Por: Julio Burdman
El avance de la Alianza del Pacífico está produciendo un cambio dentro del establishment político y económico brasileño. Una de las características de la tradicional alianza entre los industriales paulistas y los funcionarios del Planalto e Itamaraty fue el proteccionismo y la reticencia a asumir demasiados compromisos en las negociaciones comerciales internacionales. Pero ahora, este mismo establishment pareciera temer quedar afuera de una competencia por los mercados de exportación de Europa y Estados Unidos en manos de una red de países que ocupan la costa suramericana y está capitaneada nada menos que por México.
La Alianza del Pacífico, recordemos, está integrada por cuatro países que ya tienen acuerdos comerciales preferenciales, de tipo bilateral, con la Unión Europa y con los Estados Unidos: México, Colombia, Chile y Perú. Y está desarrollando una arquitectura jurídica comercial para fusionar toda esa red de tratados, llevando los aranceles internos a cero, armonizando normativas y unificando las representaciones diplomáticas. Varios de los cuatro países tienen acuerdos con Japón, China, Corea del Sur e Indonesia, y están conversando en Asia nuevos tratados en forma conjunta, ya como área unificada de libre comercio.
Los países del Mercosur liderados por Brasil, que carecen de un entramado de tratados siquiera comparable al de sus vecinos del Pacífico, respondieron durante este tiempo a otra estructura de intereses. Son grandes productores de granos y tienen proyectos industriales intermedios, por lo que quisieron reducir todo lo posible los barreras agrícolas y mantener cierta protección sobre los productos industriales de origen propio. Las propuestas europeas, así como el ALCA que no prosperó, en general iban en la dirección opuesta, y por eso el Mercosur no cuenta con acuerdos birregionales.
Desde 1995 y aún antes, el Mercosur y la Unión Europea vienen llevando adelante negociaciones para llegar a un acuerdo comercial, y éste nunca vio la luz. Hubo, en estas casi dos décadas, diversas rondas y propuestas de diferente calidad. Brasil mucho tuvo que ver en su encajonamiento. Hoy se respira otro aire. Y hay que aclarar que no sólo es por el cambio inducido desde la Alianza del Pacífico. Los europeos también están mejor predispuestos que antes. Es la región de menor crecimiento mundial, necesita exportar más, y muchos de sus productos agrícolas -entre ellos, el trigo- alcanzaron un arancel cercano a cero por la baja producción.
Estamos en una nueva etapa de las eternas negociaciones, relanzada con fuerza en noviembre de 2013, que se caracteriza por su hermetismo. Hay muy poca información, aún entre los propios negociadores. La delegación europea aplazó, en diciembre, la reunión técnica del área de bienes y servicios para fines de enero, y una versión que circuló sostiene que el aplazamiento se debió a la falta de una agenda cerrada por parte de Brasil y Argentina. Desde nuestro país, mientras tanto, se afirma que los europeos quieren debilitar la posición argentina con el fantasma de su exclusión de Argentina del acuerdo. Pero eso significaría, nada menos, que la ruptura del Mercosur. Nada indica que estemos cerca de esa posibilidad: que la Argentina hoy haya quedado en una posición más dura, no borra la historia ni sus intereses favorables al cierre de un acuerdo birregional. No hay que perder la perspectiva: con la voluntades de los jugadores principales ahora alineadas, con la necesidad de dar este paso por parte del Mercosur, todo converge para que este viejo proyecto hoy esté más cercano que nunca.