Afortunadamente, luego de tanto tiempo de estar discutiendo la coyuntura económica de corto plazo, el debate ha girado hacia los temas del crecimiento y el desarrollo. Sin embargo, ya sea por ignorancia o por falta de entrenamiento en la materia, muchas de las presentaciones son por demás inconsistentes y cargadas de un voluntarismo extremo, las cuales no son más que una mera expresión de deseo, cuyo resultado final será un inexorable fracaso.
El punto de partida de un proceso de crecimiento y desarrollo sostenido en el tiempo implica entender que durante los últimos doce años no ha existido crecimiento genuino, sino que solo hemos sido testigo de una recuperación cíclica, o como se suele denominar en finanzas a este tipo de movimientos: el rebote del gato muerto. Esta situación se vuelve por evidente cuando se observa que el PIB en dólares por habitante se ubica por debajo del que se registró en el año 1998 (15.000 dólares a moneda constante), que además tenemos casi el doble de pobreza y la misma distribución del ingreso. A su vez, si el país hubiera logrado mantenerse en su tendencia de largo plazo, el PIB por habitante sería el doble y el triple si se toma en cuenta que hemos vivido el mejor contexto internacional de la historia.
Este desempeño tan precario en términos de crecimiento es muy fácil de comprender cuando se revisa la evidencia empírica internacional. En este sentido, economías con baja inflación crecen 3 puntos porcentuales más que las que tienen una inflación elevada. A su vez, la presencia de mercados paralelos cuesta 2 puntos en la tasa de crecimiento. Por otra parte, el déficit fiscal implica un lastre de 1,5 puntos, mientras que el cierre comercial detrae otros 1,5 puntos. Naturalmente, a la luz de dichos resultados, no resulta extraño el mal desempeño en la materia durante el kirchnerismo, ya que todas las medidas de política económica se han movido en la dirección opuesta a lo que demanda el crecimiento.
Además, una condición necesaria (pero no suficiente) para volver a crecer y con ello emprender el desarrollo es levantar el cepo cambiario. La medida en cuestión equivale a fijar el precio de la moneda extranjera debajo del equilibrio, la cual no solo arroja un exceso de demanda en dicho mercado, sino que su contrapartida es un exceso de oferta en el resto del sistema. Así, en el mercado de bonos se deprimen los precios y con ello suben las tasas de interés. En el mercado de dinero, aun con un aumento artificial de la demanda (money overhang), por no poder drenar el sobrante de pesos contra reservas (o modificarse el tipo de cambio), las necesidades de financiamiento del fisco generan un exceso de oferta que deriva en una tasa de inflación elevada. Por otra parte, en el mercado de bienes se retrae el nivel de actividad económica por habitante, cuya consecuencia natural en el mercado de trabajo es la destrucción del empleo privado, la caída en el salario real y el deterioro de las condiciones laborales, maquillado con empleo público y mintiendo el dato de la población económicamente activa (PEA) para esconder el desempleo. En este sentido, de levantarse el cepo, el tipo de cambio buscaría su nivel de equilibrio (bajo un sistema de precios relativos armonioso), eliminaría el exceso de demanda y con ello se cerrarían los excesos de oferta del resto de la economía, por lo que bajaría la tasa de interés, habría menor presión sobre los precios (solo por los efectos derivados de la nueva emisión), aumentaría el PIB y con ello mejoraría el empleo y el salario real.
Sin embargo, si bien resulta claro que salir del cepo es clave para destrabar el funcionamiento del sistema económico, dicha tarea no es materia para inexpertos. De ahí que los menos dotados en materia monetaria rechacen de plano dicha acción. El punto central radica en que dentro de la economía existiría un sobrante de pesos de 3,7 % del PBI, esto es, unos 200.000 millones de pesos. Por lo tanto, de abrirse el cepo sin eliminar dicho exceso de pesos estos se dirigirían a la compra de moneda extranjera, lo que podría replicar situaciones como la de los años 1959 y 1975, donde la tasa de inflación se sextuplicó y el nivel de actividad se contrajo cerca de un 6 % en el momento más agudo del episodio. A su vez, mantener el cepo implica seguir estancados con mayor inflación y una brecha cambiaria creciente. Por lo tanto, la clave para volver a crecer es limpiar el exceso de pesos en la economía con un instrumento que minimice su impacto sobre la tasa de interés.
