El pacto nuclear alcanzado entre el P5+1 e Irán ha sido una victoria geopolítica de Teherán, un logro comercial de Europa y un triunfo personal de Barack Obama.
Prácticamente desde el primer día en funciones, el Presidente estadounidense trabajó en pos de acercar posiciones con el régimen ayatola. Obama envió cartas al líder supremo Alí Khamenei, las que fueron respondidas hoscamente o ignoradas. Subió videos a YouTube en los que saludó a los iraníes por el año nuevo persa; pero hizo la vista gorda cuando el pueblo se levantó contra el régimen opresor en el marco de un fraude electoral en 2009. El nadir de esta excitación presidencial llegó en diciembre de 2014, cuando durante una entrevista con Steve Inskeep de la National Public Radio deseó buenaventura a Irán en su política de expansión regional: “Uno tiene que entender cuáles son sus legítimas necesidades y preocupaciones”, dijo Obama, y sugirió que un acuerdo nuclear ayudaría a que Irán se convierta en “una potencia regional de gran éxito que también se atenga a las normas internacionales”. Esto, aseguró el Presidente, “sería bueno para todo el mundo. Eso sería bueno para los Estados Unidos, sería bueno para la región, y sobre todo, sería bueno para el pueblo iraní”.
Ese mismo mes, en otra entrevista, esta vez con la revista The Atlantic, Obama minimizó la magnitud del antisemitismo del Gobierno iraní (que, entre otras, ha negado el Holocausto y ha llamado a la obliteración de Israel), alegando que no era más que una “herramienta organizacional” que no guiaba las consideraciones estratégicas de la nación persa.
El Consejo de Seguridad Nacional (CSN), según indica el sitio oficial de la Casa Blanca, “es el principal foro del Presidente para examinar las cuestiones de seguridad y política exterior con sus principales asesores de seguridad nacional y funcionarios del gabinete”. La directora del escritorio iraní en el CSN es Sahar Nowrouzzadeh, quien trabajó en el Consejo Nacional Iraní-Americano (NIAC), ONG fundada en 1999 por Trita Parsi, mujer cercana al Gobierno ayatola. Según sus críticos locales, el NIAC ha defendido desde antes de que Obama llegue a la Casa Blanca el acercamiento a Irán y el levantamiento de las sanciones internacionales. Obsesionados con el lobby judío, a muchos se les parece haber pasado por alto la existencia de un lobby iraní en Washington y las influencias que puede haber tenido en la gestación de esta nueva política hacia Irán.
El asesoramiento político de la señorita Nowrouzzadeh puede haber sido cuestionable, pero sin dudas es legal y legítimo. Después de todo, si un diario presumiblemente independiente como el New York Times organiza viajes turísticos anuales a la República Islámica de Irán -bajo el exótico nombre de “Cuentos de Persia” a 6995 dólares por persona y tiene como guía a Elaine Sciolino, su excorresponsal en Teherán-, entonces ya nada debe sorprendernos. Por largo tiempo ha existido en Estados Unidos una opinión proiraní en ciertos círculos. Con el ascenso de Barack Obama al poder, esas opiniones “han migrado a la Casa Blanca y forman la base de la política estadounidense en los más altos círculos del poder”, indica el experto en asuntos iraníes Sohrab Ahmari.
Adivinanza: ¿Quién dijo hace poco: “Incluso con tus enemigos, incluso con tus adversarios, yo creo que tienes que tener la capacidad de ponerte de vez en cuando en sus zapatos”? Opciones: Nowrouzzadeh, Parsi, Sciolino, Obama. Respuesta: sí, el excelentísimo señor Presidente.
La capacidad empática de Barack Obama no puede menospreciarse. Irán está gobernado por una claque de clérigos fanáticos cuyo lema fundamental es “¡Muerte a América!”, que tilda a Estados Unidos de gran satán y cuya bandera, en la que reemplaza a sus estrellas por calaveras, está dibujada al pie de la entrada de varias oficinas gubernamentales para ser pisoteadas por los funcionarios persas.
Teherán ha patrocinado a grupos terroristas y milicias chiíes hostiles a los intereses de Washington en la Franja de Gaza, el Líbano, Yemen, Baréin, Siria e Irak. Hoy en día tiene injustamente encarcelados a ciudadanos norteamericanos-iraníes en su suelo y mata a norteamericanos desde 1983, cuando hizo estallar las barracas de los marines y la embajada norteamericana en Beirut. Comprender al otro siempre fue un clásico de la mentalidad progresista, aunque Obama ha llevado eso al límite.
No obstante y en honor a la verdad, ese don también ha calado por momentos entre los conservadores. En 1986, con la esperanza de doblegar la intransigencia de los ayatolas y lograr la liberación de rehenes estadounidenses retenidos en el Líbano, la administración Reagan envió una misión extraña a Teherán, liderada por el ex asesor de seguridad nacional Robert McFarlane. Al llegar, disfrazados como miembros de la tripulación y con pasaportes irlandeses falsos, la delegación fue arrestada por las autoridades locales. La agencia de noticias oficial iraní IRNA informó que los norteamericanos llevaban una Biblia firmada por Ronald Reagan y una torta con forma de llave, como un símbolo de la inminente apertura de relaciones diplomáticas. Al cabo de cinco días, los americanos fueron echados del país por órdenes del ayatola Ruhola Khomeini. La operación fue un chasco y cuando trascendió posteriormente, desató un escándalo en la opinión pública norteamericana. Irán no modificó su política terrorista-revolucionaria entonces, ni por los siguientes treinta años. En cuanto al extravagante obsequio, informó el 5 de noviembre de 1986 The Chicago Tribune: “guardias revolucionarios hambrientos se comieron la torta”.