Por: Jorge Castañeda
Varios colegas de éstas y otras páginas, entre ellos Leo Zuckermann y Juan Pardinas, han manifestado sus dudas sobre las implicaciones de la legislación fiscal recién aprobada. El tema que suscita dudas se refiere al tamaño del déficit previsto para el año entrante, contrapartida ideológica si no financiera de la alianza del gobierno y del PRD para encaminar el paquete de cambios al esquema fiscal hoy vigente. Digo ideológica porque me da la impresión de que al PRD le interesa más la idea del déficit que sus números, y que al gobierno le atrae más la idea de una llamada “Reforma Hacendaria” que su contenido.
En mi versión, el problema radica en las consecuencias para el año entrante y en su caso para 2015, de una evolución aleatoria de las cuentas del gobierno. Ya he apuntado en estas líneas hace unas semanas que per se no me preocupa en exceso un año de déficit, ni me parece que 4,1%, en sí mismo, represente un nivel de endeudamiento excesivo para un solo año. Señalé que sólo me preguntaba si un déficit anunciado de esa magnitud no reflejaba en el fondo un relativo pesimismo del gobierno sobre el crecimiento del año entrante. Es decir que sólo recurriría a un gasto tan superior a los ingresos previstos si realmente pensara que en ausencia de un esquema contracíclico de esas dimensiones la economía seguiría estancada en 2014, o generando una expansión reducida. Pero este es sólo el primer motivo de mi escepticismo.
El segundo quizás sea más significativo. El déficit que resulte del comportamiento económico y del ejercicio del gasto a finales del año que viene dependerá de varios factores hoy vaticinados pero con una precisión que nunca puede ser milimétrica. Cuando el gobierno dice que el déficit total -los requerimientos financieros del sector público- será de 4,1%, está incluyendo en esa estimación otras estimaciones: el crecimiento de la economía, el precio del petróleo, el impacto de nuevos impuestos como el IVA en la frontera, quizás el único de la miscelánea fiscal que realmente incida en la recaudación. El gobierno puede tener razón en sus previsiones, o no. Siempre se incluye un colchón que subestima el precio del petróleo, y por tanto ese no es necesariamente el elemento más alarmante. El de la previsión del crecimiento sí.
En las cuentas de Hacienda, el crecimiento del PIB previsto para el año entrante es de 3,9%. Si el desempeño de la economía mexicana es superior, sin duda se recaudará más, e incluso el déficit puede ser menor. Lo mismo sucedería si llegara a dispararse el precio del petróleo, por una crisis en Venezuela, en Siria, o por un mayor enojo de los saudíes con Barack Obama. Pero lo contrario también es factible, que la economía mexicana crezca menos. De ser el caso, el gobierno recaudará menos; y salvo si esto se conjuga con factores venturosos impredecibles, el déficit será mayor.
La previsión de crecimiento del 2013, desde finales del año pasado -pero ya bajo la supervisión de las actuales autoridades hacendarias- fue de 3,8%. Sabemos que no existe hoy ninguna estimación de más de 1,5%, y que lo más probable es que la expansión de la economía mexicana sea inferior a 1%, es decir, la cuarta parte de lo esperado. Con independencia de los motivos de tal error, uno puede preguntarse si no sucederá lo mismo en 2014. Es decir, que nuestra economía se expanda a una tasa de 2% o 2,5%, pero de ninguna manera la que prevé Hacienda. De ser así, el déficit resultaría mucho más elevado, de 5 y quizás hasta 6% del PIB. Eso sí sería un peligro para México.
Después de los maestros de la CNTE, de los sectores más vociferantes de la clase media, de buena parte del empresariado, y de toda la izquierda energética unida (que así, siempre será vencida), el gobierno de EPN corre el riesgo de antagonizar a los mercados. Si todo esto viniera a cambio de reformas de gran envergadura, valdría la pena. Sin embargo, la tendencia parece ser provocar mega-oposiciones a mini-reformas. A la larga, es insostenible.