Una vez corregidos los problemas monetarios que traban el funcionamiento de la economía, el foco se traslada sobre el proceso de acumulación de capital en todas sus definiciones. Sin embargo, los daños causados en este aspecto durante los últimos doce años, propios de procesos populistas, no es una cuestión trivial. Así, en materia de capital físico Argentina invierte menos de 20 % del PIB (para crecer a tasas chinas, los chinos invierten 40 % de su PIB), al tiempo que pese a la mayor presión fiscal de la historia, la inversión en infraestructura de calidad brilla por su ausencia. En cuanto al capital humano, no solo no paramos de perder posiciones en las pruebas PISA, sino que además, en nuestro país, hoy existen niños que no alcanzan los niveles mínimos de alimentación, lo cual nos pone de cara un futuro muy comprometido.
Por otra parte, en materia institucional, empezando por la Constitución Nacional, no se ha dejado de avanzar sobre cuanta institución exista que no le fuera funcionalmente adicta al Poder Ejecutivo, siendo los casos más emblemáticos los del Poder Judicial, el Banco Central, los derechos de propiedad y las libertades individuales. Por último, la lógica del amigo-enemigo produjo una fragmentación del capital social, donde hoy ya no se discute la grieta, sino la posibilidad de comenzar a votar con los pies o la forma de poner en marcha la rebelión de Atlas.
Por lo tanto, para volver a crecer y alcanzar el desarrollo será necesario llevar a cabo un fuerte proceso de inversión, el cual debe tener como contrapartida un mayor ahorro. Sin embargo, ello implica un cambio copernicano en el diseño de la política económica. Respecto a la utilización del ahorro externo, parece difícil hacerse de crédito cuando el país cuenta con la mayor cantidad de juicios perdidos en la Organización Mundial del Comercio, no ha cumplido con la deuda en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones y aún no se le ha dado una solución definitiva al problema de los holdouts. Por otra parte, respecto al ahorro doméstico, el problema no es que el sector privado no ahorre, sino que el sector público lo dilapida, lo cual es la contraparte del abultado déficit fiscal. Por lo tanto, en el plano interno, si no se reduce el déficit fiscal, un mayor ahorro privado requiere redistribuir ingresos desde los más humildes a los que más tienen, lo cual, con una sociedad que se arroga tantos derechos no parece factible.
En este sentido, los muchachos buenos de la película, que sostienen que lograrán hacer crecer la economía sin hacer el ajuste fiscal y redistribuyendo ingreso hacia los más humildes, deberían dar una clara señal al mundo para que nos aporte infinitas montañas de dinero para que logren sostener en el tiempo tamañas inconsistencias y de paso crecer. Ahora bien, supongamos que llegara David Copperfield y los problemas de ahorro se corrigieran por arte de magia haciendo aparecer los fondos. Sin embargo, el problema es cómo transformar ese ahorro en inversión, ya que durante los años del régimen kirchnerista se ha destrozado la capacidad de generar riqueza como nunca en la historia argentina, donde el déficit fiscal como impulsor del riesgo país y la inflación junto a la presión impositiva han sido clave para destrozar cuanta iniciativa privada existiera. Por lo tanto, enunciar que la continuidad del modelo económico ahora traerá crecimiento y desarrollo por una mejora en las formas y no en la base del diseño de la política económica no es más que una ingenua expresión de deseos, que al estar vacía de contenido nos pondrá de cara a un nuevo fracaso.