Por: José Luis Orihuela
El 20 de junio la plataforma para compartir fotografías Instagram incorporó soporte para videos y en las primeras 24 horas de funcionamiento se subieron más de 5 millones de clips.
La llegada del video a Instagram no está exenta de polémica, pues al igual que ocurrió cuando Flickr incorporó video en abril de 2008, la experiencia de usuario de un sitio dedicado a la fotografía queda entorpecida. En aquel entonces, las protestas de los usuarios se canalizaron dentro de la propia plataforma, con grupos como We say NO to VIDEOS on FLICKR que llegaron a contar con más de 23 mil miembros.
En esta ocasión, y posiblemente debido a la popularización de los smartphones, la adopción ha sido muy rápida pero tampoco la crítica se ha hecho esperar. La mezcla de fotografías y videos de hasta 15 segundos en el timeline (aún cuando se desactive la autoejecución de los clips) trastoca lo que había sido, hasta ahora, una buena experiencia de usuario. Separar los timelines de fotografías y vídeos y hacerlos configurables, como se apunta en TechCrunch, podría ser una buena solución.
Aunque con enfoques diferentes, lo cierto es que Instagram (adquirida por Facebook en abril de 2012) parece más preocupada por competir con Vine (adquirida por Twitter en octubre de 2012) en el terreno del microblogging de video, que en apostar a fondo por algo que estaba haciendo bien: democratizar la fotografía y extender el placer de compartir instantáneas.