Por: Juan Curutchet
En los días siguientes al confuso comunicado de Presidencia que informaba la prescripción de reposo a Cristina Kirchner me encontré inmerso en repetidos diálogos con gente muy preocupada por la suerte del país durante la incierta transición que se abría. No estoy hablando de personas apenadas por la salud personal de la mandataria -congoja que muchos de ellos también sienten, naturalmente- sino de ciudadanos apesadumbrados por la salud institucional del país. La mayoría de ellos antikirchneristas, que seguramente participaron del 13S, 8N y 18A.
Durante esta década se ha criticado la fenomenal acumulación de poder político y recursos económicos en la Presidencia de la Nación. Mucho se ha censurado un estilo de gobierno personalista en exceso, que ignoró los frenos y contrapesos de nuestro régimen constitucional. Por ello, me resultó notable que se suscitase angustia ante la temporaria ausencia de la líder vituperada. Si hasta hace ese día deplorábamos una gestión que postergaba los problemas de fondo como la inflación, la inseguridad y el empleo y nos imponía una agenda de conflictos innecesarios como el 7D, la “democratización” de la Justicia, el cepo publicitario, el ataque a LAN o los altercados con los países vecinos, ¿qué había cambiado de repente?
¿Nos asusta la posibilidad de un presidente débil aún más que las arbitrariedades del poder? ¿En qué sentido la ausencia temporaria de la conductora carismática es un retroceso para el buen gobierno? No se me escapa el descrédito público del Sr. Boudou, pero es el vicepresidente en funciones, nos guste o no. Haber alterado el régimen de acefalía que marca la Constitución hubiese sido más dañino que sufrir la investidura temporaria de un político de cuestionada autoridad. Por lo demás, es difícil formularle un reproche a Amado Boudou que no le quepa también a su mentora, Cristina Kirchner. ¿No pesan sobre ambos cuestionamientos a su incremento patrimonial? Hasta el involucramiento de Boudou en el caso Ciccone parece inescindible de la actuación del matrimonio Kirchner. Su burdo ataque a la investigación penal que lo comprometía contó con el respaldo total de la mandataria. Me dirán que Cristina Kirchner es la jefa natural de su partido y que puede por tanto garantizar mejor la gobernabilidad antes que su golpeado vicepresidente. ¿Pero no era un objetivo opositor que el oficialismo perdiera poder? ¿Ahora nos asusta que el gobernante no goce de mayoría parlamentaria? ¿Es deseable o no que el Ejecutivo tenga rienda firme sobre el Congreso?
Hasta hace unos días creía que éramos mayoría los argentinos que aspirábamos volver a un federalismo pleno y tener un gobierno central con menor peso relativo. ¿No nos espantaba la suma del poder público? Es impactante constatar, una vez más, la atracción que las figuras providenciales ejercen sobre los argentinos. A tal punto, que ante la perspectiva de su ocaso, los detractores continúan encandilados con el dirigente fuerte al que critican todos los días del año. Es tan profunda la impronta del caudillismo, que no sabemos vivir sin la presencia de quien decimos combatir. Añoramos el atajo y la solución expeditiva del dirigente omnipotente. Tras unos días de interinato, no parece haber sido tan terrible que la conductora del “vamos por todo” haya tomado un descanso.
A lo mejor parte del electorado se identifique con el padecimiento de nuestra mandataria y esa circunstancia redunde en votos o quizás no. Pero independientemente del resultado electoral, tengo para mí que nuestra construcción democrática ganará en calidad si en lugar de obsesionarnos con los defectos de quien ostenta temporariamente el mando abordamos las múltiples asignaturas que este ciclo político dejará pendientes.