Se cumple hoy un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. Las fechas patrias tienen —o deberían tener— el propósito de que reflexionemos sobre nuestros orígenes, sobre el sentido de la creación de nuestra nación y, a partir de allí y de la comprobación de nuestra realidad actual, sobre el futuro que podemos construir.
¿Hay una identidad argentina? En términos estrictos, no. Si la identidad fuera algo fijo, inconmovible, establecido en el pasado, viviríamos en una sociedad totalitaria. En la democracia hay tantas identidades como habitantes. De esa unión pueden surgir algunos rasgos comunes que nos otorguen cierto perfil propio, pero nada más.
Nuestra historia es un punto de partida y es justo honrar a quienes, muchas veces con el sacrificio de su vida, su libertad o su patrimonio, nos legaron un país independiente. Pero las comunidades que progresan no se enfocan en el ayer, sino en el mañana.
Dicho de otro modo, nuestro destino no está prefigurado. Seremos lo que queramos ser, si ponemos en esa empresa nuestra pasión y nuestro esfuerzo.
Los populismos se identifican con la Patria. La Patria son ellos. La consecuencia inevitable es que quienes no están con ellos son “la antipatria”. En otras palabras, no son actores legítimos del proceso democrático. Por eso, si son opositores, se los califica de golpistas o destituyentes. Y si están en el gobierno, de dictadores a los que no hay que oponerse, sino resistir.
No es esa, por cierto, la aventura que emprendieron los hombres de Mayo. No se trataba solamente de desatar los lazos con la metrópoli —primero, de hecho y desde el 9 de julio de 1816, de derecho—, sino de conformar un país fundado en la libertad.
Hoy reafirmamos esa vocación inicial y le damos el contenido que los tiempos exigen: Estado de derecho, república, derechos humanos, pluralismo, diversidad, libertad, igualdad, equidad social, oportunidades para todos, progreso. Nuestro papa Francisco lo resume en tres palabras: cultura del encuentro.
Precisamente, si hay encuentro, es porque los elementos que aceptan encontrarse son diversos. Cuando algunos de ellos pretenden ser los únicos legítimos, no hay encuentro, sino sometimiento. De ahí la hipocresía del confuso “La Patria es el otro” que se nos quería inculcar desde afiches y pantallas, cuando el otro era tratado como un traidor a la Patria.
Jorge Luis Borges ya lo dijo en Oda escrita en 1966: “Nadie es la Patria, pero todos lo somos”.