Por: Juan Gasalla
El anuncio del jefe de Gabinete Jorge Capitanich en la mañana del viernes causó un inesperado sobresalto: el Gobierno estableció un aumento de las tarifas del servicio de colectivos de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense desde el 1° de enero. El boleto mínimo pasará de 1,50 a 2,50 pesos con la tarjeta SUBE y de 3 a 5 pesos para quienes renuncien al subsidio y opten por pagar con monedas.
Sin embargo, al igual que el dólar, las tarifas aún siguen rezagadas respecto de la inflación acumulada en los últimos diez años. En la práctica, se siguen manteniendo subsidios por unos $12 mil millones anuales, aunque el incremento del boleto podría significar un ahorro de unos $3 mil millones, si se toma en cuenta que las líneas de colectivos del área metropolitana transportaran en promedio unos 250 millones de pasajeros mensuales promedio.
Este importante incremento del 66% es el más elevado desde principios de 1991, cuando el salto inflacionario derivó en la sanción de la Ley de Convertibilidad entre el peso y el dólar para frenar una acuciante estampida de precios de la hiperinflación que hería de muerte a la actividad económica. La presente conjunción de precios en alza y déficit presupuestario obligó en este caso a una medida que puede interpretarse como una claudicación para el gobierno de Cristina Kirchner, y que eleva el costo de un ítem de amplia incidencia en el gasto cotidiano de las familias de sectores socioeconómicos bajos y medios, si bien aún se destaca el esfuerzo fiscal para mantener subsidiado el 40% del valor del pasaje para beneficiarios de la Asignación Universal y el Programa Jefes de Hogar, jubilados y pensionados y personal de trabajo doméstico registrado en la ANSeS.
Esta “reestructuración de niveles tarifarios”, como la define el Gobierno, no es ajena al atraso de otro precio que estuvo contenido en el mercado interno: el del dólar oficial. La administración kirchnerista consideró a las tarifas y al tipo de cambio como dos factores que, bajo control, permitían moderar la inflación, cuya progresión obligó de todos modos a un sinceramiento que se prevé va a recalentar la tendencia alcista en bienes y servicios, y va a incentivar las demandas salariales que ya cobran fuerza con miras a 2014.
En el recorrido de 2013 el dólar oficial sube $1,57 (desde $4,925 a $6,4925), prácticamente lo mismo que aumentó entre el 1° de enero de 2003 y el 1° de enero de 2013 (desde $3,36 a $4,925), comparación que deja en claro la magnitud de la voluntad oficial por descontar la enorme brecha entre el incremento del valor del dólar y el de otros bienes en la última década, un ejemplo de lo que los economistas llaman “distorsión de precios relativos”.
Dólar y tarifas están lejos de un nivel de equilibrio, cuando la dinámica inflacionaria no tiene pausa. Sólo basta considerar que las reservas internacionales del Banco Central concluirán el año en su menor monto desde diciembre de 2006. Entonces la base monetaria ascendía a unos 74.300 millones de pesos, lo cual resultaba $2,43 por cada dólar, un 25% menos que los $3,06 que cotizaba el dólar en las casas de cambio y bancos.
Al 20 de diciembre de este año –el dato más reciente aportado por el Banco Central- la base monetaria se situaba en un máximo histórico de $365.189 millones, con reservas por u$s30.680 millones, relación que deja un dólar teórico, de “cobertura” o de convertibilidad, de $11,90, un 83,3% más caro que el actual dólar oficial.