Por: Iván Petrella
El martes, Mauricio Macri anunció el Plan Belgrano para el norte argentino. Basta con una recorrida por las provincias a las que afectaría para encontrar una realidad ineludible: Argentina es un país que funciona a dos velocidades.
Por un lado, tenemos el centro, relativamente integrado a la economía internacional y con estándares educativos, sociales y económicos cercanos a los países desarrollados. Por el otro, el norte, donde la situación es completamente distinta y su desarrollo se dificulta cada vez más, con una desigualdad no atendida por las sucesivas políticas económicas y los distintos Gobiernos.
Para revertir este proceso hay que hacer que el norte crezca de manera sostenida por encima del promedio del país. Y no hay forma de lograrlo sin una intervención específica por parte del Estado, porque, con el marco actual, la brecha no hace más que ampliarse. Desde Cambiemos sentimos que la obligación de impulsar esta tarea no es solamente económica, es también moral.
Argentina tiene que aspirar a tener una sociedad equitativa. Todos los argentinos tendríamos que tener la posibilidad de desarrollar nuestro máximo potencial y no empezar condicionados por el lugar donde nacimos. El garante por excelencia de esa igualdad de oportunidades tiene que ser el Estado. Hay un dato que habla por sí solo: El 25 % de los niños menores de diez años de nuestro país vive hoy en el norte argentino. Lo mismo ocurre con la población de entre 10 y 17 años, 27 % de los adolescentes del país. Una gran proporción de nuestro futuro crece hoy en zonas empobrecidas y sin capacidad para desarrollar proyectos ambiciosos de vida. Es una situación que simplemente no podemos aceptar.
El marco moral lleva a las cuestiones técnicas: Un norte relegado conduce a una Argentina con menor producción. En zonas postergadas aparece, además, una fuerte vulnerabilidad territorial. Es el terreno fértil en el que crecen amenazas del siglo XXI como el narcotráfico y los Estados paralelos. La realidad es que hoy el Gobierno no planifica esta región y se limita a ser un empleador de último recurso. En otras palabras, cumple una función puramente paliativa que nunca puede ser suficiente. Tendría, en cambio, que actuar de manera proactiva: invertir en cloacas, agua, caminos, educación, salud; diseñar el futuro con políticas de largo plazo que ayuden a desarrollar el capital humano de toda la región.
En las economías regionales está el potencial del desarrollo, pero es imposible que se dé con los actuales impuestos al trabajo, las retenciones, los altos costos logísticos y de infraestructura productiva y social postergada. La solución sólo vendrá de la mano de un Gobierno que aplique políticas públicas inteligentes y sostenidas en el tiempo, pero también transparentes, automáticas y que no discriminen por personalismos o sectores. No hay demasiadas dudas de que este Gobierno no pudo o no quiso seguir ese camino.
En la vereda opuesta, el Plan Belgrano de Mauricio Macri representa un gran avance y una promesa que permite ilusionarse: un plan de acción específico para el Norte Grande, que intenta quebrar una tendencia histórica y permitir un desarrollo más armónico del país, de su integración regional y de la tan buscada igualdad de oportunidades. Pensar y planificar para esta región es una tarea ineludible de cara a la Argentina que todos queremos construir.