El asesinato del señor David Fremd en la ciudad de Paysandú es una tragedia personal sorprendentemente dura. Que un hombre de trabajo, reconocido empresario sea apuñalado de este modo tan cruel conmueve, duele mucho, ante la pesadumbre de comprobar que nuestra sociedad uruguaya pueda albergar personas con tanto odio íntimo que sean capaces de matar a quien ni siquiera conocen.
A la hora que escribimos estas líneas, se sabe que el asesino era un hombre bastante perturbado, docente, aunque muy descalificado en lo moral, con pésimos antecedentes. El perfil, justamente, de quienes suelen sumarse a las causas liberticidas del fanatismo. Estos movimientos, políticos o religiosos, suelen recoger a todos esos individuos resentidos, enojados con el mundo, que fácilmente subliman esos rencores en algún chivo expiatorio. Desgraciadamente, el pueblo judío ha sido blanco predilecto de esos ataques y hoy tiene que soportar en el mundo occidental el ataque sistemático de grupos islámicos que sueñan con destruir los valores de la civilización occidental. El apuñalamiento es la modalidad de ataque que están empleando en Israel contra ciudadanos a los que sorprenden maliciosamente. Es lo que ha pasado en la ciudad de Paysandú y esto aproxima el episodio a este cuadro más amplio del conflicto civilizatorio que padece el mundo.
Nadie sabe a esta altura si el criminal tenía algo que ver con alguna organización. No se ha comprobado, por ahora. Pero, en cualquier caso, él personalmente se asumía como islámico, usaba un nombre árabe en el Facebook y estaba inclinado hacia ese mundo tan ajeno a los valores y las costumbres de nuestro país. Uno tiende a pensar que en un país como el nuestro, esto era impensable, pero está claro que no lo es. Nadie está inmunizado contra el extremismo. Mucha gente idealiza la prédica de esta gente y se deja seducir por su sacrificio. Esas uruguayas que se convirtieron al islam y se casaron con dos de los sirios venidos al país son un ejemplo bien expresivo de esa ingenuidad. Creyeron en una fantasía y, en vez de entrar al mundo mágico de Las mil y una noches, se hundieron en la oscuridad del desprecio, la subordinación y el maltrato propios de las costumbres islámicas.
El episodio mueve, entonces, a reflexiones, obliga a pensar. No hay que perderse en los vericuetos de lo anécdota. Se trata de pensar que nuestra sociedad no está tan lejos de este peligro. Que este puede brotar en cualquier momento. Que ya hay gente inteligente que de algún modo coquetea con ellos. Que se trata, entonces, de advertir con toda preocupación que los ciudadanos todos tienen que mantener viva la conciencia de nuestra filosofía liberal, de la tolerancia consustancial al país, de los valores de la república laica que asegure libertad de cultos a todos y que se basa en un Estado organizado para permitir su libre ejercicio, desde su imparcialidad absoluta.
El tema no es sólo de crónica policial. Es algo más y no hay que eludir que meditemos sobre él.