El casi seguro candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, dijo hace poco que si no obtiene la victoria, el futuro será muy negro para su país. Podría llegar a ser… la Argentina.
Como los padres de otras épocas que asustaban a sus hijos con el cuco para que tomaran la sopa, Trump nos usó a nosotros como la encarnación de todos los males. No nos dejó solos: incluyó también a Venezuela.
No deberían preocuparnos las frases de un sujeto tan estrafalario y peligroso. En todo caso, son los propios norteamericanos quienes deberían reflexionar acerca de qué les ocurre como para que alguien que ha centrado su campaña en la vulgaridad, el patoterismo verbal y la xenofobia tenga chances reales de ser su próximo presidente.
Pero el cuco de Trump ha sido empleado otras veces, por personas más respetables. A esa condición nos empujó el kirchnerismo. Traigo a colación esta anécdota porque ilustra de un modo contundente el enorme desafío que tenemos por delante. Hay que revertir más de medio siglo de decadencia. Como lo señalé en otras oportunidades, el kirchnerismo profundizó nuestras patologías, pero no las creó.
Hace muchísimo tiempo que nadie podría seriamente escribir, como Rubén Darío en el Canto a la Argentina, compuesto para el Centenario: “¡Argentina, región de la aurora!/ ¡Oh, tierra abierta al sediento/ de libertad y de vida,/ dinámica y creadora!”.
Pero la Argentina tiene todo para volver a ser una tierra de libertad y de vida. No aquella que fue, porque el pasado es irrevocable, sino la que puede ser si se lo propone. No es mero voluntarismo. Es la comprobación de que hay tantas energías dormidas que sólo esperan el marco necesario para desarrollarse que no podemos dejar pasar esta nueva oportunidad.
No se trata de ser partidario de Mauricio Macri ni de Cambiemos. Todos, oficialistas y opositores, debemos reflexionar y deponer cuestiones secundarias en aras de acordar reglas de juego básicas y un rumbo cierto para la Argentina. En especial, la oposición, que cuenta con un número significativo de bancas en el Congreso, debe estar a la altura de su responsabilidad y no especular sembrando el camino de obstáculos. La llamada ley antidespidos, por ejemplo, fue rechazada por el kirchnerismo cuando era gobierno.
También deben reflexionar los empresarios y los gremialistas, muchos de los cuales descubren ahora que la Argentina padece una alta inflación. ¿No lo supieron en los últimos ocho o nueve años? ¿O se envalentonan con un gobierno que los trata con respeto y no los pretende disciplinar con el látigo y la chequera? ¿Tan hondo caló entre muchos sectores el síndrome de Estocolmo?
Sepamos valorar este clima de convivencia plural en el marco de la Constitución y las leyes, porque en nuestra historia ha sido la excepción, no la regla. Hace tan sólo unos meses, el rumbo más confuso y errático que pueda concebirse se escondía detrás de palabras altisonantes, machacadas desde las prepotentes cadenas oficiales. Hoy sucede lo contrario: el rumbo es claro y cierto, aunque nadie nos lo grite. Firmeza en el fondo, mesura en las palabras y los gestos. El ideal de los romanos: “suaviter in modo, fortiter in re”. Ese es el camino para que la palabra Argentina pierda esa connotación sombría y recobre el eco esperanzado que inspiraba, hace un siglo, los versos de Rubén Darío.