Por: Jorge Castañeda
La semana pasada comentábamos que para no pocos actores y analistas de la evolución política de México, en 1994 la resplandeciente transición mexicana desaprovechó una excelsa oportunidad para consumarse a tiempo, y cuando finalmente sobrevino, ya no pudo surtir todos los efectos deseados, ni logró detonar los círculos virtuosos anhelados. La reforma energética de Peña Nieto ¿correrá la misma suerte?
Hoy los protagonistas más capaces del PRI, como los que se encuentran en el gobierno, o Manlio Fabio Beltrones y David Penchyna en el Congreso, reconocen de una manera u otra que quizás la reforma de fondo ahora aprobada pudiera haberlo sido doce o seis años antes. Saben bien, porque allí estuvieron, que tanto Vicente Fox como Felipe Calderón, con las habilidades y torpezas de cada uno, se propusieron una abertura a la inversión privada en CFE y Pemex, y que fracasaron porque el PRI no quiso regalarles esa medalla. Especialistas de gran talento y simpatía por México como Daniel Yergin postulan, posiblemente con razón, que sólo un presidente del PRI hubiera podido enterrar la herencia del PRI: Nixon en China, como nos lo anunció Enrique Peña Nieto en La hora de opinar hace casi dos años. Todos concluyen, de alguna manera, que fue una lástima que todo esto -lo cual, como ya dije, aplaudo y aquilato- no haya sucedido antes, pero lo esencial es que haya acontecido ahora. ¿Y si no? ¿Podrá pasar lo mismo que con la transición a la democracia, o la apertura de la economía?
Algunos, desde el 2003, sostuvimos que México debía encontrar el mecanismo jurídico, financiero y de gestión de proyectos, para incrementar de modo dramático nuestra producción y exportación de hidrocarburos en el corto plazo. Argumentamos que con los recursos procedentes de ese aumento, debíamos construir la infraestructura, la educación y la red de protección social que el país exigía y merecía. Planteamos que por diversas razones -los precios, el cambio climático, el descubrimiento de otros yacimientos en otros países, con otras tecnologías- no disponíamos de una eternidad para “sembrar” nuestro petróleo y gas natural. Pocos -y mucho menos que nadie, yo- sabíamos nada del shale, ni podíamos prever que los precios del crudo se mantendrían a los niveles de hoy tanto tiempo o que bajaran los del gas como ha ocurrido. Pero sí parecía evidente que necesitábamos crecer más; que carecíamos de los recursos necesarios para invertir con esa meta; y que sólo el petróleo y el gas, en las aguas profundas del Golfo, en el litoral de Tabasco, en Lancahuaza, y quizás en la Cuenca de Burgos, nos podía suministrar esos recursos. Y que únicamente en asociación con capital extranjero podríamos sacarlo y venderlo.
Por muchos motivos, como dice mi amigo Joel Ortega, si antes tal vez éramos la última Coca Cola del desierto, hoy hay miles. La reforma energética es una condición necesaria para sacar los hidrocarburos que hay -no creo que sepamos bien a bien cuánto- pero me salta la duda si no se nos pasó también de tueste, y que ya no sea una condición suficiente. Nada de esto es culpa de Enrique Peña Nieto, que ha hecho toda la tarea cuando ha podido hacerla, pero sí de su partido, que se negó sistemáticamente a hacerla cuando pudo. ¿Cómo quedaría el ejercicio contra-factual? ¿Dónde se encontraría México si el PRI, o una parte por lo menos, hubiera accedido a una reforma de esta naturaleza al arranque del sexenio de Vicente Fox o del de Felipe Calderón? ¿Cómo nos hubiera ido con Diego Fernández de Cevallos de presidente en el 94, o con la inversión extranjera en hidrocarburos o electricidad en el 2001 o el 2007? Nunca lo sabremos, pero si dentro de cinco años efectuamos un primer balance del sexenio de EPN, tendremos que hacernos la pregunta. La respuesta encierra un doble enigma. ¿Es infinita la paciencia del tiempo histórico? ¿Los responsables del retraso mexicano se reconocen a sí mismos? Feliz año nuevo a todos.