Por: José Luis Orihuela
Transcurridos siete años desde que Jack Dorsey publicara el críptico mensaje “just setting up my twttr“, la plataforma Twitter, que tuvo la genialidad de crear, se ha convertido en el sistema nervioso central del planeta conectado.
La idea original de Twitter era utilizar la web como pasarela para que grupos de contactos pudieran comunicar su estado mediante mensajes SMS, de allí la limitación de los 140 caracteres, que acabó constituyendo la principal seña de identidad del nuevo servicio.
Como suele ocurrir con muchas de las innovaciones más brillantes en el ámbito de las tecnologías de la información, finalmente han sido los usuarios, no los fundadores, quienes han ido descubriendo y creando los modos de utilización de una herramienta extraordinariamente flexible y adaptable.
Hoy ya sabemos que la pregunta correcta no es ¿Para qué sirve Twitter?, sino más bien ¿Para qué podría servir Twitter a un usuario concreto?, y las respuestas nos llevarían a las múltiples experiencias de periodistas, atletas, artistas, gobernantes, astronautas, estudiantes, profesores, activistas, empresas, organizaciones, medios de comunicación y hasta dos Papas.
Cualquiera de los 200 millones de usuarios activos de Twitter que publican 400 millones de tuits diarios, seguramente tiene una forma de utilizarlo que le resulta adecuada, y seguramente también ha comprobado hasta qué punto la plataforma se ha convertido en el espacio natural para las breaking news de los últimos siete años.
A diferencia de los anteriores aniversarios, en este caso la cuestión acerca del futuro de Twitter se ha vuelto acuciante y su eventual salida a bolsa preocupa a propios y extraños. Twitter tiene pendiente encontrar un modelo de negocio que le permita seguir creciendo sin resentir la experiencia de sus usuarios y también tiene que restablecer las relaciones con los desarrolladores.