El Presidente Mujica hizo de autonomizar a la Universidad del Trabajo de Uruguay (UTU) y alejarla del Codicen un caballito de batalla que terminó, como él mismo lo ha reconocido, en un fracaso.
Con su insistencia había generado una enorme expectativa adentro de la UTU, que hoy se ve frustrada, como lo expresan jerarcas y sindicalistas.
Desde mi punto de vista, una vez más se hace un reduccionismo del enfoque temático, de la complejidad y unidad del proceso educativo, deteniéndose en el tema institucional y presupuestal. Se construyó el espejismo de imaginarse que la separación del resto del sistema educativo suponía una mejora por sí misma, cuando de ningún modo es así.
Realmente no se advierten razones de fondo para ese planteo. El nacimiento del Codicen fue el resultado de la imperiosa necesidad de coordinar primaria y las dos ramas de la enseñanza media. Ello fue saludable y por eso hoy el ciclo básico de secundaria se cumple con igual valor tanto en la tradicional Secundaria como en la UTU. Quizás haya faltado una visión más de conjunto, pero es un hecho incuestionable que la existencia de esa autoridad es la que ha permitido armonizar mucho mejor esas ramas de la educación que antes navegaban con un autismo profundo, sin que nadie se coordinara con nadie.
Que el Codicen en ocasiones pueda resultar burocráticamente pesado, es verdad; pero eso reza para todas la ramas y no solo para la UTU. Un gobierno que sepa lo que procura debe comenzar, justamente, porque al designar al Codicen tenga en cuenta esa realidad y encargue a quienes están dispuestos a delegar y descentralizar funciones secundarias o simplemente de gestión, para concentrarse en la programación de conjunto y la estructuración de presupuestos acordes con esa idea, estableciendo prioridades claras.
Es más: quien preside el Codicen viene de ser Director General de UTU, de modo y manera que es quien mejor conoce las necesidades de ese organismo y cabe pensar que lo tendrá como su prioridad. Si la UTU hoy registra carencias y trabas administrativas, nos imaginamos que no es por desinterés del Codicen sino por la propia burocracia de UTU y las limitaciones presupuestales que naturalmente existen, especialmente en una rama que está en crecimiento.
Bueno es recordar que los Bachilleratos Tecnológicos creados en la reforma de 1995 fueron un éxito desde el primer día y se configuraron en un intento serio, acaso el más serio, por elevar el nivel de la enseñanza tecnológica, al entrar en un nivel terciario. Todo pasa justamente por seguir esa tendencia y allí el cuello de botella es la formación docente, la necesidad de procurar profesores de categoría en las especializaciones más modernas y en cambio constante.
El tema, entonces, no es simplemente “autonomizar”, porque ello suele terminar en las famosas “chacras” administrativas, que se van enquistando y formando enclaves desestructurados. El desafío está en saber realmente lo que se quiere, armar proyectos específicos y buscar —ahí sí— las financiaciones adecuadas, que es lo que normalmente no se hace, porque se discute primero el dinero y después se ve lo que hay que hacer.
En algún momento, con mucha confusión conceptual, el Prof. Netto habló de que el país tenía un sistema “neoliberal”, cuando luego lo acusó de dogmático por uniformidad. O sea lo contrario de “neoliberal”, que se supone es libertad para todo el mundo, adentro del sistema. También se opuso a seguir las tendencias del mercado, cuando parecería que es razonable hacerlo. Desde ya sin las rigideces de pensar solo en tareas específicas sino procurando, a la vez, mirar las necesidades del país y formar a los alumnos con la generalidad suficiente para ser versátiles y adaptarse a los cambios que inevitablemente se irán produciendo.
No hay duda de que el país tiene que seguir mejorando y actualizando su educación técnica, como lo viene haciendo claramente desde la restauración democrática, aunque sus jerarcas actuales —que crecieron en esos años— hoy se hagan los distraídos, afectados por esa pasión refundacional que ha contagiado el Presidente Mujica y parece que todo empezó con él. Tampoco hay dudas de que el país lo comenzó a entender desde entonces y que “m’hijo el dotor” no es ya el sueño de todas las familias uruguayas. La sobredemanda de los bachilleratos lo demostró desde 1996. Se trata, entonces, de no enredarse en debates jurídico-político-institucionales, buscar delegar lo delegable, agilizar las burocracias como se pueda, pero —sobre todo— tener claro dónde están las prioridades. Porque cuando todo es prioridad, nada es prioridad.
Desgraciadamente, el actual gobierno ha establecido el monopolio político, no acepta discutir otros criterios y por eso no ha permitido que la oposición esté presente en los Consejos Directivos. Es un gravísimo error. Esperemos que los actuales jerarcas sean lo más transparentes posibles en la información y acepten, en otros ámbitos, discutir lo que debiera procesarse adentro. Tendemos a pensar que difícilmente sea así, pero por lo menos hoy hagamos un llamado a esa reflexión.