Por: Jorge Castañeda
En la crisis de Siria están involucrados varios elementos y, obviamente, permanece incierto el desenlace. Pero podemos adelantar un par de consideraciones, una de principio y otra de índole geopolítica, que hace de este nuevo conflicto en Medio Oriente un auténtico laboratorio de evoluciones futuras.
Por lo menos desde el Tratado de Versalles y la creación de la Sociedad de Naciones, se sabe que no hay ni derecho ni sistema jurídico internacional sin algún tipo de policía, también internacional. La decisión del Senado de Estados Unidos de no permitir el ingreso de Washington a la organización basada en Ginebra la condenó a la irrelevancia, pero su estructura tampoco hubiera permitido un funcionamiento eficaz, ya que carecía de elementos disuasivos contra los violadores del derecho internacional. Por ese motivo, cuando se crea la ONU en 1945, se establece el Consejo de Seguridad, compuesto por cinco miembros permanentes con derecho de veto -los ganadores de la guerra- y un número que ha ido variando de no permanentes, para en su caso ordenar el uso de la fuerza cuando se ven amenazadas la paz y la seguridad o se violan normas jurídicas convenidas en algún momento. El Consejo es la policía.
El problema es que en vista del veto sistemático de la URSS a resoluciones desde finales de los años cuarenta hasta su desaparición; o de Estados Unidos a cualquiera contraria a Israel (salvo en 1956), esa policía tiene las manos atadas. Y la única manera que hasta ahora se ha encontrado para desatárselas consiste en la amenaza y la realidad del uso unilateral de la fuerza o una “coalición de los dispuestos”, que destrabe los impasses en el Consejo; en los hechos, ha tendido a ser Estados Unidos. No han sido muchas las ocasiones cuando esto ha sucedido, pero los casos recientes de Libia y ahora en Siria pueden ser premonitorios. Si Rusia logra imponerle a Bashar Al-Assad el desmantelamiento de su arsenal químico, será porque Estados Unidos, Francia e Inglaterra amenazaron de manera creíble con recurrir a la fuerza sin el Consejo para destruir dicho arsenal. Los tres países occidentales no aceptarán un arreglo que carezca del apoyo y de la amenaza del uso de la fuerza por el Consejo de Seguridad si se llegara a incumplir. Si llegamos a este final feliz, será gracias a la credibilidad de la amenaza de Obama de proceder por su cuenta.
La consideración geopolítica se refiere justamente a la credibilidad de Obama. No con Siria y su arsenal químico, sino con Irán y su posible futuro y minúsculo arsenal nuclear, que a los ojos de Israel constituye una amenaza intolerable. Tengo la impresión -para nada la certeza- de que el trasfondo de todo este embrollo radica en una smoking gun que Benjamín Netanyahu le mostró a Obama: los videos y las pruebas del ataque con gas sarín en Siria el 21 de agosto, cuando perecieron 1,400 personas. El primer ministro israelí le habría advertido a Obama: “Dijiste que el uso de armas químicas era una raya roja, que no permitirías que Al-Assad cruzara. Aquí está la prueba de que la traspasó. ¿Le vas a entrar? Porque también dijiste que hay una raya roja a propósito del programa nuclear iraní. Si no cumples con tu promesa de la raya roja siria, ¿por qué debemos creerte con la raya roja iraní? Si no te creemos, actuaremos solos contra Irán, entre antes mejor”.
Ante este hipotético ultimátum israelí, Obama no habría tenido opción más que proceder como lo ha hecho, a sabiendas de que enfrentaría resistencias internas y externas muy grandes para actuar de manera unilateral en Siria. De no lograr por la vía diplomática el mismo resultado, gracias al oportunismo (en el buen sentido de la palabra) ruso, la posibilidad de una intervención israelí contra el programa nuclear de Irán crecería a pasos agigantados, y desembocaría en una crisis, esa sí mayúscula, en muy pocos meses. Quién sabe si todo esto sea cierto, pero lo divertido de los asuntos internacionales reside siempre en la manera en que se prestan a todo tipo de especulación ociosa, porque es imposible demostrar el error o el acierto.