América Latina padece del síndrome crónico del crecimiento lento. En contra de la opinión corriente, el bajo crecimiento y las resultantes brechas de ingresos no pueden atribuirse en mayor medida a un problema de acumulación de factores (capital físico y trabajo) sino a un déficit permanente en el crecimiento de la productividad (total de los factores-PTF). Desde 1960 hasta el presente, los países de la región se han retrasado respecto al PIB per-cápita de los Estados Unidos un 37%, donde un 70% de la diferencia es explicada por un menor crecimiento de la productividad. Esta profunda diferencia en la PTF entre países no exige preguntarnos por qué algunos utilizan de manera más eficiente que otros el capital y el trabajo que disponen.
Un factor importante es el capital humano, el cual consta de la cantidad de conocimientos y de habilidades que acumulan los individuos a lo largo de su vida y que los hace más productivos. Este capital se acumula cuando los alumnos de los distintos niveles incorporan conocimientos, cuando los trabajadores de la construcción aprenden a manejar una grúa o cuando los médicos dominan una nueva técnica quirúrgica… Por ejemplo, en Estados Unidos cada año adicional de estudio tiene un rendimiento del 7%, mientras que en los países en desarrollo estos retornos son del orden del 12%.
Otra de las causas a las que puede deberse las diferencias en la PTF es que los países ricos y los países pobres producen con tecnologías diferentes. Algunos bienes tales como los chips de ordenadores de última generación, programas informáticos, nuevos productos farmacéuticos, los aviones supersónicos y los rascacielos, como así también las técnicas de producción y gestión para la creación de valor de las firmas, la tecnología de la información y las redes de transporte estrechamente integradas, son más frecuentes en los países ricos que en los pobres.
Sin embargo, aunque los países sean ricos debido a su capital físico, a su capital humano y a sus tecnologías de vanguardia, el punto es determinar qué impide que los países pobres disfruten de los mismos niveles elevados de capital y tecnología. Frente a ello, puede que las diferencias institucionales sean parte importante de la explicación. Mancur Olson (1996) comparó la situación entre Corea del Norte y del Sur, Alemania Oriental y Occidental y Hong Kong con China Continental. Cada uno de estos pares de países era un único país. Los habitantes de cada uno de estos comparten culturas parecidas y ninguno tiene ventajas geográficas relativas, al mismo tiempo que al inicio tenían una renta parecida. Luego de un tiempo surgieron diferencias enormes. Corea del Norte hoy es uno de los países más pobres del planeta, mientras que Corea del Sur constituye uno de los milagros del crecimiento.
En 1989, cuando cayó el muro de Berlín, la diferencia en el nivel de vida entre las dos Alemanias era abismal. Por último, pese al crecimiento de las últimas décadas, el ingreso per- cápita de China es seis veces menor al de Hong Kong. En definitiva, los derechos de propiedad, el imperio de la ley, el cumplimiento de los contratos y la separación de poderes son esenciales para el éxito económico. En su ausencia, los costos de invertir en capital físico, capital humano y tecnología pueden ser mayores que los beneficios y, por ende, pueden no realizarse inversiones que, de otra manera, serían rentables.
Respecto al caso de América Latina, los tres desafíos más apremiantes en cuanto al diseño institucional son aquellos que permitan lograr un aumento sostenido de la productividad. En este sentido sería necesario: (i) aumentar la tasa de ahorro doméstico (donde el rol del sector público es clave), (ii) mejorar la infraestructura y (iii) reformar el mercado laboral. En cuanto al primer punto, actualmente, el país con mayor tasa de ahorro en la región no alcanza al mínimo del sudeste asiático y un salto en la inversión que impulse al crecimiento puede que, de cara a los próximos años, sea una ardua tarea financiarlo con ahorro externo. Así, tal como señalara Adam Smith en La Riqueza de las Naciones (1776): “todo hombre derrochador es un enemigo público y todo hombre ahorrador es un benefactor público”. Hecho confirmado por la teoría y la evidencia empírica, donde a mayor tasa de ahorro no sólo el PIB per-cápita de largo aumenta, sino que la mejora en la tasa de crecimiento es permanente.
En cuanto al segundo, el mismo consta en cerrar la brecha de infraestructura tanto en materia de inversión física (hardware) como en materia contractual (software). Para lograr un crecimiento sostenido del 4% en el ingreso per-cápita sería necesario invertir en infraestructura un 5,5% del PIB (y 8% para equiparar los niveles asiáticos). Así, el déficit en materia de hardware sumado a los problemas contractuales (con pesos similares) hace que el comercio de la región esté 50% debajo de su potencial. Esto es, de cerrarse las brechas mencionadas sería posible duplicar el comercio, mejorar la productividad vía economías de escala y con ello potenciar el crecimiento. Finalmente, la reforma del mercado laboral debería estar destinada a reasignar el trabajo hacia los sectores más productivos. Así, cuando el diseño impositivo castiga la formación de capital humano y al mayor esfuerzo, ello estimula la sustitución a favor de actividades no alcanzadas por los impuestos, lo cual se traduce en menor producción en el tramo gravado y un deterioro de la productividad en el sector de servicios, que hace caer la competitividad de la economía.
Estas tres reformas son un punto de partida necesario en la búsqueda de un mejor nivel de vida para el continente. No hay ningún sustituto que permita innovar, capacitar, adaptar, cambiar, experimentar, reasignar y emplear el trabajo, el capital y la tierra con mayor eficiencia que un sostenido aumento del nivel de productividad, de ahí que su exitosa gestión sea el máximo desafío de la política económica.