Juan Pablo II, desesperadamente trataron de cerrar. Demandas de cambio, por ejemplo, en la enseñanza de la Iglesia en temas como la homosexualidad, la anticoncepción, y el sacerdocio femenino. Ni Juan Pablo II ni Benedicto se mostraron dispuestos a flexibilizar posiciones en estas temáticas y nada indicaría que se pueda hacer en el futuro ya que la elección de un Papa del mundo en vías de desarrollo no cambiaría, necesariamente, el escenario. Casi todos los 117 cardenales que deberán elegir al nuevo Papa fueron nombrados por Juan Pablo II y Benedicto, lo cual prácticamente asegura que quien resultase electo compartirá el conservadurismo teológico de ambos. Más aún, la búsqueda de reformas en esas temáticas son banderas de las Iglesias en EEUU y Europa, no tanto en África, Asia o América Latina, donde las sociedades y sus representes eclesiásticas son más conservadores en materia de sexualidad y género. El interrogante de cuánto cambiar, y cuánto permanecer igual, se plantea en todas las religiones, y ahora, con la elección de un nuevo Papa, esa pregunta vuelve al primer plano.
Dentro de estos dos grandes desafíos hay otros. El próximo Papa tendrá que fomentar el diálogo interreligioso, en particular con el mundo musulmán. Deberá impulsar la percepción de una cultura compartida judeo-cristiana-musulmana como base para la paz en el mundo. A estas tres grandes religiones occidentales le sobran los lazos históricos para lograrlo. El próximo Papa deberá remediar el daño que le ha hecho a la Iglesia el escándalo de la pedofilia. No puede haber credibilidad moral sin encarar este tema, cueste lo que cueste y hasta las últimas consecuencias. El próximo Papa deberá también atender a la persecución que sufren católicos y cristianos en algunas regiones del mundo y a la corrupción e insensibilidad que posibilitó la crisis financiera que sacudió a varios países. El nuevo equilibrio mundial debido al auge de países emergentes es aún otro tema. Finalmente, aunque parezca menor, el Papa deberá manejar las redes sociales. Benedicto, al abrir su cuenta en diciembre del año pasado, fue el primer Papa de la historia con Twitter. Apenas dos meses después ya tenía más de 1.5 millones de seguidores. Para llegar a la juventud hay que acercarse donde ella esta. En esto sí, no hay manera de escaparle a la realidad de este siglo.