Por: Iván Petrella
La victoria de Mauricio Macri frente a Daniel Scioli pone fin a uno de los procesos electorales más emocionantes de nuestra joven democracia. Y, aunque probablemente estos meses se estudien una y otra vez en los años por venir, ya se pueden hacer algunas observaciones para intentar explicar lo que sucedió el domingo.
Las estrategias electorales de ambos frentes, en primer lugar, fueron diametralmente opuestas. Cambiemos, surgido del encuentro de PRO, la Coalición Cívica y la Unión Cívica Radical, optó por decidir su candidato presidencial mediante las PASO. Lejos de desgastar, esto legitimó a Mauricio Macri como candidato. El Frente para la Victoria hizo lo contrario: frustró con verticalismo las aspiraciones de Florencio Randazzo y se inclinó muy rápido por el resistido Scioli. Esta falta de competencia legitimadora hizo que el candidato oficialista tuviera que destinar mucha energía a convencer al kirchnerismo más ortodoxo de que él los representaba, mientras muchos de estos decían que lo votarían a regañadientes.
Algo similar ocurrió con el debate. Scioli, bajo la verdad no comprobada de que el que lidera la intención de voto no debate porque no le conviene, decidió no asistir y posibilitó que todos los candidatos no oficialistas compartieran un escenario y una foto ante un atril vacío. Creo que pocas cosas en toda la campaña hicieron más por acercar a los votantes opositores que esa decisión del oficialismo de no reconocer que el debate tenía un significado que trascendía la campaña y los candidatos: era el primer debate presidencial de la historia de nuestro país.
Otro factor clave fue la campaña para la segunda vuelta. Cambiemos optó por mirar a futuro y centrar su discurso en el objetivo de la pobreza cero, la lucha contra el narcotráfico y la unión de los argentinos. El Frente para la Victoria optó por el miedo: convertirse en voceros de todo lo que un Gobierno de Macri supuestamente haría, resaltar la idea de que quienes votaban por Cambiemos lo hacían engañados. Finalmente, uno de los candidatos les decía a las personas que podían estar mejor y otro les indicaba que podían perder lo que tienen. El error fue la vanidad: el ciudadano no estaba tan satisfecho con el Gobierno nacional como para no querer nada más.
También fue importante la comparación entre dos candidatos presidenciales que aún hoy ejercen la máxima función ejecutiva en sus distritos. Mientras Macri logró elegir a su sucesor tras ocho años de Gobierno y que este triunfara en tres elecciones consecutivas (PASO, primera vuelta y ballotage), Scioli no sólo falló en su apuesta por Julián Domínguez, sino que perdió la provincia de Buenos Aires ante María Eugenia Vidal, la revelación del año electoral. El resultado asimétrico puso de manifiesto algo que ya era una verdad incómoda para el oficialismo: Mauricio Macri se desempeñó mejor que Daniel Scioli, no solamente como gobernante, sino también como líder político.
Finalmente, no se pueden analizar las elecciones sin hablar del comportamiento de la ciudadanía. Paradójicamente, es a partir de conceptos de Ernesto Laclau, sostén teórico de gran parte del discurso kirchnerista, que se puede explicar la derrota del Frente para la Victoria. Según Laclau, el pueblo se constituye como subjetividad social a través de un proceso en el que demandas particulares, llamadas “democráticas”, se articulan de manera cada vez más amplia. El kirchnerismo, en su creciente divergencia entre relato y realidad, se alejó cada vez más de esas demandas. Dejó de oír los reclamos de la gente diciendo que eran la expresión de los poderosos y esas demandas democráticas fueron, precisamente, las que se unieron de manera cada vez más amplia y llevaron a la mayoría de argentinos a elegir un cambio.
Más allá de las enormes expectativas que recaen sobre el nuevo Gobierno, el proceso electoral ya trajo cosas positivas. Será raro que, en el futuro, un aspirante presidencial opte por no competir en internas para ganarse su lugar y se niegue a debatir con sus oponentes. Será contraindicado centrar toda una campaña en el miedo y el rechazo al otro candidato y no en las propias propuestas y virtudes. Será difícil que se apueste por alguien que no tiene grandes logros de gestión anteriores que lo posicionen para ser presidente. Y, por sobre todas las cosas, probablemente se escuchará más a la ciudadanía cuando empiece a murmurar su deseo de cambio. Por suerte, algunas cosas ya cambiaron.